Ada Hegerberg no irá al Mundial de Francia, que se celebrará del 7 junio al 7 de julio. Y su ausencia no se debe a una lesión ni a un descanso programado. Su ausencia se debe a una decisión que ha tomado en consonancia con sus principios. Y con su lucha.
La actual Balón de Oro dejó de ir con la selección noruega en agosto de 2017, pero no fue hasta un mes después cuando descubrió el motivo real de su descanso: la igualdad entre mujeres y hombres en el fútbol. «Respaldo el juego igualitario porque quiero que todos, especialmente las chicas, confíen en que el fútbol es para ellas», dijo. La federación de su país se puso a trabajar tras el toque público de atención y en diciembre ya se había llegado a un acuerdo para romper la brecha salarial: mujeres y hombres cobrarían lo mismo por jugar con la selección noruega.
Decisión pionera y acorde con la cultura del país escandinavo (quinto en el mundo con menor Índice de Desigualdad de Género). Pero insuficiente a ojos de la que es hoy mejor jugadora del mundo. Porque no todo es dinero. Los salarios asimétricos son sólo la punta del iceberg de la desigualdad en el mundo del fútbol, asentada sobre prejuicios, estereotipos y obstáculos (todas razones de orden cultural). Y sólo removiendo esa base se puede lograr una igualdad real y efectiva. Bien lo sabe Hegerberg, que resume sus demandas en «profesionalismo y preparación»: un estatus profesional para las jugadores (lo que significaría derechos laborales) e instalaciones y trabajo de base con las más pequeñas, para que puedan llegar tan alto como quieran, no hasta donde les diga la sociedad.
La amenaza de un Mundial sin Hegerberg se certificó el pasado jueves, cuando el seleccionador Martin Sjögren dio la lista de las convocadas. No estaba la Balón de Oro, como no estuvo en las anteriores citaciones. La Federación intentó convencerla reuniéndose con ella, pero no puso en marcha toda su artillería para poner los cimientos de lo que la jugadora busca: la igualdad.
Lo de la noruega no es un gesto de cara a la galería, es una denuncia que implica una renuncia personal: no jugar la competición a la que todas aspiran: el Mundial. Y pone sobre la mesa un debate que debe hacer reflexionar al mundo masculinizado del fútbol: que no todo es dinero. Que no es (sólo) el dinero.
Pues respetando todas las posturas, creo que hubiese sido más efectiva una reivindicación desde el propio terreno de juego que renunciando a ir al Mundial; sin ir más lejos, la mirada despectiva y el plantón con el que respondió al baboso animador de la última gala del balón de oro (que no sé como se llama, ni voy a perder 1 minuto de mi vida en saber su nombre) cuando le propuso hacer un tuerking (o como se escriba) sobre el escenario de la gala, hizo más por la visibilización de la demanda de respeto a las mujeres que su negativa a acudir al evento deportivo. Esa imagen seguro la vieron millones de personas, pero si hoy no hubiera entrado a leer tu artículo ni me hubiera enterado de que ha renunciado a su selección de cara a un mundial.
Yo creo, y es solo mi opinión, que, como uno de los máximos referentes del deporte femenino, hubiera contribuido más a la causa animando a sus compañeras y adversarias a visibilizar su demanda, por ejemplo, al inicio de los partidos, intercambiando banderines entre las contendientes o saliendo al campo con pancartas con un lema adhoc o incluso, retrasando x minutos el inicio de la disputa del partido tras el pitido inicial; algo que sea recordado para la posteridad con lo que identificar la causa de su protesta.
La verdad, no imagino a los integrantes del equipo USA de Atletismo, en las Olimpiadas de México del 68, quedándose en casa en lugar de visibilizar la lucha del BlackPower. Si hay una imagen icónica de esos juegos, a parte de la introducción del salto Fosbury y de los 9,90 de Bob Beamon, es el puño en alto con el guante negro sobre el podium olímpico.