El Real Madrid cuenta con tres himnos oficiales: el de las Mocitas, el del Centenario (Plácido Domingo) y el de la Décima. En abril de 2019 Telemadrid reveló la existencia de otro himno de 1930 que no estaba catalogado. Fue hallado casualmente por Pablo Lacárcel, un aficionado del Atlético de Madrid que trabajaba en la edición de un un disco con los 11 himnos oficiales del equipo rojiblanco. «Curiosamente lo encontré donde se editó, en la calle Tallers de Barcelona, en un anticuario. Oficialmente se editaron 20 copias, de las que sólo se ha salvado una, ni tan siquiera hay una en la Biblioteca Nacional o en la SGAE», señaló Lacárcel.

Hasta el momento, el primer himno del Real Madrid del que se tenía constancia oficial fue compuesto en 1952 por el músico Marino García González, autor de la célebre Mirando al mar soñé, y por el letrista Antonio Villena Sánchez. También intervinieron en la composición la esposa del Maestro Marino, Mercedes Amor Fariña, y el prestigioso Indalecio Cisneros, director de la Orquesta de Radio Madrid y director musical de la discográfica Columbia. Aquellas reuniones debieron ser encantadoras.

Los cito a todos y cada uno porque el himno primigenio hizo algo más que ponerle ritmo de pasodoble a las tardes de Chamartín; durante décadas aportó imagen de marca y alumbró un ideario. Observen. Cuando Antonio Villena escribió “de las glorias deportivas que campean por España…” o cuando se refirió a “los laureles” que son mirados con “respeto y emoción”, imaginó unos éxitos que todavía no existían. El Real Madrid había ganado hasta entonces dos Ligas (1932 y 1933) de las 19 disputadas, ninguna desde la Guerra Civil. En los primeros 16 años de franquismo, el club sólo había levantado dos Copas (1946 y 1947). Como se puede apreciar, la única dictadura que impulsó al Real Madrid como club de fútbol fue la de Di Stéfano.

Pero volvamos al himno. Al mencionar Villena a “los veteranos y noveles” introduce lo que será una política deportiva que culmina medio siglo después con los Zidanes y Pavones. En esa misma estrofa se puede interpretar una clara alusión a la cantera, aun antes de que la cantera existiera. El prodigio es considerable, tanto como si la historia de Francia se hubiera construido a partir de La Marsellesa, y no al contrario.

Bernabéu encargó para el 50 Aniversario un Libro de Oro que pretendía ser la Biblia del club (más bien el Antiguo Testamento) y, sin embargo, la verdadera doctrina de la institución reside en la letra de un himno que fue obra de un letrista de fandangos y canciones para tunas (Las cintas de mi capa).

En la alusión a las “mocitas madrileñas” cabe un universo que todavía no se ha explorado. De hecho, son ellas las que han terminado por dar título a la composición para distinguirla de los himnos del Centenario y de la Décima. La denominación no es rancia, o no lo era en la primera mitad del Siglo XX. En 1913 se estrenó el sainete Las mocitas del barrio, “escenas madrileñas de mucho color, urdidas para acomodar la rica y castiza música de Chueca”. En 1937, el ABC, todavía y por breve tiempo republicano, habla de las “mocitas serranas y madrileñas” que despiden a los soldados que se marchan al frente. La nota sería deliciosa si no fuera sencillamente trágica: “La ceremonia tuvo lugar en el jardín del convento que perteneció a las esclavas –hoy liberadas– del Sagrado Corazón de Jesús; de Jesús, cuyo corazón fue siempre, indiscutiblemente, rojo”.

Sin entrar en lo que la expresión tenga de machismo de otro tiempo, que lo tiene, la presencia femenina en un himno futbolístico y en un entorno eminentemente masculino es un hecho que convendría resaltar. Antes de renegar del viejo himno, el Real Madrid, tan vanguardista en el marketing, haría bien en añadirle una guitarra eléctrica.

A la postmodernidad del himno contribuye que el cantante fuera José de Aguilar, un manchego de Tomelloso que había sido perseguido por homosexual y que había ganado fama con la canción María Cristina me quiere gobernar. Tanto le impresionaron a Luis Mariano sus condiciones de tenor lírico, que se lo quiso llevar con él a París, se supone que para cantar a su lado, no piensen mal. En 1974, Aguilar escribió junto a Ángel Currás el himno del Atlético y lo grabó como había hecho 22 años antes con el del Real Madrid o con más ahínco, porque se confesó colchonero. José de Aguilar falleció el 18 de abril de 2000 y en su esquela no se hace referencia a sus lazos con el fútbol madrileño. Sus apenados familiares y amigos, tal vez por no discutir, optaron por el apelativo de “La voz de oro de la radio”.

El caso es que el himno de Antonio Villena formó parte del inicio de una nueva era. Todo giró en torno a los fastos que acompañaron las Bodas de Oro del club. Bernabéu las quiso conmemorar a lo grande y se programaron un sinfín de actos, no sólo deportivos. Se celebró una corrida de toros, una función de teatro y una proyección cinematográfica (De Madrid al cielo, de Rafael Gil). Se lucieron las secciones deportivas del club y para la organización de un torneo internacional de baloncesto se contrató a un joven Raimundo Saporta, un visionario de la gestión deportiva, clave en la historia de la entidad.

El plato fuerte de los festejos fue el torneo triangular de fútbol. En principio, Don Santiago quería un equipo inglés y otro argentino. Al fracasar las negociaciones, pensó en un adversario italiano y otro austriaco. Pero el destino tenía otros planes. Finalmente, se contrató al Norrköping sueco y al Millonarios colombiano. En este último jugaba un muchacho de 25 años de nombre Alfredo Di Stéfano.

Mucho tiempo después, Di Stéfano confesó que lo primero que le llamó la atención del Bernabéu fue el himno. Así se lo explicó en 2014 a la periodista de AS Carmen Colino: “Lo que más gracia nos hizo fue la canción de las ‘mocitas madrileñas’. Nos reíamos y decíamos: ¡Mirá lo que cantan aquí!”. Para completar la carambola cósmica, Di Stéfano fue quien empezó a dar sentido a la letra.

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