El día que nos enteramos que Juanito tenía una tienda de deportes en la calle General Pardiñas mi hermano y yo no fuimos a comprar nada. No teníamos dinero. Fuimos para ver si coincidíamos con Juanito acompañados de papel y lapicero para que nos firmase un autógrafo. Allí, descubrimos que la ingenuidad era una trampa. El futbolista no estaba detrás del mostrador. Pero, a cambio, una de las dependientas nos regaló una fotografía suya del tamaño de una postal que nos hizo verdadera ilusión. Luego, el tiempo hizo su trabajo. El autógrafo llegó en el día que menos lo esperábamos. Fue una de esas mañanas de sábado en las que íbamos al Bernabéu a comprar las entradas infantiles que entonces valían 100 pesetas. Al cruzar la calle Concha Espina, lo memorizo como si fuese hoy: vimos salir a Juanito de la sucursal del banco, que entonces abrían los sábados por la mañana. Llevaba un jersey de lana y parecía un ciudadano más, sin problemas para manejarse por las calles. Nos acercamos a él y logramos algo más que su firma: logramos hablar con Juanito, decirle que nos apasionaba y quizá que algún día seríamos como él. Qué cosas tiene la vida.
En realidad, en aquella época los niños no necesitábamos las redes sociales para adorar a los futbolistas. Pero me parece que jugábamos con ventaja respecto a los niños de hoy. No sólo por lo que acabo de contar, sino porque las entradas infantiles para los menores de 14 años valían 100 pesetas en el Bernabéu. Sería el equivalente a tres o cuatro euros de ahora, imposible de imaginar hoy. Por eso mi hermano y yo madrugábamos felices los sábados no fuese a ser que esas entradas se agotasen. Cogíamos la calle Orense e íbamos andando desde casa hasta el Bernabéu para llegar pronto a la taquilla. Aquello nos permitió vivir temporadas en la grada de Chamartín, en esa esquina que el club reservaba a las entradas infantiles, en las que descubrimos que la admiración no nace sola. Hay que darle motivos como se los daba el ‘7’, el número’7′ del Real Madrid que casi siempre llevaba Juanito fuese en el Madrid de Boskov o en el de Di Stéfano. Y Juanito era un futbolista cómico y divertido, marcado por las flechas de la incertidumbre, que hacía cosas con la pelota que los demás no hacían. De la gente así, aunque lo intentes, no te puedes olvidar nunca. Quizás porque los ídolos son sagrados.
Juanito era un futbolista que tenía una película de cuatro rombos en los pies. Un diablo metido en la cabeza, capaz hasta de reformar el código penal. Un tipo que lo mismo hacía un gol imposible que perdía los estribos, incapaz casi siempre de hacer las paces con el término medio. Por eso es difícil escribir de Juanito y estar a su altura. Al menos, para mí, que idealizaba a un tipo como él: un regateador de los pies a la cabeza, perfecto retrato del fútbol que jugábamos en la calle en la que entonces no se trataba de pasar el balón, sino de regatear con el balón. No había fútbol más lindo que ése. Nada te dejaba tan buen cuerpo como un regate. Ni siquiera un gol: la pelota sólo era un motivo para hacer trucos de magia.
Juanito era un exponente fantástico. No importó que el Mundial de España 82 no hiciese un favor a su biografía. Tenía que haber sido su Mundial y no lo fue. No importó tampoco que fuese un hombre con tantas imperfecciones, con esa vida en la que, por lo visto, tampoco existía la rutina. Pero no importó porque en esa época uno no dejaba de escuchar que Juanito era un genio. No había nada más apropiado entonces que intentar ser como él, que encarar a los defensas que te sacaban la cabeza o que elegir el número ‘7’ porque el ‘7’ siempre será algo más que un número. El ‘7’ siempre será Juanito por originalidad y por sentimiento con la causa. El ‘7’ siempre será ese tipo que te abría las puertas de su corazón. El ‘7’ siempre será ese hombre al que nunca vimos envejecer. De hecho, hoy sería un hombre mayor de 64 años. Quizá hasta sería un entrenador jubilado. Pero esa oportunidad de verlo hoy nos la quitó la carretera de Extremadura una madrugada de hace 27 años. No nos dio tiempo ni a despedirnos de él ni a decirle ‘te quiero’ a los que le adoramos como yo o como mi hermano. Por eso somos incapaces de pensar que Juanito no fue el mejor. Al menos, en nuestra memoria en la que la infancia no se equivoca nunca. Ni siquiera al ir a buscarle a aquella tienda suya de la calle General Pardiñas.
Muy bueno y emotivo, la verdad es que juanito era como le has descrito.
Buahhhh espectacular como siempre!!! Yo también fui de Juanito, y quien no??? Con ese entrenador en el Bernabéu el Madrid sería invencible!!!!