Es imposible no hacer analogías con las elecciones, aunque deberíamos evitarlas. El Real Madrid es un club de fútbol y sus aficionados son demasiado diversos como para encontrar en ellos una tendencia política. En su juventud, y ya está bien relatado, el club estuvo vinculado a la República y contó con un presidente inequívocamente republicano, sustituido luego por un militar comunista. Años después, Raimundo Saporta hizo un canto al pragmatismo y declaró que “el Real Madrid fue monárquico en la monarquía, republicano en la República y franquista durante el franquismo”. No lo creo cierto (Saporta llegó al club en 1952), pero no se puede luchar contra una buena frase.
No hubo una disputa política en el estadio de Vallecas, sobra decirlo, si acaso social. Siempre ocurre. El enfrentamiento entre el vecino rico y el pobre es un símbolo que estimula al Rayo y que no favorece al Madrid, por mucho que vista de rojo y que tuviera pensamientos del mismo color en algún momento de su historia. Pero tal vez me esté complicando demasiado la crónica. Lo que sucedió es más simple. A este Real Madrid que se extingue como se agota la temporada cualquier equipo le sale respondón. Y quizá el Rayo no sea cualquier equipo. Como tampoco lo es el Huesca. No se recuerda una resistencia tan heroica entre equipos que parecían condenados al descenso desde hace semanas.
Si el Rayo es casi por definición un equipo rebelde, la presencia de Paco Jémez en el banquillo lo convierte en revolucionario. El Rayo no practica ninguna de las prudencias de quienes sienten en su nuca el aliento del descenso. Al contrario. Juega con una ilusión infantil y muchas veces temeraria. Para su fortuna, el Madrid, o lo que queda de él, no da miedo a nadie. Ni Mariano ni Bale, delanteros titulares, supieron sacar ventaja de las llanuras solitarias, casi campos de Castilla, que los rayistas dejaron a sus espaldas en su afán por atacar. Ninguno aprovechó los pases de Ceballos o la energía del inicio. En otro tiempo, no tan lejano, un partido así de abierto habría desembocado en un festín de goles. El problema es que nadie piensa ya en esta temporada, y nadie se siente responsable porque nadie se siente seguro. Que lo arregle Hazard, deben pensar algunos.
El penalti de Vallejo que propició el gol del Rayo fue descubierto por el VAR y hay poco que discutir. No fue un agarrón flagrante, pero mal haríamos en ponernos a medir ahora la intensidad de los agarrones, las zancadillas o los codazos. Terminaríamos por discutir sobre el sexo de los ángeles o sobre sexo en general. Fue penalti y lo marcó Embarba.
Con casi 70 minutos por delante, el Real Madrid fue incapaz de reaccionar como se espera de un equipo que todavía es campeón de Europa. Apretó, es verdad, pero no se distinguió en exceso del Rayo. Mejoró con Brahim, también es cierto, aunque no fue suficiente, ni relevante, sospecho que la mediocridad es tanta que ya nos conformamos con poco.
El árbitro añadió seis minutos a los 90 reglamentarios y reavivó el tópico sobre los vecinos pobres y los ricos. No cambió nada, sin embargo. El Rayo sigue con vida a falta de tres jornadas que el Madrid seguirá jugando sin alma. No tiene nada que ver, las elecciones y el partido son hechos sin conexión, pero alguien dirá la frase antes de que la escriba yo: ganó el PSOE y venció el Rayo.
Final Rayo-Madrid 1-0.
Victorias del Rayo ante el Madrid:
3-2 en 1977
2-0 en 1992
1-2 en 1996
1-0 en 1997
1-0 en 2002 (Copa)
1-0 en 2019— Pedro Martin (@pedritonumeros) April 28, 2019
[…] la salvación ni ganando los dos partidos que restan… Después de la vida extra que consiguió ante el Real Madrid, hoy el Rayo disponía de una oportunidad extraordinaria para convertir la permanencia en una […]