En su libro “Sobre la revolución”, la filósofa Hannah Arendt sostiene que la revolución francesa fue básicamente un fracaso debido a que sus líderes dejaron de tener como meta la libertad de la gente y se centraron en complacer a las masas. La tesis puede, por supuesto, rebatirse, pero la decadencia política de Europa (Brexit, partidos ultraderechistas ganando poder, limitaciones a la migración) pareciera confirmarla. La revolución falló y el mundo occidental está sufriendo las consecuencias de ese fracaso.
Suele suceder que las revoluciones prometen más de lo que pueden cumplir, en buena medida porque dependen de la gente que las protagoniza y de quienes tengan el valor, la fuerza –o los intereses subrepticios- para liderarla. Sucedió con la Primavera Árabe, que no parece haber garantizado ninguna estabilidad en ese lado del mundo, y también, yéndonos un poco más lejos, con la Revolución de Octubre, maravillosamente retratada en “Rebelión en la granja” por George Orwell. Si bien las revoluciones son la consecuencia de sistemas opresivos, totalitarios y autoritarios, muchas veces resultan en sistemas opresivos, totalitarios y autoritarios con simbología distinta.
“Revoluciones” deportivas
Volvamos de Rusia, Egipto y la Francia del siglo XVIII. Demos ese salto que para muchos sonará mortal. Aterricemos en el fútbol. La palabra “revolución” se utiliza demasiado en los deportes colectivos. Después de una mala temporada o torneo, siempre se habla de revolución en la plantilla. En este caso, los medios no se refieren a una rebelión dentro del equipo, sino más bien a una decisión que ha tomado la directiva de reemplazar a varios de sus trabajadores por unos nuevos. En principio, la “revolución” garantizará mejores resultados y cambiará por fin el rumbo de la institución. Pero como bien dicen Arendt y muchos otros teóricos, las revoluciones muchas veces fracasan porque quienes terminan tomando las decisiones no tienen la suficiente habilidad o, en el peor de los casos, buena intención para sostenerlas.
Así como el término “revolución” está demasiado manido, también lo está el del “crisis”. Si el Real Madrid pierde dos partidos seguidos, ya se encuentra en una profunda crisis; lo mismo si la escudería Ferrari no gana los dos o tres primeros grandes premios de la Formula 1. En ninguno de estos dos casos podría hablarse de crisis, aunque hay otros en los que sí. Crisis es la del Sunderland, que en dos años bajó de la primera a la tercera división de Inglaterra, o la de Los Angeles Lakers, que después de fichar a Lebron James no lograron siquiera clasificar a los Playoffs de la NBA. O la de la Fiorentina.
Crisis en Florencia
Desde que volvió a la Serie A en el 2004, el proyecto de uno de los clubes más importantes y tradicionales de Italia ha sufrido innumerables reveces, casi todos por culpa de sus directivos. Si bien en estos quince años el equipo ha dado algunas alegrías a su exigente afición, la falta de trofeos es absolutamente alarmante. Un par de clasificaciones a Champions League y una semifinal de Europa League no son ni serán jamás suficientes para Florencia. Pero bastaron, en su momento, para mantener motivados a la ciudad y al equipo.
Los hermanos Andrea y Diego Della Valle compraron a la Fiorentina después de que el productor de cine Vittorio Cecchi Gori llevara al club a la quiebra. La gratitud de la afición con ellos ha sido grande, pero no es incondicional ni mucho menos eterna. El ascenso del club y algunas buenas temporadas con Cesare Prandelli y Vincenzo Montella a cargo le devolvieron cierto prestigio al club, algo que no fue aprovechado por sus dueños para mantenerlo entre los equipos importantes de Italia y Europa.
Ante cada mala temporada, los medios florentinos y los dirigentes de la institución anunciaban grandes cambios. Ante cada crisis, por supuesto, había que reaccionar con una revolución. En los últimos siete años, los Della Valle han liderado tres “revoluciones” en el club violeta. A mediados del 2012, y tras una serie de pésimos resultados, los dueños del club despidieron a Pantaleo Corvino, entonces director deportivo, y contrataron a Daniele Prade y Eduardo Macià para armar la plantilla profesional. La dupla eligió a Montella como el líder futbolístico de un proyecto nuevo. Y vaya que funcionó: con una idea clara, los dirigentes realizaron grandes cambios en la nómina pero, sobre todo, uno que fue estructural: el del estilo de juego. En ese sentido, sí que hubo una revolución.
