El fútbol moderno tiende a relegar la fidelidad a la categoría de cándida superstición. Cada vez que un jugador, el que sea, abandona un club por dinero, las fuerzas vivas de la industria tratan de proteger dicha transacción arrojándonos la lógica que hay detrás de ella. Catalogando de ingenuidad infantil cualquier intento de salirse del balance capitalista que todo lo puede y todo lo explica. Lo paradójico del asunto es que estampa esa explicación en gente a la que no le aplica. En gente que no responde igual que el precio del trigo o que el Euribor. Gente que paga por estar en una grada pasando frío, que canta desafinando bajo la lluvia después de perder o que, «incomprensiblemente», se compra la camiseta del tipo que ha fallado el penalti en la final de la Champions. ¿Se puede explicar algo así con las teorías de Milton Friedman? No. No se puede. Por mucho que insistan. Las explicaciones capitalistas pueden funcionar perfectamente para presidentes, intermediaros, jugadores, empresarios de la comunicación o trabajadores del circo. A mí, como aficionado, no me funcionan. Yo demando lo que doy, y no creo que deba avergonzarme por ello. Es decir, no entiendo la salida de Lucas Hernández del Atlético de Madrid ni tampoco me ha sentado especialmente bien. No lo veo como un drama, pero sí me parece egoísta y con tintes traicioneros. Y no, no me siento menos intelectual por decirlo.
Analizando la salida desde el plano financiero, el más sencillo de entender y en el que todo el mundo decide quedarse, el francés va a cobrar mucho más dinero en Alemania. Es obvio. Suficiente para que los vendedores de humo no necesiten ir más allá. No sé cuánto más cobrará, porque ese detalle me interesa lo mismo que la gira asiática de Kenny G., pero sé que será mucho más. Sin embargo, no parece que Lucas fuese a tener problemas económicos en el futuro. El Atleti también estaba dispuesto a convertirlo en multimillonario. A estirar las arcas y ofrecerle un contrato por encima de sus posibilidades. Algo que quizá estuviese bordeando la incompetencia gerencial, pero que, al menos, demostraba un interés verdadero por el jugador. Dio igual. Lucas decidió traicionar al equipo justo en el momento en el que había que probar si esa lealtad de la que presumía era cierta o no. No lo era. Decía Tácito, historiador romano, que la fidelidad comprada siempre es sospechosa y, por lo general, de corta duración. Lucas Hernández se ha ido del Atleti porque ha querido marcharse. Así de crudo. Buscar otros culpables, en este caso concreto, es dejarse llevar por la inquina, la especulación o directamente por la estupidez.
Deportivamente el roto es evidente. Lucas es un central sobresaliente y un lateral con bastante solvencia. Destaca sobre el resto de jugadores por su fiabilidad (rara vez tiene un mal partido), su rapidez, su entrega en el campo (indiscutible) y una personalidad por encima de su edad. Me parece que le falta algo de estatura para jugar como central y algo de calidad para hacerlo de lateral, pero no se ha notado hasta ahora. Aúna un montón de características muy difíciles de cubrir en un mercado desquiciado y con querencia por los jugadores pusilánimes. No será fácil suplirlo y reconozco que me da miedo la reacción.
El último plano de análisis, el que todo el mundo olvida, es el emocional. Entender por qué el tal Lucas ha decidido irse del equipo que le ha formado como futbolista, le ha dado la oportunidad de jugar en la élite, le ha protegido hasta llegar allí y que lo tenía catalogado como pieza clave para el futuro. Por qué se ha ido del equipo al que decía querer y lo ha hecho en el peor momento, por la puerta de atrás y escondiendo la sonrisa. Es obvio. El Atleti no era más que la empresa que le pagaba la nómina. El resto era simple sobreactuación. ¿Sorprende? No. Tengo un amigo que suele utilizar una frase que aplica muy bien a este caso. Lucas es de esas personas que si no te la ha hecho, está por hacértela. Se veía venir, por mucho que no quisiésemos verlo.
Quizá sea mejor así. Si alguien no quiere estar, es mejor que no esté. Como decía Fernando Torres, no quiero jugadores que se queden en el Atleti sino jugadores que quieran quedarse. Evidentemente no era el caso. Fin de la historia. Ahorrémonos los besos y la hipocresía. Que sirva también de lección. Admiremos a los que hacen y no a los que dicen (o dicen que dicen). Au revoir.
Además de la sección de sección de comentarios deberían incluir una sección llamada «Firmo debajo» en las columnas de Ennio Sotanaz, pues todo lo que se pueda decir ya está dicho, y muy bien, en la mayoría de sus columnas.