Estaba convencido de que el partido entre los dos Athletics en San Mamés sería uno de los más difíciles de jugar para el equipo de Simeone. Lo que no sabía era lo difícil que sería después hablar de él sin perder el oremus.
Es muy complicado analizar con frialdad un partido en el que se mezclan tantos planos distintos. Planos que se afectan mutuamente y que acaban condicionándolo todo. Es imposible abstraerse a la inercia negativa que el Atlético de Madrid arrastra (y arrastrará) desde la aciaga noche de Turín. Es imposible olvidar el juego tan plano y poco fiable que el equipo ha desplegado durante toda la temporada. Es imposible no recurrir a esa falta de gol y de personalidad que a estas alturas ya no puede tomarse como una casualidad. Es imposible abstraerse a las bajas, la planificación fallida, al elevado número de lesiones, el estado físico y el desconcierto de posiciones en una plantilla que no ha conseguido sentirse fuerte en todo el año. Y sí, también es imposible ignorar el efecto de la labor arbitral. Ese drama continuado que está suponiendo el presunto reparto de justicia en el fútbol. Especialmente en lo que respecta al uso de esa herramienta tan misteriosa que la Liga, erróneamente, denomina VAR.
Acotando el análisis a la crónica futbolística, sería muy oportunista otorgar tintes especialmente dramáticos a lo que sucedió en el césped. Fue el mismo partido que hemos visto un montón de veces esta temporada cuando el Atleti ha jugado lejos de su casa. Ni más, ni menos. Un equipo compacto, junto, serio, tácticamente intachable y absolutamente plano. Uno incapaz de hilar jugadas en vertical, sin futbolistas con imaginación y alérgico a generar fútbol. Enfrente aparecía un Athletic muy parecido, aunque anímicamente más alegre, más intenso y más metido. Eso sí, tan inofensivo a la hora de hacer ocasiones de gol como sus colegas madrileños.
A punto de llegar al descanso, a Griezmann le hicieron un penalti con el que nadie contaba y en el que podría haber perdido la rodilla. En directo me pareció raro. Como si se tropezara. En las distintas repeticiones posteriores se me fueron las dudas. Es claro. Imagino que los señores que están en la sala del VAR vieron lo mismo que yo. Lo que no sé es porque lo ignoraron. Debe ser que se visten de árbitro para sentarse enfrente del televisor con el mismo propósito que mi hija se viste de Elsa para ver Frozen.
La segunda parte fue algo más engañosa. De hecho, el equipo de Simeone la encaró siendo mejor. Griezmann dejó la banda para incrustarse en la delantera y componer así un novedoso 4-3-3 que animó al equipo. Siguió sin generar ocasiones de gol, pero el Atleti tomó el mando del encuentro y comenzó a mover el balón en campo contrario. Era un dominio tramposo y estéril, de esos que le sirven al Atleti en circunstancias inversas, pero excitó tímidamente la ilusión y sirvió para que le hiciesen otro posible penalti a Morata. Uno que para mí no es tan claro, pero que, no hace mucho, hemos visto que se interpretaba como tal. Esa es la cuestión.
En plena oda a la impotencia, apareció la jugada clave del partido. Un balón intrascendente que Giménez se empeñó en jugar de forma absurda. Puede existir falta previa (siempre será interpretable), pero un central no puede hacer nunca lo que hace Giménez. Tampoco pueden sus compañeros quedarse parados. El gol de Iñaki Williams encendió San Mamés, despertó a la turba mediática y apagó lo que quedaba de Atlético de Madrid. Y se acabó el partido. Sí, hubo un segundo gol bilbaino (Kodro), pero ni siquiera fue necesario. No tuve la sensación de que el equipo colchonero pudiese hacer algo más que perder el partido.
La situación en el Atleti es crítica y queda mucha Liga aun. Mal asunto. Los impacientes comenzarán a arreglar la plantilla, los histéricos sacaran la escopeta y los buitres, que antes solamente sobrevolaban depositando excremento, bajaran ahora a morder carnaza y llevarse algo. El panorama no parece demasiado sugerente, sin duda, pero precisamente por eso es el momento de sacar la identidad y retratarse. Sin ambigüedades. Dentro y fuera del césped. Es la única forma de hacer inventario y de poder localizar al enemigo. Al de dentro y al de fuera.
Falta mucho tiempo todavía hasta que empiece el siguiente capítulo de esta historia así que es absurdo adelantarla. Sufrir por anticipado. Merendarse la cena. No veo que la confrontación civil o la automutilación televisada sean soluciones muy acertadas. Tampoco me parece inteligente seguir los consejos interesados de esos telepredicadores que llevan años aprovechando cualquier arruga para anunciar el Apocalipsis y vender su mandanga. Toca encerrarse a vivir en familia. Hacer autocrítica, sí, pero con las ventanas cerradas, e ignorando el hedor que llega desde Matrix.
Amén Don Ennio.
Estuve viendo el partido en el campo y es perfecto el análisis que haces y también la solución.Los buitres y telepredicadores «blancos» analizan cada desastre de muy distinta manera.Soy atletco y socio del Atletic de Bilbao.