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Diego Costa: falló el jugador y falla el reglamento

Desde la entrada en 2015 del nuevo Código Penal, las injurias leves se han despenalizado, lo que significa que ya no se celebran juicios por insultos, que han pasado a ser una falta administrativa que se resuelve por la vía civil. Desde el punto de vista legislativo, podemos afirmar que el insulto es algo tan frecuente que ha perdido relevancia jurídica. Llamar imbécil, payaso o chulo a un funcionario de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (cito los insultos más habituales) se castiga con multas de 100 a 600 euros, pero las sanciones no se suelen ejecutar salvo que exista resistencia a la autoridad. En ese caso, pueden alcanzar los 3.000 euros.

De tanto insultar, el insulto ha perdido intención y cualquiera vale para desahogarse o injuriar al prójimo. “Hijo de puta”, “gilipollas” o “cabrón” son términos intercambiables, aunque no lo eran en origen, y no se alteran significativamente si los hacemos más descriptivos: “Hijo de la gran puta”, “pedazo de gilipollas” o “cabronazo”.

Entre los muy diversos tipos de insultos, los exclamativos merecen mayor condescendencia. Quien se engancha cualquier parte de su anatomía con una cremallera es difícil que exclame “mecachis”, aunque siempre hay excepciones. En cierta ocasión, Alfonso Ussía relató que la reacción de un tío suyo de exquisita educación al ser aguijoneado por una avispa en los genitales fue entonar una canción tradicional. Pero este caso es una rareza.

El único lugar donde los insultos no han perdido relevancia es en los campos de fútbol. Diego Costa ha sido sancionado con cuatro partidos de suspensión y 3.000 euros por increpar al árbitro Gil Manzano (“¡¡Me cago en tu puta madre!!”), tal y como dictamina el artículo 94 del Código Disciplinario de la Federación: “Insultar, ofender o dirigirse en términos o actitudes injuriosas al árbitro principal, asistentes, cuarto árbitro, directivos o autoridades deportivas, salvo que constituya falta más grave, se sancionará con suspensión de cuatro a doce partidos”.

La multa se multiplica por dos porque también agarró del brazo al árbitro (¿o lo sujetó?), lo que afecta al artículo 96 del mismo código: «Agarrar, empujar o zarandear, o producirse, en general, mediante otras actitudes hacia los árbitros que, por sólo ser levemente violentas, no acrediten ánimo agresivo por parte del agente, se sancionará con suspensión de cuatro a doce partidos».

Las justificaciones de Diego Costa no han sido atendidas; el futbolista mantiene que no defecó (verbalmente) sobre la madre del árbitro, sino sobre la suya propia, asunto que también le hubiera costado una sanción en Italia. Allí, el reglamento disciplinario tiene tipificadas sanciones para los futbolistas que blasfeman o hacen increpaciones públicas de mal gusto. El pasado año, Rolando Mandragora, del Udinese, fue sancionado con un partido de suspensión después de haber sido cazado por las cámaras de televisión mientras mentaba de mala manera a la divinidad.

Las reacciones no se han hecho esperar. Hay quien considera que el Comité se ha cebado con Diego Costa, ya que sobran los ejemplos de futbolistas que se han comportado de manera similar sin ser castigados. La apreciación es correcta, pero no exime de culpa al futbolista del Atlético. Costa es un acreditado intimidador de árbitros y defensas. Y aunque no es el único, es el más documentado.

El debate no debería tratar sobre la inocencia de Costa, sino sobre la aplicación más o menos laxa del reglamento. O tal vez lo más adecuado sería discutir sobre el reglamento mismo. Es bien sabido que la NBA gestiona este tipo de sucesos sin perjudicar en lo posible al espectáculo. En 2015, Rajon Rondo, entonces jugador de Sacramento, llamó a uno de los árbitros “puto maricón”. El revuelo fue máximo cuando el árbitro en cuestión reconoció su homosexualidad a partir del incidente. Rondo fue sancionado con 86.300 dólares y un partido de suspensión. Y todavía más llamativo resultó el caso del árbitro Courtney Kirkland. Fue sancionado con un partido después de encararse con Shaun Livingston en una protesta. El jugador recibió la misma suspensión.

La sanción a Diego Costa con ocho partidos es irreprochable a tenor del reglamento, pero parece un exceso si analizamos los hechos, más frecuentes de lo que quisiéramos, tanto, que muchas veces son pasados por alto. Otro árbitro habría mirado para otro lado, aunque no todos los árbitros están obligados a ser Ghandi.

