He pasado un buen rato pensando si merecía la pena hacer un análisis deportivo del Barça-Atleti que con gran éxito de crítica y público se disputó ayer en el Camp Nou. Mi conclusión es que no. A pesar del gran ejercicio de personalidad y el enorme partido que hicieron los de Simeone, creo sinceramente que no merece la pena. No sólo serviría para colaborar con el relato oficial que nos rodea (y que ya conocen), sino que sería un enorme ejercicio de hipocresía por mi parte. No tengo necesidad. Como aficionado al Atlético de Madrid, lo siento, se me hace imposible ignorar el hecho de que uno de los dos equipos jugase con diez jugadores desde la primera media hora de partido (dicen que por protestar). Como aficionado al fútbol me ocurre lo mismo, aunque cada vez tengo menos claro lo que significa ser aficionado al fútbol.
Hoy los focos mediáticos se centrarán en ese hecho puntual, y lo harán siempre desde una rigurosa perspectiva pseudo-científica. Como actores malos de CSI Las Vegas. Aislando la prueba del contexto. Buscarán una interpretación de los labios desde el tiro de cámara que mejor interese o apelarán a la credibilidad infalible de un tipo que, si nos ceñimos a los datos, no la tiene. Nos confirmarán, siempre a toro pasado, que ya se veía venir. Que bastaba echar un vistazo al registro delictivo del culpable (obviando, por supuesto, que el registro oficial del culpable dista bastante del oficioso). Todo eso no deja de ser parte consustancial de la comedia y tampoco me interesa mucho participar. He jugado al fútbol lo suficiente como para saber lo que pasa y lo que se dice dentro de un campo. He visto fútbol suficiente para saber cuándo (y cuándo no), con qué camiseta (y con cuál no), se puede amenazar al colegiado, chocar tu nariz contra la suya o invocar a la «concha de su vieja».
¿Quieren que les diga cómo lo veo? Pues igual que esa escena de cine americano en la que un policía, soberbio y poderoso, rompe el faro del coche del chico malo para multarlo inmediatamente después por llevar el faro roto. El policía tiene la autoridad y el faro, con el reglamento en la mano, está roto. No hay más. Si además el agente resulta poseído por el espíritu de Ken Follet y le da por tirar de prosa floreada a la hora de redactar la denuncia, el chico malo acabará con honores en el lugar en el que tenía que haber estado desde el principio. La cárcel. Ya lo decía Tom Wolfe en su Hoguera de las Vanidades: «por nada del mundo permitan que les atrape en sus redes el sistema de justicia (…). En cuanto te meten en toda esa maquinaria (…), ya estás perdido».
Criticar hoy a Diego Costa es como acudir al centro de la ciudad para mezclarte con la masa y vitorear al Dictador. Puede que el Todopoderoso esté incluso diciendo alguna verdad en ese momento, pero es irrelevante. Se trata de alentar (o no) un régimen injusto y mentiroso. Yo lo tengo claro. No quiero que me confundan con la turba, ni con la policía secreta, ni con los guardianes de la fe, ni con la gente obediente. Lo hago consciente de que eso me va a llevar a la carpeta de los tipos conspiranoicos, sin criterio y poco respetables. Creo que podré vivir con ello. Diego Costa tiene lo suyo, por supuesto que lo tiene, pero de eso hablamos otro día. Con calma. Sin palmeros. Cuando los focos del ejército del Gran Hermano estén enfocando a otro muchacho al que romperle el faro del coche.
Sé que para los que escriben las historia del fútbol español lo que pasó anoche (y tantas otras noches) entra dentro de la normalidad. Del fútbol. De la casualidad. De las cosas de la vida. Que dicen creer que esta justicia orgánica que nos protege es igual para todos y que «unas veces te da y otras te quita». No creo que exista tanta unanimidad (y tan poca capacidad crítica) ni siquiera en la prensa de Corea del Norte, pero oye, como ellos mismos dicen, será que eso es lo que quiere el público. Mientras los dirigentes del Atleti adoptaban la misma posición de silencio cómplice (porque, al igual que los otros, criticar el sistema sería criticarse a ellos), Koke y Simeone dejaban al menos intuir lo que piensa ese vestuario. Algo que no debe distar mucho de lo que pienso yo. Me quedo con ello. Decía Oscar Wilde que un cínico es ese que sabe el precio de todo y el valor de nada. Me temo que el fútbol español está lleno de cínicos.
Magnífico. Valiente, honesto y con buena prosa, o sea, lejos del comun del triste periodismo futbolero actual.
Descomunal Ennio. De lo mejor que te he leído (incluyendo años de blog). Escrito desde las tripas, pero sin perder la finura. Muchas gracias por darnos la oportunidad de leer lo que nunca llega(ba) a los medios de comunicación.
Mira que escribes bien.
Ennio cada día te superas. Fenomenal ácida crítica hecha con la mayor de las elegancias. No sobran ni los espacios entre los renglones. Enorme!!!
No veo en esta postura ninguna diferencia con el periodismo hooligan de camiseta. De verdad alguien piensa que el único culpable de la expulsión no es exclusivamente Diego Costa. Su reacción (con desconsideración al árbitro incluida) es totalmente desproporcionada. Me gusta este medio y su filosofía pero creo humildemente que este señor no le hace ningún favor con su discurso victimista y en ocasiones falton y maleducado.
Esa postura de víctima, de equipo humilde perjudicado… Ese gesto de «superioridad», de estoy más allá de todo, de me la sé de qué va el cuento. Pero estamos hablando del Atlético de Madrid: tercer potencia del epicentro del fútbol mundial; equipo que cuenta con la zaga central más férrea del continente americano (y que alguien me discuta que Godín, sin ser Ramos, no tiene ciertos «permisos» que probablemente el central del Eibar no cuente); el núcleo medular de la selección española es del Atlético; el delantero del campeón del mundo es del Atlético; Simeone está llamado a ser (cuando él lo decida) entrenador de la selección argentina. Hay algo en todo este llorisqueo bien escrito que no termina de cuajar con la realidad. Hablan de comedia: que no se puede demostrar la culpabilidad del «condenado». Bueno, en este caso el escriba tampoco ayuda mucho a su inocencia, probando algo de manera fehaciente. Y si todo es una comedia, entonces TODO es una comedia: también Costa, el Atlético, y este artículo. ¿O es que el Atlético y sus seguidores están por fuera del sistema? Y ni siquiera todos sus seguidores: solo los perspicaces tales como se dice el que escribe. Imagino, entonces, que estas notas también salen cuando el arbitraje beneficia a tu equipo. Sino no cierra: con palabras lindas sigue siendo la calentura del derrotado.
Gracias por obsequiaron con este maravilloso articulo