Hay desdichas que se ciernen lúgubres sobre nosotros, que nos oprimen y nos llenan de angustia, que logran que un distendido momento de asueto en forma de cena entre amigos, pase a ser un esperpento, un mal trago, una tortura…. ¿En qué momento aciago de la historia de nuestro país, país de una milenaria cultura gastronómica, alguien pronunció la frase “No, lo ponemos todo al centro y así probamos todos de todo” y los comensales no solo no se negaron ni huyeron precipitadamente por las ventanas sino que consintieron tal desatino?
Quedar para salir de cena y sentir que voy sentado en un coche fúnebre de aquellos de los de candelabros de velas con una levita y chistera, es todo una….porque me pregunto, en voz baja, por supuesto, para no ser señalado, por qué que alguien deguste a sus anchas el manjar que cuidadosamente ha elegido con esmero tras regodearse con su imagen mientras se dirigía al restaurante es un acto reprobable de persona sin cultura y, sin embargo, meterle mano ansiosamente a todo plato que haya sobre la mesa, cercano o lejano, y obligar a todos los comensales a degustar bocados pequeños de cosas que, ni han elegido ni elegirían jamás es lo más; me pregunto —mentalmente, por supuesto—, por qué llenarte la boca de minúsculas porciones saladas, dulces, agrias, marinadas, especiadas, caramelizadas, ahumadas y lo que se tercie es chic, cool, trendy, cosy y guay en vez de considerarlo según los sacrosantos cánones establecidos por “Aquellas Que Todo Lo Saben y Jamás Se Equivocan”, es decir, nuestras madres, algo propio de niños zanguangos, maleducados, golosos y agonías…¡Ah, debe ser eso!
Usted, señor hipster de camisa a cuadros abrochada hasta arriba y chaleco de raso negro recibió más de un sopapo, tal y como establecían las leyes de la época, por meter mano en plato ajeno y sublima ahora sus traumas infantiles con una orgía de platos rebañados en manada hasta la extenuación. Me pregunto, he de confesar que ya con el rostro cubierto de lágrimas, que por qué acabar un chuletón con guarnición de setas y patatas al horno, tú solo y a cara de perro, como Dios manda, es de una mala educación grosera y pueril…snif… ¿Por qué, oh, Señor, he de contemplar sufriendo en silencio cómo se trocea inmisericordemente en nueve partes mi chuletón? (¡¿Es que nadie ve mis lágrimas?!)
Y mientras mi maltrecho corazón se deshace a jirones, desgarrado por la pena, viendo cómo se va aquello que ya nunca será, voces a mi alrededor, tan ajenas a mi desdicha como inasequibles al desaliento, me recuerdan que me han guardado un poquito de ese plato del final o de aquel otro, platos que ya han sido vorazmente atacados y de cuyas cuidadas formas originales que combinaban en alegre sintonía texturas y colores no queda más que una inapetecible mínima amalgama carente de sugerencia alguna y que siendo muy benevolentes, y por caridad cristiana, no incitan a otra cosa que no sea huir despavorido mientras coloco un pañuelo, de lino por supuesto, en mi boca, para no volver jamás, pero he de quedarme y aceptar el bocado inmundo como los corderos lechales aceptan su degollamiento, y luego, tras el suplicio, al llegar a casa, y tras caer derrotado en la cama, en mis sueños, en mis agitados sueños que como a Gordon Pym me zarandean febrilmente en la noche, se me aparecen aquellos comensales que pudieron cambiar la Historia, trinchando a aquel insensato al grito de ¡Fuente Obejuna! ¿Quién mató al hipster mamón? ¡Fuente Obejuna, Señor! Y entonces comienzo a distenderme y a conciliar el sueño, a dormir como un bendito con la satisfacción del deber cumplido.
Di que sí machote. Si ves que la cosa se pone chunga, pídete un bocata de camalares y cómetelo mientras caminas por la calle con mirada desafiante y barbilla graseante.
Ovación, vuelta al ruedo y las 2 orejas del hippster
Debo discrepar.
Aun diría más: necesito discrepar.
Los platos al centro son un avance fundamental en nuestra civilización, un salto cualitativo similar a la invención de la rueda, la penicilina o el metacrilato.
Los platos al centro nos evitan la enojosa decisión de optar por un plato único, constituyendo así una diferencia clave con la monogamía habitual de nuestra existencia: una pareja, un trabajo, un equipo de fútbol. Frente a esa fidelidad, ora natural, ora forzada, los platos al centro son una raya en el agua, una cana al aire, una suerte de poliamor gastronómico con el plus añadido de la aceptación social, bonus indispensable para los morigerados de corazón (que somos mayoría).
Vivan (por siempre) las papás aliñás, el pulpo a la gallega y las croquetas de puchero al centro, y vivan también esos platitos individuales engendrados por sus madres centrales, policromos, poliformos y polisabrosos, que celebran una fiesta en nuestro paladar a la par que son símbolo del fin del individualismo feroz que nos consume.
