Hay gente de la que es imposible olvidarse. Aquí está uno de ellos: Manolo Saiz, que fue uno de los jefes del ciclismo en la época más alta del ciclismo en España. Un hombre que no consentía la indiferencia y que tenía verdadera personalidad. Fue capaz de crear un equipo como la ONCE en el que no se dejaba nada al azar. Hoy es un hombre de 59 años que vive en Torrelavega, que ya tiene una nieta y que echa de menos la carretera. Hace trece años desde la última vez. Pero hay deseos tan fuertes que el tiempo es incapaz de matarlos. Por eso busca patrocinadores para reeditar un equipo como la ONCE treinta o cuarenta años después. «Merezco otro tiempo», insiste.
—No me olvido de usted.
—Bueno, marqué una trayectoria. Hice innovaciones. Aposté por un ciclismo diferente y luego están todos esos para los que yo era un diablo, lo que me obligó a convivir con las dos cosas. Pero de los más de 115 ciclistas que tuve no hubo no hay nadie, ninguno, que hablase mal de mí…
—Yo también escuchaba decir que era usted un diablo.
—No es así. Yo era un trabajador, un hombre que dedicó mucho tiempo altruista al ciclismo y que como presidente de la Asociación de Equipos Profesionales un día me di cuenta de que estaba descuidando cosas de mi equipo. Pero eso era por amor al ciclismo, que te hacía descuidar todo lo que no fuese el ciclismo. Hasta la vida, hasta la familia…
—¿Y merecía la pena?
—Pero yo creo que nos pasa a todos los profesionales y es algo que es así, que le va a quedar a uno de por vida. Yo me doy cuenta ahora que tengo una nieta y hablo todos los días con ella… Sin embargo, en aquellos años yo llamaba por teléfono a casa y hablaba sólo con mi mujer, casi nunca con mis hijos. Pero tuve una familia extraordinaria que aceptó cual era mi trabajo.
—Había que ganarse la vida.
—Bueno, yo le puedo decir que mi padre trabajaba en Sniace, en una fábrica a 400 metros de casa, y prácticamente no le veía nunca. Entraba a trabajar a las ocho de la mañana y no venía hasta las tantas a casa porque debía meter horas, porque las profesiones son así. En el fondo no somos tan diferentes.
—¿Y compensa?
—Compensa porque ves como la familia ha salido adelante: yo tengo una hija que trabaja en la administración pública y un hijo en una empresa privada, en temas de arquitectura y aparejador, y me siento muy orgulloso. Pero también sé que si yo hubiese sido un obrero de una fábrica hubiesen salido adelante igual. Al final, la voluntad puede con todo.
—¿El ciclismo fue un ejemplo para sus hijos?
—Sí, porque convivieron con muchos ciclistas, con gente como Herminio, como Chozas, como Jalabert, que pasaba temporadas en casa o cerca de casa conviviendo con nosotros. De ahí mis hijos aprendieron el esfuerzo que ponía ese hombre por intentar ser el mejor en su profesión. No hacía falta que les dijese nada. Era algo que veían ellos con sus propios ojos: todo ese trabajo, toda esa disciplina…, eso no se olvida nunca.
—¿No tiene miedo a la nostalgia?
—No. Aún me pueden las ganas de ver ciclismo, de aportar cosas nuevas. Aún sigo teniendo la sensación de que voy a encontrar un sponsor para volver y por eso no dejo de intentarlo, porque creo que el ciclismo está huérfano de gente que diga cómo se pueden hacer las cosas mejor. Quiero defender mi idea. Necesito hacerlo. Puedo hacerlo.
—¿Es usted un maestro?
—De alguna manera todos los entrenadores, todos los preparadores físicos, lo son.
—¿Qué le queda por enseñar?
—Veo el resto del mundo y siento que en España el ciclismo se queda cojo… La labor del maestro no es dar la razón al ciclista, sino enseñar las lecciones. No se puede decir a uno todo lo que quiere escuchar porque entonces siempre le va a faltar algo. Por eso creo que puedo volver y no dejaré de buscar sponsors…
—¿Y no desanima no encontrarlos?
—Somos un reflejo de una sociedad en la que todo es difícil… Mire, yo no pido grandes cosas. Me remito a cuando empecé en la ONCE. Al principio éramos pequeños. Pero nos acompañaba la motivación de crecer y supimos cómo hacerlo. El secreto es empezar con poco y alcanzar mucho y me niego a pensar que ha pasado mi época.
—¿Qué edad tiene?
—59 años…
—¿Y no es tarde?
—No es tarde, no. Insisto. Es más, aún puede ser pronto. Mire, me han hecho perder años de vida, se me ha intentado hacer daño, pero no han conseguido que yo piense que esto se ha acabado para mí. No, no se ha acabado y cuando coincido con aquellos ciclistas de mi equipo, con Zulle, con Breukink, con Neil Stephens…, siempre lo dicen, ellos mismos me lo dicen, Manolo, tú sitio está en el ciclismo.
