Ayer asistimos al último partido de la temporada del Atlético de Madrid en el Metropolitano. Fue un día precioso. Festivo, emotivo y sin sobresaltos. No podemos decir lo mismo todas las temporadas. Un sol de primavera tardía, un empate que certificaba el segundo puesto en Liga, ambiente familiar en la grada y la agridulce despedida de Diego Godín.
La primera parte contra el Sevilla fue bastante buena. Con tramos de buen fútbol y con un espíritu dominador sobre el césped al que, sin darnos cuenta, nos hemos acostumbrado. La segunda parte del partido sirvió para que el equipo andaluz se diese cuenta de que era el único que se jugaba algo sobre el campo (hasta entonces había parecido un equipo ya descendido), y eso le bastó para llevarse un punto que puede tener más valor del que creen.
Terminada la Liga (virtualmente), tenemos la certeza de que Oblak es Oblak y de que Griezmann es Griezmann. Eso es así. El francés, por cierto, estuvo especialmente participativo y animoso, cosa que me congratula. Hasta se puso a bailar uno de los cánticos del Fondo Sur a mitad de partido. Y es más, para desgracia de la Consejería de Propaganda (y sus locos seguidores), no escuchamos un solo reproche al jugador por parte de la grada rojiblanca.
A partir de esas dos evidencias, las de Oblak y Griezmann, los Giménez, Saúl o Koke deberán el año que viene asumir los galones de verdad. En serio. Sin red de seguridad ni tutores. Con ellos, y con la ayuda de los Thomas, Rodri, Lemar o Correa, se tendrá que reconstruir el Atlético de Madrid del futuro. Con los que venga a sumarse al proyecto y sin los que acaben marchándose en verano por el efecto de la gravedad o porque tengan mejores cosas que hacer. Toca reinventarse con optimismo y sin tocar lo único que no se puede tocar. El carácter.
Deportivamente hablando, poco más. Así, con las dudas de qué pasará con Juanfrán y Filipe Luis el año que viene (¿fue su último partido de rojiblanco?), llegamos a la despedida de Godín. Una que resultó emotiva, certera y creíble, a pesar de los intentos por transformarla en algo estándar y vulgar. Soy crítico con esa política de aportar aparatosidad sobre algo que no lo necesita. En un momento así, con la grada entregada y el jugador rendido, no hace falta nada más. Sobra todo lo que no sea el rugir de los aficionados y el silencio de la multitud. Me sobra ese maestro de ceremonias que no entiende su papel secundario e insiste en explicarnos por el micrófono lo que no hace falta explicar. Y me sobra esa música de telenovela de garrafón, que atronaba por los altavoces, que mataba el sentimiento y que ahogaba la voz de aquellos que querían despedirse de Godín.
Pero Godín estuvo muy por encima de todo eso. Ni siquiera el intento, zafio, torpe y demencial, de los «profesionales» del club por ocultar cualquier referencia al clásico escudo de la institución, consiguió emborronar mínimamente el adiós a un icono rojiblanco. Una leyenda que lo es, y que todavía lo será más cuando nos demos cuenta del abismo que deja detrás. Un futbolista uruguayo que va más allá de ser un excelente deportista, un profesional intachable o un ser humano con carácter y corazón. Diego Godín es sobre todo un ejemplo. Dentro y fuera del campo. Jamás he tenido una camiseta del Atleti con el nombre de un jugador a la espalda, pero no me importaría tener la de Godín. Y sí, lo digo precisamente hoy, que es cuando sé que no la volverá a vestir.
Godín deja el Atleti en su plenitud profesional. Como titular. Como futbolista imprescindible y como capitán. Siendo importante todo lo anterior, es mucho más importante subrayar que deja el equipo como colchonero. Como aficionado atlético. De verdad. Ayer quedó claro. Aunque en el centro del estadio Metropolitano lucían los trofeos que el charrúa había conseguido (Liga, Copa, Supercopa de España, tres Europa League y tres Supercopas de Europa), Godín apenas les hizo caso. Se preocupó mucho más por abrazar a los compañeros, besar a su ahijada (la hija de Griezmann), aplaudir a la grada que le aplaudía, colocarse la camiseta que le tiraron desde el Fondo y por vivir ese momento mágico y único. Uno que nunca tendrán otros futbolistas que dicen poseer Botas de Oro u otros tipos de marroquinería. Por mucho que moleste, sigue habiendo cosas que no se pueden comprar con dinero. Eso los sabemos los colchoneros y, precisamente por eso, lo sabe Godín. «Lo importante es el recorrido, no los títulos», dijo el uruguayo. Y tenía razón.
Como cantaba Edgardo Donato, «en la tarde que en sombras se moría, buenamente nos dimos el adiós; mi tristeza profunda no veías y al marcharte sonreíamos los dos».
La despedida de Diego Godin sirvió también para echar por tierra esa coletilla que Cerezo repite incesantemente: «Los jugadores juegan donde quieren jugar».
Se va un héroe y se siguen quedando los dos del palco.
[…] su cláusula el próximo 30 de junio. La indiferencia se hace más palpable si se comprara con el adiós de Godín, que se pudo despedir con los suyos y ante los suyos, con un estadio en pie y coreando su nombre, en […]