Sucedió en este día y a estas horas, un 19 de abril de hace treinta años. El Real Madrid sucumbió 5-0 en San Siro y los madridistas de entonces, camino de la cuarta liga consecutiva (qué tiempos), descubrimos que todo había sido un sueño (o casi), que existía otro fútbol de rango superior que anticipaba una nueva época y que nunca ganaríamos a ese Milán. No diré que perdimos la inocencia porque algunos la teníamos bien perdida, pero sí despertamos ante una realidad cruda y cruel: el fútbol había cambiado. Los defensas ya no eran como Chendo, sino como Maldini. Hugo se había quedado pequeño ante la grandiosidad de Van Basten y Gallego era un jugador antiguo en comparación con Baresi. Ni siquiera Schuster se podía equiparar a Rijakaard. Nadie resistía el contraste con su par. Tampoco Beenhakker con Sacchi.
Fue algo más que un baño. Fue la destrucción europea de La Quinta, un grupo destinado, o eso creímos con absoluta convicción, a ganar la Copa de Europa. De hecho, aquella era la tercera semifinal consecutiva. En la primera, el Bayern fue el verdugo. En la siguiente, el PSV se alió con el cielo o con el diablo para empatar en el Bernabéu (1-1) y resistir 90 minutos de asedio en el Philips Stadium (0-0). Contra el Milán tocaba pasar. Nadie podía imaginar que aquel era el comienzo de un equipo de época, el Milán de Sacchi, ganador de tres Copas de Europa en cinco años.
La ida fue un preludio del desastre. Sólo el orgullo y el Bernabéu permitieron al Madrid salir con vida. Pero la esperanza es testaruda. Además, superar al Milán era casi tanto como levantar el título (se reirán en Barcelona); el Steaua había ganado 4-0 al Galatasaray en la ida y esperaba adversario para la final. Ahí se interrumpe la conexión con el mundo de los pony voladores.
La vuelta en San Siro fue la confirmación de la hecatombe. Ancelotti abrió la cuenta con un tiro que Buyo hizo mortal; se lo comió, para entendernos. A partir de ahí todo fue de mal en peor. Eran más fuertes, más altos y jugaban a otra cosa, como si fueran de otro curso y estuvieran desesperados. Butragueño no pisó el área contraria hasta el minuto 25. La impotencia es un sentimiento mucho más terrible que la derrota, también en el fútbol. No hubo partido. Rijkaard marcó de cabeza el segundo y Míchel pudo acortar distancias, un espejismo. Los olés del estadio acabaron con los últimos residuos de nuestra dignidad maltrecha. El Madrid se fue al descanso 3-0.
A falta de 30 minutos para el final llegó el quinto gol de la cuenta y el Milán prefirió no hacer más sangre. Ya nos quedaba poca. Tuvieron piedad, y eso también duele. Berlusconi fue especialmente sádico en este sentido: “Estoy contento y triste a la vez. Muy alegre por el triunfo y la clasificación de mi equipo, pero triste por esta severa derrota sufrida por el Madrid, porque es un duro golpe para el club español y, por extensión, para mi amigo Ramón Mendoza. Lo siento mucho por el presidente”.
El Real Madrid no volvió a unas semifinales de la Copa de Europa hasta 1998, la temporada de la Séptima. La Quinta se disolvió como un prodigio de cobertura nacional y quienes presenciamos aquella derrota todavía localizamos perfectamente la cicatriz. Entre el corazón y la juventud.
Se les pasó comentar… Menudo paquete BUYO!!