Porque los nombres pueden cambiar, pero si la idea es la misma –y está equivocada- los resultados no variarán demasiado. Prade y Macià armaron un plantel conjuntamente con el entrenador, y ficharon jugadores que respondían a un estilo de juego de posesión: Borja Valero, Gonzalo Rodríguez, Matías Fernández y Giuseppe Rossi, entre otros. El equipo voló durante tres temporadas en las que consiguió el cuarto puesto en la liga, una semifinal de Europa League y una final de Coppa Italia. Podríamos hablar, en este caso, de una revolución positiva, por más que nunca llegaron los títulos.
La era de Montella acabó sin demasiada gloria, pero con los cimientos de un proyecto deportivo establecidos. Tras la salida del técnico, siguió la de Prade y Macià. Fue ahí cuando el proyecto perdió rumbo y entró a tallar, más que nunca, el balance económico de la institución. Con planes –abstractos y lejanos, a estas alturas- de construir un nuevo estadio, los Della Valle optaron por dejar cada año la institución en azul al margen de los resultados deportivos. Y digo al margen porque, en un mundo como el de hoy, es casi imposible lograr títulos con un balance económico positivo. Sin deudas, no hay felicidad.
Los Della Valle decidieron entonces vender a sus estrellas y conseguir reemplazos prometedores que nunca estuvieron a la altura de lo que sugerían. Una nueva revolución, como la llamó la prensa local. Así, la Fiore se quedó sin Jovetic, Borja Valero, Vecino y Bernardeschi, entre otras figuras, y el rendimiento del equipo se fue al trasto. En las siguientes tres temporadas, ficharon a dos entrenadores –Paulo Sousa y Stefano Pioli- que fracasaron estrepitosamente.
A principios de la temporada pasada, los Della Valle anunciaron que el club estaba en venta, siempre y cuando hubiera un empresario local –“identificado con el equipo”- dispuesto a comprarlo. El anuncio fue bien recibido por buena parte de la afición, que ya sentía el desapego los directivos con el club, pero la transacción jamás se concretó ante la falta de inversores florentinos. Lo que sucedió, en cambio, es que se produjo una sensación de inestabilidad crítica en un equipo de fútbol. Esta inestabilidad llegó a su punto más álgido con la muerte de Davide Astori, el capitán de la escuadra, mientras concentraban en Udine.
Lo que sucedió después del fallecimiento de Astori fue digno de una fábula y ha sido reseñado en este espacio. El equipo, la afición y los dirigentes se unieron en torno a la tragedia, la Fiorentina ganó seis partidos seguidos y consiguió un decoroso octavo puesto en la tabla. La ciudad, que estaba fracturada por los resultados del equipo, se volvió un puño, pero los Della Valle no supieron aprovechar la evolución. En cambio, dejaron que la institución se manejara en piloto automático.
Hace algunas semanas, los Della Valle y Pantaleo Corvino –el director deportivo que volvió para reemplazar a Prade y Macià- despidieron a Stefano Pioli y convocaron de vuelta a Vincenzo Montella, un técnico querido en la ciudad pero cuestionado por las aficiones de todos los demás equipos a los que ha dirigido. Los Della Valle y Corvino, aunque no explícitamente, preparan otra “revolución”. El equipo marcha undécimo, a escasos puntos del descenso (aunque está prácticamente salvado) y todo parece indicar que terminará en la posición más baja de los últimos diez años. La directiva pretende armar la nueva plantilla alrededor de Federico Chiesa, la estrella local del equipo y del fútbol italiano, pero todo parece indicar que el joven atacante no pretende seguir su carrera en conjunto que no tiene una idea de juego y que no consigue dar dos pases seguidos. Como si no fuera suficiente, lo más probable es que se vaya a la Juventus, el equipo más odiado por los florentinos y que ya se llevó hace dos temporadas a otra de las joyas de la cantera, Federico Bernardeschi.
Se viene otra “revolución” en Florencia y este servidor está seguro de que, a menos que se vayan los viejos protagonistas de siempre, nuevamente fracasará. Se reemplazará a los futbolistas, se seguirá creando una leyenda en torno al fallecido capitán y se prometerán muchas cosas. Pero la angurria por más dinero y la tan mentada autosostenibilidad que pregonan los Della Valle atentará contra todo cambio estructural y seguiremos viendo más de lo mismo. No debería sorprendernos que el próximo año el equipo luche por mantener la categoría. Esperemos, en todo caso, que lo logre.
[…] emoción propia de estas instancias, este servidor estará pasándola peor de lo que esperaba. La Fiorentina, esa adicción mía tan pública como nociva, se jugará toda la temporada en un partido que no […]