—¿Y qué fue de ellos?
—Pues han encontrado su sitio en la vida. Zülle es comentarista de la televisión suiza, Breukink es mánager…, en general la gente siempre acaba encontrando su sitio, pero es verdad que siempre hay alguno, como el caso de Herminio Díaz Zabala, que no. Y eso es lo que molesta. Él tiene un hotel y no es que le vaya mal, pero su sitio debería estar en el ciclismo porque tiene buena cabeza y, sin embargo, está fuera.
—Y es difícil vivir fuera…
—No es fácil conformarte con lo que ves por televisión, porque quieres más. Necesitas más. Pero aun así es difícil que a uno le quiten la vocación. Por eso no dejo de reciclarme ni de pensar en el futuro ni de ver cómo evoluciona el ciclismo, porque entiendo que el olfato que tenía para detectar buenos corredores…, eso no se va a perder nunca.
—¿Cuál fue la última vez que cogió el volante?
—Fue en 2006, en el Tour de Romandia en el que Contador ganó una etapa y tenía que haber ganado la carrera. Aún lo tengo grabado porque es un recuerdo, mi último recuerdo en el campo profesional. Después, en amateur sí he dirigido, pero en lo profesional fue Romandia hace trece años y el caso es que parece que fue ayer.
—¿Por qué salió tan mal?
—Porque esto es así. A veces, la vida es así. Hoy te demonizan y mañana te vanaglorian. Pero si uno no entiende esto no entiende a la sociedad.
—Siempre quedará la sombra del dopaje.
—No estoy de acuerdo. El ONCE fue el equipo más limpio y se lo digo porque no sólo conocía a mi equipo. Como presidente de la UCI, sabía lo que pasaba en todos y le puedo prometer que no había ninguno como la ONCE. Pero la diferencia es que los equipos franceses se llevaban las medallas del Gobierno francés por lo que yo siempre pensaré que fueron unos traidores.
—¿Por qué no lo decía entonces?
—Lo dije en todo momento. Nunca cerré la boca. Soy incapaz. Quién me conozca… Cuando se trata de luchar… Nadie puede decir de mí lo contrario. De hecho, hay muchas ventajas, que todavía perduran en el ciclismo de hoy, que fueron conseguidas por mí como presidente de la UCI y eso no debería olvidarse. Yo no lo olvido.
—¿Le faltó ganar el Tour?
—Nunca te falta nada. Uno es víctima de sus defectos y servidor de sus virtudes. Mire, gané siete Vueltas a España y fui tres veces segundo en el Tour. También fuimos el único equipo español que llegamos a ganar una contrarreloj por equipos. No puedo decir que no estoy orgulloso. No puedo decir que no consiguiese lo suficiente, porque desde donde empezamos, desde lo que era la ONCE en el inicio… Luego, vimos hasta donde llegamos…
—¿De qué vive ahora?
—De los ahorros. He vivido de los ahorros, porque, incluso, invertí en un restaurante que coincidió con los años de la crisis y no fue bien. Así que he vivido de lo que gané en esos años en el campo profesional en los que viajaba tanto que no me daba tiempo a gastar lo que ganaba.
—¿Nunca volvió a tener un trabajo fijo en estos trece años?
—Nunca. No he vuelto, no. Y lo he buscado porque, entre otras cosas, uno tiene ese instinto de protección familiar. Pero por mucho que lo busques no siempre lo encuentras. Es difícil, pero aún tengo esa pasión: el ciclismo es mi vida.
—¿Cómo lleva los días?
—De la mejor manera. Ayudo a mi padre, que se ha quedado viudo. Tengo a mis hijos, tengo a mi mujer, tengo a mis amigos… Las horas siempre se llenan, pero claro que echo de menos la carretera, porque la carretera fue mi vida. Tuve que luchar mucho por llegar a ella y ahora…
—Uno siempre piensa que merece más.
—Al menos, yo creo que sí, ya se lo he dicho. Merezco otro tiempo y lo estoy buscando, porque no llena mi ego lo suficiente saber que puedes hacer una cosa y que no la haces. No me resulta fácil vivir así y…
Este hombre nunca fue presidente de la UCI…
Hombre, lo del equipo mas limpio… La ONCE era un equipo poderoso en la época mas dura del dopaje que se recuerde. Los que no dieron positivo de alguna manera eran asmáticos severos, y ese ventolin ayudaba a aguantar. Johann Bryunel luego fue director deportivo de Armstrong, no hace falta decir nada mas.
El problema es que el ciclismo solo castigaba y si había mucha presión al ciclista, pero ni los médicos (druidas) reincidentes ni los directores deportivos de equipos con múltiples casos de dopaje soportaban culpa ni pena alguna. Cuanto mas lejos estén del deporte, mejor.