De Silvio Rodríguez se pueden decir muchas cosas. Y sabe Dios (o Marx) que siempre se han dicho. Principalmente, malas. Y no tan buenas, que, como recitaría el genial trovador cubano, «no es lo mismo, pero es igual». Injustamente, en mi opinión. Pero lo innegable, por encima de ideas de uno u otro color, de fobias más o menos documentadas, es que desde septiembre de 2010 Silvio presta un servicio social encomiable a los habitantes de barrios marginales de La Habana y alrededores, ofreciéndoles conciertos gratuitos, a pie de calle. A veces, sin calle. En descampados. Al aire libre. Entre vecinos que entonan sus temas con admirable afinación, perros ladrando a la luna, viejitos ambientosos y chamacos (niños, en jerga cubana) correteando. En ocasiones, hasta bajo un tremendo palo de agua. Porque nada le detiene.
Con el de anoche en Jesús del Monte, municipio 10 de Octubre, son ya 100 los conciertos en arrabales donde Rodríguez ha llevado sus himnos a la gente humilde que no puede permitirse pagar la entrada de un teatro. Trocando villas señoriales por barrio marginal. Porque esa es la filosofía. Por convicción y generosidad de un hombre que abraza un único extremismo: la vida. Cien recitales y lo que queda. «Nos vamos a acabar nosotros antes que los barrios», gusta de repetir Silvio, incansable y espléndido, para deleite de sus seguidores. No en vano el propio trovador bautizó sus celebrados barrios como «La gira interminable».
En mis ocho años y medio en la Isla tuve la suerte —mejor dicho, el privilegio— de poder asistir a más de la mitad de esos barrios. Y eso que tardé en conocer la iniciativa. Estuve en lugares que jamás imaginé: los Altos del Diezmero de San Miguel del Padrón, el Reparto Eléctrico, la E.M.C.E. (barriada a la que da nombre la Empresa de Mantenimiento de Centrales Eléctricas) o el Lleguipón de Artemisa, un páramo cuyo nombre lo dice todo: son casas de «llega y pon». Lugares olvidados por casi todos, pero agraciados por Silvio y su maravilloso grupo de músicos: Niurka González, Jorge Reyes, Oliver Valdés, además del Trío Trovarroco. Sin olvidar a los invisibles imprescindibles: utileros, sonidistas, fotógrafos, luminotécnicos, etc.
En La gira por los barrios todo es cultura y altruismo. Se donan libros a escuelas locales. Se recitan poemas. Se invita a participar a grupos o solistas, consagrados o emergentes. No hay política. Aunque se encuentren entre los oyentes, como ha ocurrido, Maradona o Mujíca. Tampoco economía, pues el merchandising brilla por su ausencia. Como mucho, algún vecino pone a la venta, improvisada e informalmente, alguna lata de cerveza o refresco, a precio ligerísimamente superior al del mercado. La gente no está pa’ eso.
Este fenómeno —que nació de manera casual, a raíz de la sugerencia de un policía que fue a casa de Silvio a proponérselo— traspasó ocasionalmente los límites habaneros e incluso los cubanos. Madrid fue agraciado con un barrio de Silvio. Más concretamente, Vallecas, donde le acompañaron los cantautores Ismael Serrano y Luis Eduardo Aute. También el Central Park neoyorquino. Y Villa Lugano, en Buenos Aires.
La gira interminable de Silvio llega hoy a los 100. ¡Y yo viviendo ahora en Madrid, con tremendo gorrión (añoranza)! Pero con la mente en Cuba. Gracias, Silvio, por darnos tantas veces más de una canción. Por reparar nuestros sueños. Y felicidades por tus cien primeros barrios.
Ufff, precioso y sentidísimo texto. Me ha sacado las lágrimas, sobre todo porque me ha hecho sentir que, efectivamente, el proyecto de los barrios es de todos! Gracias, Álvaro, también esta Habana te echa mucho de menos!
LO MÁS GRANDE. ADMIRO TODO LO TUYO,Te escuchado desde sienpre algún día estaré en Cuba te buscaré
Grande Silvio!!
Tu lo has dicho Alvaro. Un privilegio haber presenciado esos conciertos.
Felicitar a Silvio y para ti un fuerte abrazo.