La gran debacle se produjo. Los peores augurios se cumplieron y los rojiblancos se desvanecieron en la vuelta de los octavos de final, haciendo hasta justa la eliminación del equipo español. Ni un culpable externo pueden buscar, teniendo que encontrar las respuestas en ellos mismos ante la falta de identidad, ganas y orgullo, cholismo en definitiva, que siempre le habían caracterizado y que en esta ocasión brillaron por su ausencia. 3-0 para una Juve que fue quemando las etapas que tenía previsto para remontar: un gol en cada parte y Cristiano como estandarte. El luso, que había venido para esto, demostró el animal competitivo que es y fue de nuevo una bestia negra, esta vez bianconera, que de blanco ya le había quitado dos finales a los de Simeone y le había apeado de una tercera con aquel hattrick en la ida de semifinales de 2017 entre los dos equipos de la capital de España.
El choque transcurrió como la mayoría de las previas y los propios protagonistas pronosticaban: asedio de la Juventus y encierro voluntario del Atleti. El primer gran susto no tardó en llegar: Kuipers anuló en el minuto 3 un gol a Chiellini por supuesta falta previa de Cristiano a Oblak. La jugada ofrece las dudas necesarias para que los atléticos olviden los agravios pasados en Lisboa para estar agradecidos, como mínimo, por la convicción con la que el holandés anuló la acción. Quedaban 87 minutos aún por jugar y los aficionados rojiblancos ya le estaban pidiendo un segundo favor al colegiado. De importancia mínima. Que si no era mucha molestia pitar el final ya.
Dentro del guion previsto, había cosas que cuadraban más y otras menos. Al avasallamiento firmado casi tácitamente, los madrileños defendían relativamente a gusto dentro del agobio lógico, pero el balón les quemaba y el equipo no era capaz de estirarse. Se contaba con que eso en algún momento cambiase, que el Atleti tuviese alguna, ya fuese a la contra o a balón parado. Pero eso nunca sucedió. Solo Morata, por los aires, era la vía de escape, que tampoco era decir mucho porque el Atleti tardó diez minutos en pisar el área juventina. Empezó Juanfran defendiendo mejor a Bernardeschi, mientras que Spinazzola llegaba con más profundidad en el ala de Koke y Arias. Luego las cosas empezaron a cambiar, sobre todo porque el centrocampista de la Juventus, que no jugó la ida, empezó a moverse por toda la zona de ataque, dándole la razón a Allegri en sentar a Dybala para ponerle a él. En uno de esos movimientos, en el minuto 26, un centro al segundo palo fue a la cabeza de Cristiano, que entró con la voracidad característica para anotar el primero y meter el miedo –físico, en el marcador, porque en la mente ya estaba- a los atléticos. Un tímido estiramiento de los visitantes igualó ligeramente la contienda, con un remate de Morata justo antes del descanso. Fue la más clara sin llegar a serlo. La esperanza es que la segunda parte sería mejor… pero en realidad lo peor estaba por llegar.
Cristiano al principio y al final
Igual que es esperable un arreón inicial al principio del partido por parte de quien debe remontar, también el que lleva la ventaja debe estar especialmente atento tras salir de vestuarios. Los rojiblancos, normalmente muy enchufados después de los asuetos por el efecto Cholo, siguieron sin reaccionar y, cuando se quisieron dar cuenta, la eliminatoria ya estaba igualada. Otro centro al segundo palo en el 48 y otra anticipación de Cristiano Ronaldo, un Hércules al lado de unos humanos que otros días son espartanos. La inacción, el bloqueo, los nervios, la falta de precisión no se corregían y solo Correa, que más tarde sería villano, le imprimía una electricidad a un Atleti totalmente desenchufado y superado. Mandzukic tuvo el tercero en el 73 y también Kean en el 81 desperdició un mano a mano clarísimo contra Oblak. Como no parecía posible un gol de los españoles, la prórroga, incluso los penaltis, parecían el menor de los males. Pero la pena máxima cayó antes de tiempo, para terminar de firmar la noche horrible protagonizada por los de la Ribera de Manzanares. Correa, que suele acabar con tarjeta todos los partidos por los desajustes en la fuerza de sus entradas, persiguió la sombra de Bernadeschi desde el centro del campo hasta el área. No sabemos en qué instante decidió que el mejor momento para trabar al ataque juventino era ése, pero desde luego fue lo que ejecutó. Las protestas protocolarias de Godín contrarrestaban con la cara del argentino mirando al suelo, consciente del gran error que acabaña de cometer.
Como en Milán, de Cristiano y Oblak dependía todo. La duda era saber qué lado escogerían cada uno. Los protagonistas eligieron lo opuesto a aquella final de Champions pero el resultado fue el mismo: gol. Minuto 85, hattrick de CR y la pesadilla se hacía real. Sería honesto decir que el Atleti se intentó echar arriba, pero también falso que lograse crear algo parecido a una sensación de incertidumbre. Ni tuvo el balón y lo más cercano a crear peligro fue un choque de Correa y Chiellini que sacó a la luz toda la experiencia del central italiano. No se iba a jugar mucho más y los rojiblancos se sentían derrotados, dibujando una especie de crónica de una muerte anunciada. Anunciada desde que Kuipers se llevó el silbato a su boca, porque antes, aún conscientes de que se sufriría, pocos podían pronosticar una caída así. Porque el Atleti carece de muchas cosas, pero no de alma. O no hasta ahora. O no en partidos importantes. Y esta noche, por lo que sea, se la dejó en los vestuarios del Juventus Stadium. Y sin cholismo, sin creer, este equipo es poca cosa. Adiós a la final en el Metropolitano. La Champions tendrá que esperar. Qué pena cerrarlo así.
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