El ejemplo de la NBA nos señala un camino interesante. La sanción económica se focaliza mejor en el culpable, sin daños colaterales. Y no habría que despreciar otras soluciones. Los trabajos sociales en favor de la promoción de la Liga serían una redención todavía más útil. Lástima que la Federación que pone los castigos esté en guerra con la Liga que se ve afectada por ellos. Una verdadera putada, si me permiten la expresión.

Juanma Trueba
Juanma Trueba
Periodista, ciclista en sueños, cronista de variedades y cinéfilo (sector La La Land). Capitán del equipo para que le dejen jugar. Después de tantos años, sigue pensando que lo contrario del buenismo es el malismo. Fue subdirector del diario AS hasta que le tiraron del tren. Luego se lanzó a una aventura a la que puso por nombre A la Contra. Y en ella sigue.
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8 COMENTARIOS

  1. A estas alturas de la pelicula, o del partido, no cabe sorprenderse de casi nada, pero sobretodo no cabe el insulto. No es tolerable en ningun ambito de la vida y me importa poco las pulsaciones a las que pueda ir Diego Costa en un partido de futbol. El futbol pierde en la comparativa en el respeto al adversario y al arbitro con el rugby, sabido es. Pero porque el futbol quiere.

    En los cuartos de final del ultimo Mundial de rugby Escocia tenia a Austraia contra las cuerdas, siendo los australianos muy favoritos. El arbitro decidio que una accion defensiva de un jugador escoces era un desplazamiento del balon hacia delante voluntario, sancionado con 10 minutos de suspension, cuando todo lo que hizo el defensa fue cortar el balon y no sujetarlo. El capitan escoces entonces hizo la primera protesta que yohaya visto en mi vida en un partido de rugby: «Sir!», exclamo, mientras avria su aplma en gesto de contrariedad. Al final del aprtido el arbitro aun cometio un error mas que le costo el aprtido a Escocia, y terminado el encuentro salio corriendo del campo…. pero no perseguido por los jugadores escoceses, que se limitaron a saludar a sus rivales, sino por su peopia conciencia.

    El arbitro de rugby no tolera la protesta, lleva un microfono y no cae en la chuleria de no explicar sus decisiones. El dice alto y claro lo que pita (tambien se oye la comunicacion con su VAR) y todos, aficionados, jugadores, prensa, sabemos lo que pasa en el campo. Seguro que en el futbol habria un periodo de shock, pero cuando un arbitro se ponga a sacar tarjetas a quien grite, insulete, proteste, empuje o amenaze, estas actitudes cambiaran, como el VAR eliminara antes o despues codazos sibilinos y pisotones rastreros. Entonces no habra que medir si la sancion a Costa se desproprcionada o no.

  2. El fútbol o la cultura del tramposo . Al futbolista más antideportivo se le llmama «canchero » , al tramposo «el más listo de la clase » , a un antirreglamentario gol con la mano se le llama «la mano de dios «, al piscinero «pícaro» … El futbolista se ha acostumbrado a poder hacer en un terreno de juego todo aquello que en la vida civil sería tachado de irrespetuoso , mal educado , violento y hasta denunciable , sin que sea castigado ni mal visto .

    Costa a los dos minutos de juego agredió a un contrario , «se pasó de frenada » dijo Maldini para justificar lo que era una agresión y una roja . Costa , Suarez , futbolistas que viven siempre al otro lado del reglamento …hoy al canchero le castigaron por sucio , por maleducado , por ofensivo , por agresivo y por violento , pero curiosamente es la victima . Asi es el fútbol .

  3. Gilipollas significa tonto, hijo de puta y cabron significan malvado o mala persona. No son insultos intercambiables.

  4. El fútbol no tiene que ser ejemplar, pero no está de más que lo sea. En estos años líquidos de redes desquiciadas y políticos vocingleros se agradecen unas gotas de mesura.
    Diego Costa tiene un historial interminable de faltas de respeto, de agresiones, de salidas de patas de banco. Podemos blanquearle, decir que es un rebelde, un cimarrón indómito.
    O también podemos ayudar al deporte: afear su conducta, castigar sus acciones conforme a reglamento y llamarle a capítulo.
    Anoche los hinchas del Betis, en sus cánticos, desearon la muerte de Caparrós. Es un dislate, claro, pero es la consecuencia (¿o la causa?) de que se normalicen los insultos en el césped.
    Al fin y al cabo, del césped a la grada solo hay un paso.

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