¿Estimado? Sr. Piero:
Llamar «avance» a comportarse como una bandada de primates es ser absolutamente indulgente con sus congéneres. Se empieza compartiendo un plato de alcachofas salteadas a la pimienta con salsa de Oporto y, sin darnos cuenta, las extremidades superiores sufren un alargamiento que, interiormente agradecemos, ya que usaremos para nuestra correcta desinsectacion, tanto propia como ajena… Se. Piero, bajese de ese carro al borde de un precipicio, de ese navío envuelto en llamas y retorne a la senda de la cordura porque nunca es tarde.
Tomás, platos a cada comensal y cuenta al medio. Buena manera de mantener estómago sano y amistades duraderas. Estoy contigo, tron.
Yo me uno cual Atila , el plato al centro es como una orgía donde puedes gozar de todo cuerpo que allí se encuentre .
¿No va el tío y habla de gastronomía?
Me has chafado el plan, que lo sepas, así que busca padrino y pon fecha y hora…???
¿No va el tío y nos escribe sobre gastronomía?… Pues que sepas que me chafaste el plan, así que busca hora y padrino machote.
Aun a riesgo de que ustedes me asimilen al ciudadano Rivera, diré que en el centro está la virtud. Ni tanto ni tan calvo. O, lo que es lo mismo, ni Mario Vaquerizo ni Raúl Sender.
Lo suyo es entregar nuestros instintos más primarios al plato principal que ha de ser único e intrasferible pero con los primeros podemos dar rienda suelta a nuestra sofisticación y sacar partido de nuestra urbanidad. Esa misma sofisticación que nos separa de otros mamíferos como los canes o los félidos. Al igual que hemos aprendido a hacer nuestras necesidades en un sitio adecuado y canalizarlas para que no interfieran en nuestro entorno, podemos disfrutar de un surtido de entrantes compartidos que estimularán nuestro sentimiento de estar compartiendo algo más que chasquidos, carraspeo y rechinares de dientes.
¡Totalmente de acuerdo!
El señor autor tiene toda la razón del mundo. Puedo tolerar un término medio, pedir algo para el centro que sea un acompañamiento, pero mi punto principal es mío y mío solamente. Estoy dispuesto a defender mi plato tenedor en mano, aviso. Si te gusta lo que yo he pedido, haber pedido lo mismo.
Ovación, vuelta al ruedo y las 2 orejas del hipster para Don Tomas
Puedo aceptar, previo consenso, compartir unos aperitivos. Se deben dar condiciones como asegurarse de que a todo el mundo le gusta lo que se pida y que todo el mundo tenga acceso a la misma cantidad de comida. Suele darse el caso de que quien sugiere pedir para el centro de la mesa se sitúe, precisamente, en el centro de la mesa, dominando todos los platos. Y encima sera el que sugiera, tras pedir 2 postres y varias bebidas, repartir la cuenta a partes iguales.
Pasados los aperitivos, mi plato principal es mio y solo mio. De nadie mas. Me comprometo a defender la integridad territorial de mi plato y la totalidad de su contenido tenedor en mano. Solo si yo ofrezco una porción la visita sera aceptada.
Estoy con don Tomas.
No podía ser de otra forma: gente sensata y cabal ha abrazo mi teoría del centroplatismo. Como suele suceder en estos casos, lo más pertinente es pasar de la mera teoría a la religión y autonombrarme su sumo sacerdote, ahora que está el puesto vacante. En calidad de tal, he pergeñado esta oración central del Centroplatismo, sin inspirarme en plegaria preexistente alguna.
Plato nuestro que estás en el centro,
Santificadas sean tus gambas,
Venga a nosotros tu queso.
Hágase tu croquedad, así de setas como del puchero.
El pan nuestro de cada día, déjalo ahí, en el centro.
Ayúdanos con nuestras deudas, compartiendo la cuenta entre varios deudores.
No nos dejes comer sin un buen cazón.
Mas líbranos del mal
JAMÓN
Pese a lo lucido del segundo comentario del Sr Piero, no puedo estar de acuerdo con el.
Puedo aceptar, previo consenso absoluto entre los comensales, poner unos entrantes o unos aperitivos en el centro de la mesa. Pero deben estar bien distribuidos para que todos los comensales alcancen y tengan acceso al amisma cantidad que ese que se pone en el centro, dominando todo con su tenedor, y que seuele ser quien propone la centralidad de las raciones.
Terminada esa dura negociacion, tengamos todos claro que mi plato principal es mio y exclusivamente mio, y que los limites territoriales y sus contenidos seran defendidos tenedor en mano ante cualquier intento de entrada. Solo en el caso de que yo ofrezca porcion alguna sera bienvenido un tenedor ajeno.
Para reconciliase consigo mismo, piense vd. que siempre podría haber sido peor. Imagine tener amigos veganos (o de esas estirpes «raras») y que la nimia porción de suculento chuletón con setas que le corresponde hubiera sido suplantado por una no menos suculenta crema fría de coliflor, unas alcachofas en vinagre o una hamburguesa de tofu.
O lo que es aún peor. Imagine por un momento que, conocidas sus reticencias a compartir mesa, mantel y platos con sus amigos, estos deciden darle «plantón» (como a las ballenas ;)… No hay nada más triste que una velada en solitario sin nada más que llevarse a la boca que un bocadillo de mortadela o chopped pork.