La formación política más votada en las últimas elecciones generales (2015) obtuvo exactamente 7.215.530 votos. Aunque ya sabemos que en noches así todos los partidos dicen haber ganado, acabado el recuento, todo el mundo tuvo claro quién había logrado la mayoría. Se equivocaban. Si uno suma las abstenciones, los votos nulos y los votos en blanco, tres opciones democráticas tan legítimas como cualquier otra, la suma alcanzaba la friolera de 9.695.189 personas. Es decir, dos millones y medio más que el partido más votado. ¿Se acordó alguien de ese sector mayoritario durante la noche de autos? No. ¿Se acordó alguien después, a lo largo de toda la legislatura? Tampoco. El sistema (y nosotros con él) se limitó a interpretar que no existe. Ocurre siempre lo mismo. Las pocas veces que el tema aparece en los medios, en algún debate marginal, se suele despachar echándole la culpa a los propios afectados. En bloque. Si no quieren participar que se fastidien. ¿Participar? Nadie pierde un segundo en valorar cuántos de esos nueve millones y medio de personas son perfectamente conscientes de lo que están haciendo. Es decir, que están participando. Da igual. La lectura es clara: o votas a lo que sale en las encuestas o no existes.
Ocurre algo parecido en el universo de la actualidad deportiva. Simeone dijo hace unos años una frase que provocó una incómoda vibración en los cimientos de ese monstruo socioeconómico que es el mundo del fútbol. «No consuman». Una frase que tenía todo el sentido del mundo (lo hablamos en otra ocasión), pero que encerraba un grave problema. Si no consumes, no existes. Así de simple. Juro por el bandido Fendetestas que hace siglos que sigo esa opción y que no estoy pendiente de esa selva que eufemísticamente llamamos «información deportiva». Da igual. Es imposible mantenerse al margen y seguir pasando por ser un aficionado al fútbol. Salvo en esta esquina que me dejan los amigos de A la Contra, y algún que otro foro clandestino de irrelevancia probada, me resulta imposible hablar de fútbol sin tener que atenerme a las mismas reglas que marca la actualidad prefabricada. Si quedo mañana con mi familia, me preguntarán sobre el futuro de Griezmann y no sobre lo que yo he escrito. Lo hacen además sin invocar al lamentable ridículo del año pasado sobre el mismo tema y obviando las miles de veces que, los mismos, han vendido jugadores del Atleti que después nunca se fueron. Si quedo con los compañeros de trabajo, no podemos hablar de Jaime Mata, que es lo que yo quiero, porque no lo conocen. Eso sí, curiosamente todos han visto, desde todos los ángulos posibles, el último gol de Militão. Incluso en las redes, eligiendo escrupulosamente el tipo de persona al que seguir, es imposible abstraerse de la parrilla informativa que proponen los que llevan el volante y no lo sueltan. Si eres muy aficionado al fútbol, pero nunca entras en Matrix, el sistema te asimilará a un menhir. Así de crudo. No existes. No cuentas. Si te atreves a entrar, aunque sea con traje impermeable y tapándote la nariz para no perder la virginidad, el sistema reconocerá tu click y dirá que lo haces porque te gusta. Porque quieres. Que ellos hacen eso porque eso es lo que tú demandas al entrar. Es la trampa perfecta.
Me decía ayer Juanma Trueba que le habían soplado que llevo especialmente mal los parones de selecciones. Es cierto. De ahí viene esta reflexión en voz alta. Todo lo anterior se amplifica todavía más en momentos así, porque, como decía Henry Fielding, un periódico consta siempre del mismo número de palabras. Haya noticias o no las haya.
Los parones ligueros suelen ser periodos especialmente complicados para los aficionados al Atleti. La tradición más reciente, por alguna razón, dicta que esos momentos deben coincidir indefectiblemente con el desmantelamiento (mediático) del equipo. Pueden creerme o echar la vista atrás y tirar de hemeroteca. Llegarán a la misma conclusión. Los puristas dirán que es casualidad. Que se limitan a soltar la «noticia» justo cuando ésta surge. Ya, diré yo desde mi falta de preparación.
Si el parón liguero coincide además con un periodo de crisis real en el equipo, como es el caso, las posibilidades de escarnio, tragedia, zascas, fichajes bomba, primicias chicle, ajusticiamientos de bar y farándula variada se disparan hasta límites que pueden llegar a provocar el orgasmo en especies contemporáneas como el Buitre Oportunista y el Carroñero Común. Es fácil de comprobar.
Algún día explotará la burbuja (estoy convencido), y todos lloraremos hipócritamente porque no lo veíamos venir. Mientras tanto, sólo nos queda recurrir a la paciencia. Pasar por ser un menhir. En pocos días el balón volverá a rodar, habrá fútbol de competición y el debate se trasladará a las estupideces recurrentes sobre quién es el mejor del mundo, lo bueno que es Vinicius (o el que toque), la física relativista con la que opera el VAR y lo raro que resulta el que una inmensa mayoría de aficionados colchoneros vitoreen a Simeone en el Metropolitano cuando las encuestas profesionales de los medios profesionales (y especializados) dicen todo lo contrario. Bueno no, este último debate no lo verán en ningún sitio.
Los mejores comentaristas de fútbol de este país son definitivamente aquellos que son hinchas del Atlético de Madrid, aunque hay buenos en las otras dos orillas eeh Juanma Trueba y Rodriguez Briso… Pero me encanta leer y escuchar a Enio Sotanaz, Pepe Rodríguez o Iñako Díaz Guerra.
Totalmente de acuerdo en todo. El otro día Rubén Uría comentaba lo mismo, añadiendo que estos parones sirven para que Madrid y Barcelona compren dos o tres nuevas estrellas y el atleti venda las suyas.
Pero si como dice Ennio Sotanaz intentas mantenerte al margen no eres sólo un menhir, lo que te pasa es que tienes envidia de sus ochocientas mil copas de Europa.
Saludos