Llega el Madrid a la Final Four con una estela de razonable optimismo, ligeramente ensombrecida con alguna incógnita. Tras una temporada liguera a rebufo del espartano Barcelona de Pesic, el bache del equipo culé —eliminado de la Euroliga y caído a la tercera posición en la competición doméstica— permite a los blancos acudir a Vitoria como líderes de la Liga Endesa, con la cabeza alta y despejada, centrados en la guerra sin cuartel que aguarda frente a rusos y turcos.
Precisamente, el factor mental supone la clave que va a determinar las posibilidades del conjunto blanco en la Final Four. Sobre todo en la figura de Llull, últimamente presa de cierta dificultad para anotar que muchos atribuyen a su incapacidad para encontrar sensaciones previas a su grave lesión de rodilla. No parece, francamente, que sea el caso: las tribulaciones que influyen en el menorquín suelen ser internas. Existen dos versiones del jugador, una comprometida en defensa y de naturaleza más coral, integrada en el equipo y multiplicando el rendimiento de todos, y otra más individualista, asumiendo un protagonismo excesivo en el tiro que puede mejorar sus números pero disminuye la fluidez global. Según qué Llull nos encontremos, el guion de la semifinal contra el CSKA será muy distinto. Su compañero en el puesto de uno, Campazzo, aun con el sobreesfuerzo físico que acarrea a cuestas, ofrece menos incertidumbre. Puntos, dirección, cancherismo y defensa agresiva sobre el bote del base rival: Chacho —parece que llegará— y De Colo estarán incómodos.
En la pintura, el Madrid se presenta con un Tavares sobrecogedor, pleonasmo. Si logra controlar las personales, su capacidad de intimidación —siete tapones en el último encuentro— es una de las mayores bazas del juego interior madridista. No hay muchos pívots en Europa que cambien tantos tiros en el ataque rival por su mera presencia. Por otro lado, el fiable rendimiento que Ayón y Thompkins suelen brindar en estas citas deberá acompañarse de un plus en el rebote, verdadero agujero preocupante por el que se pueden escapar muchas de las opciones. Randolph jugará su partido particular, y ya se verá si sale cara o cruz.
Los exteriores aportarán a la manera de Kropotkin, cada cual según sus capacidades y necesidades. Causeur tiene fama de frío, pero el año pasado demostró con 17 puntos ante el Fenerbahçe que en una fase final los tópicos sirven para poco. Taylor se ha asentado en su labor de perro de presa, y, si logra subir un poco la autoestima ofensiva –el complejo resulta lógico si entrenas el tiro con semejantes compañeros—, tendrá muchos minutos en cancha. De Rudy, el mejor defensor exterior de Europa, poco se puede añadir: esta temporada se ha encontrado cada vez más cómodo en la faceta anotadora, y ha conseguido convertir sus problemas de espalda, losa definitiva para la carrera de casi cualquiera, en una pieza de atrezzo. Por último, todos esperamos un momento Carroll en alguno de los dos partidos, siempre y cuando los árbitros dejen de tolerar la caza al mormón como el deporte preferido de los rivales, como en tantas ocasiones previas.
Se espera una marea turca en Vitoria, pero el Madrid está acostumbrado a ambientes hostiles en ese pabellón. Para Laso se trata de la oportunidad de la enésima consagración, aunque esta vez en su hogar. El entrenador, inexplicablemente discutido de manera periódica, ha alcanzado la madurez suficiente —incluso estética, con esa carismática barba a lo Sean Connery— como para abstraerse del monstruo voraz de expectativas que rodea a la sección. La tercera Euroliga en cinco años pondría el broche a un ciclo extraordinario, que, solo por las siete presencias en la Final Four los últimos nueve años, ya es leyenda del club. Que vuele el balón.
Muy buen análisis Pablo. Hala Madrid!