Era inevitable: el olor de las almendras amargas le
recordaba siempre el destino de los amores contrariados”.
Gabriel García Márquez. El amor en los tiempos del cólera.
El miércoles pasado, día en que se disputaba la semifinal de la Copa de Europa entre el Barça y el Liverpool, no pude ver el partido. El grupo de whatsapp de mis amigos, con quienes suelo comentar este tipo de efemérides, ardía por momentos. “¡Uf, qué ocasión del Liverpool!”, “Los ingleses los tienen metidos en su área”, “Está al caer el gol red”… Mi aportación consistió, insisto en que sin ver el encuentro, en un lacónico mensaje: “Olvidaos. Esto acaba 3-0”. El resto es, ay, historia.
Nada más patético y narcisista que alabar las predicciones propias, en absoluto se trata de mi intención. Sirva esta pequeña anécdota para ilustrar acerca del sentimiento trágico, por decirlo en palabras de otro escritor, con que la presencia de Messi nos ha impregnado a los madridistas de la generación millennial. A los que nos hemos criado deportivamente a partir del cambio de siglo, el pequeño genio azulgrana nos huele a las almendras amargas de García Márquez, aquella señal inequívoca de desgracia. Un aroma letal y perfectamente reconocible: el de cientos de partidos encauzados, enmendados o directamente salvados por las botas del mejor jugador que ha conocido el planeta. Puro cianuro.
Ese hombrecillo ha arrebatado, lenta e inexorablemente, la hegemonía de España —de momento solo ahí— al Real Madrid. Los primeros años de derrotas aún tenían la heroica coartada de tener origen en un imperio, deportivo y casi moral, como el guardiolismo. Pero últimamente el Madrid ha entregado la cuchara liguera a Barcelonas insípidos; equipos sosos, desagradables y eficaces, similares a un taladro neumático, únicamente aderezados por Leo —García Márquez de nuevo: lo peor de morir es que no sea de amor—. Por si fuera poco, a Messi no se le puede odiar, como no se puede odiar el crecimiento de la hierba. Todo en él es tan genial como poco carismático. Ni siquiera las escasísimas veces que ha intentado simular agresividad, mostrando enfadado su dorsal a una grada enemiga, ha conseguido desprender soberbia. Esos gestos le quedan impostados, le falta verosimilitud como villano. No nos deja, ni tan solo, derecho al pataleo.
Llegados a este punto, no conviene restar méritos a nuestra herida autoestima. El Madrid continúa siendo el mejor club del mundo no solo por su pasado sino también por su presente: cuatro copas de Europa en cinco años durante la era Messi suponen la mayor hazaña que nadie pudo imaginar. En los momentos cruciales, en los puntos de inflexión, al filo de la navaja, los blancos han dado lo mejor y han superado a todos, incluyendo al diez argentino. Pero, como apuntó Gabo, el problema de la vida pública (la Champions) es aprender a dominar el terror, mientras que el problema de la vida conyugal (la Liga) es aprender a dominar el tedio. O, de manera más literal, “el problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor, y hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno”. Y el desayuno te lo suelen servir en Huesca o en Vigo, no en París.
Una última reflexión. Se nos achaca a los millennials una actitud ante la vida excesivamente hedonista, cortoplacista e inmadura. Una suerte de adolescencia perpetua. No entraré en lo justo de las acusaciones o si más bien delatan una indisimulada envidia melancólica por parte del dedo que señala. Pero, aceptando la parte de verdad que pueda encerrar el tópico, acaso este Real Madrid ciclotímico, capaz de alternar las mayores gestas con el sesteo cotidiano frente a la rutina, sea el Madrid apropiado para nuestra generación, a la que ciertos clásicos literarios pillan un poco lejanos. No obstante, el que no se conforme, que no tema: no hay que resignarse. Ya se sabe que la adolescencia es también el terreno de las grandes pasiones, las que otorgan motivación para cambios en el espíritu y el estilo. Cambios que permitan evitar la respuesta que Florentino Ariza —¡Justamente Florentino! ¡Quién puede negar la condición madridista de la nación colombiana!— da a la siguiente pregunta:
—¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo?
—Toda la vida.
Enorme texto, aunque mi crianza deportiva se puede datar en Naranjito y el Mundial 82. Antes sabia que habia futbol y otros deportes, pero pasaban fundamentalmente inadvertidos.
Messi no sera eterno, en el sentido en que un dia dejara de jugar, lo cual sera a la vez una pena y un alivio. Quiza seria solo una pena si, como madridista que soy, se dedicara a jugar en otro equipo – por ejemplo su club de origen, Newell’s Old Boys.
Pasarán los tiempos del cólera y el amor volverá a fluir libre y dichoso. Y las ligas volverán al Real Madrid, los amantes sempiternos están condenados a reencontrarse. Palabra de «Pureta».
A los que nos gusta más el fútbol que los fracasos de los rivales, también disfrutamos a Messi y le sufrimos a la vez. Leo es como los masajes prostaticos.
Pablo, ya sabía que eras bueno, pero te superas. Como nos ha superado siempre ese «condenado bajito».
Con todo, debemos disfrutarlo mientras podamos, aunque sea para renegar de nuestra desgracia.
Día premonitorio de lo indigestas que pueden ser las almendras amargas si se toman en exceso y del acierto del análisis que Pablo hace en este artículo lleno de sabiduría futbolera y calidad literaria; sin duda mereces que te consideren digno de publicarte tus escritos y con ellos prestigiar también a quien los publica.
Día premonitorio de lo indigestas que pueden ser las almendras amargas, si se toman en exceso, y lo acertado del análisis deportivo que Pablo hace en este artículo, lleno de sabiduría futbolera y calidad literaria. Sin duda alguna, mereces que te consideren digno de publicar tus escritos y enriquecer así también a quien te lo propone.
[…] madridistas millennials, como ya se explicó en otro artículo, poseemos unas características generacionales diferentes al resto de la hinchada blanca. Crecidos […]