En la noche del 18 de abril de 1775, Robert Newman y John Pulling encendieron dos linternas en el campanario de la Old North Church, la blanca iglesia georgiana situada en el número 193 de Salem Street, en el North End de Boston. Tenían un motivo: avisar a los patriotas que se encontraban en Charlestown y en el río Charles sobre la llegada de la Armada Británica. Mientras Thomas Bernard vigilaba a la puerta de la iglesia, el sacristán Newman y el capitán Pulling alcanzaron el campanario y lograron su objetivo: la señal luminosa se mantuvo durante un minuto, el tiempo suficiente para avisar a sus compañeros y evitar que las tropas inglesas que ocupaban Boston se enteraran. Acto seguido, Paul Revere, William Dawes y otros patriotas, alrededor de cuarenta hombres y mujeres, iniciaron su famosísima Cabalgada a Medianoche en la que, a caballo, fueron avisando a todo aquel que se encontraba en su camino de la llegada del ejército inglés antes de las Batallas de Lexington y Concord. Fue el inicio de la Guerra de Independencia, que se extendió hasta el 3 de septiembre de 1783, día en el que el que se firmó el Tratado de París entre Gran Bretaña y las Trece Colonias para dar lugar al nuevo país que deseaban todos esos patriotas de Nueva Inglaterra: los Estados Unidos de América.
En Los Angeles, sin embargo, ningún patriota cabalgó en aquella primavera de 1775. De hecho, esa ciudad ni siquiera había sido fundada todavía. Fue el gobernador español Felipe de Neve el que la fundó el 4 de septiembre de 1781 con un nombre difícil de recitar sin perder la respiración, más si tenemos en cuenta que actualmente casi siempre se la denomina L.A.: El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de Los Ángeles del Río de Porciúncula. Los Angeles formó parte de España y de México antes de que, casi un siglo después, pasara a ser de Estados Unidos. Sucedió también en abril, exactamente el 4 de abril de 1850, apenas unos meses antes de que California se convirtiera en el estado número 31 de los Estados Unidos que habían creado a finales del siglo anterior aquellos patriotas de Massachusetts.
Ahora, en el siglo XXI, Boston y Los Angeles no se pueden entender la una sin la otra. Son tan antagonistas como lo son las zonas geográficas a las que representan, California y Massachusetts, la costa este y la costa oeste del país norteamericano. La rivalidad entre ambas ciudades es mítica, especialmente en el mundo del deporte. Por culpa del baloncesto, de los Celtics y de los Lakers, de los tréboles, los leprechauns, los puros de Red Auerbach, el viejo parquet del Boston Garden, la gomina de Pat Riley y la magia de un chico sonriente de Michigan sobre la cancha del Forum de Inglewood.
Mañana en Atlanta, sin embargo, después de que el pasado mes de octubre se trasladara momentáneamente al béisbol, es el turno de que esa rivalidad entre bostonianos y angelinos llegue también al football. New England Patriots vs Los Angeles Rams. El viejo e implacable campeón contra el joven y moderno aspirante. Un aviso antes de que suene el gong: ocurra lo que ocurra, la Superbowl nunca defrauda.
II. Un verano, a finales de los años 80, dos jóvenes técnicos ayudantes de equipos de la NFL se reunieron en secreto en un pequeño hotel cercano a West Point (New York) para discutir a lo largo de un fin de semana sobre diferentes situaciones defensivas. Uno de ellos voló desde Houston, el otro condujo desde New Jersey con su coche lleno de latas con películas de 16 milímetros y un proyector. Ambos se habían conocido unos años antes, en 1982, en Annapolis (Maryland), también en verano, en una cena organizada por el matrimonio formado por Steve, entrenador asistente y scout del equipo de football de la Navy, y Jeannette Belichick. Entonces, Nick Saban era compañero de Steve en el cuerpo de entrenadores de la Navy. Por su parte, Bill Belichick, el único hijo de Steve y Jeannette, era el entrenador de linebackers y equipos especiales de los New York Giants. Han pasado más de 36 años desde aquella cena y la amistad entre Nick Saban y Bill Belichick continúa inquebrantable (lectura recomendada si sabéis inglés: este genial texto de hace un año de Jenny Vrentas en Sports Illustrated). Aunque hay un pequeño dato que se nos ha olvidado contar, a propósito: ambos, ya ampliamente por encima de los sesenta años de edad, se han convertido en los entrenadores más laureados del football universitario y profesional.
Bill Belichick acumula cinco títulos de Superbowl como entrenador jefe de los New England Patriots. Nadie ha ganado más veces que él, ni siquiera entrenadores de la talla de Chuck Noll (Pittsburgh Steelers), Bill Walsh (San Francisco 49ers) o Joe Gibbs (Washington Redskins). Mientras, Nick Saban, head coach de los Crimson Tide de la Universidad de Alabama desde el año 2007, suma seis entorchados nacionales en el College Football, los mismos que Bear Bryant, el legendario entrenador jefe de la propia Universidad de la Alabama entre 1958 y 1982. Los siguientes técnicos más laureados en la lista del football universitario, con cinco trofeos, también rememoran épocas en blanco y negro: Bernie Bierman, head coach de la Universidad de Minnesota de 1932 a 1941 y de 1945 a 1950, y Woody Hayes, entrenador jefe de Ohio State desde 1951 a 1978. Ni qué decir tiene, además, que antes era más fácil sumar entorchados nacionales que ahora: sin la existencia del Football Playoff National Championship, el sistema de bowls proclamaba a varios campeones nacionales en la misma temporada, a veces hasta cinco o seis equipos diferentes.
El 8 de enero del 2018, 77.430 aficionados se dieron cita en el espectacular Mercedes-Benz Stadium de Atlanta para presenciar el College Football Playoff National Championship, la final del football universitario, entre los Bulldogs de la Universidad de Georgia y los Alabama Crimson Tide de Nick Saban. Su amigo Bill Belichick no era uno de los asistentes, ya que prefirió seguir el partido por televisión. Mientras, en la banda, Saban, como siempre, tomó decisiones: al descanso, con 0-13 en contra en el marcador, decidió sacar al campo a Tua Tagovailoa, su quarterback suplente de primer año. Más tarde, a falta de 3:49 minutos para el final del tiempo reglamentario, un touchdown de Calvin Ridley llevó el partido a la prórroga. Ya en el tiempo extra, una recepción de 41 yardas de DeVonta Smith dio el triunfo definitivo a la Universidad de Alabama, que superó los citados trece puntos de desventaja para proclamarse campeón nacional por quinta vez en los últimos diez años (26-23). Por cierto, ambos pases de touchdown tuvieron la misma firma, la del hawaiano Tua Tagovailoa, el recambio del descanso.
Al ver el desenlace de ese partido, es probable que a Bill Belichick le asaltaran algunos recuerdos. Concretamente, uno reciente.
Menos de un año antes, el 5 de febrero de 2017, en el NRG Stadium de Houston (Texas), Bill Belichick ganó su quinta Superbowl con los New England Patriots. En el siglo XXI, que la franquicia bostoniana gane el título de la NFL es como un simple trámite burocrático, pero no así la forma en la que llegó ese título. Al descanso, los de Massachusetts perdían por 28-3 y, cuando únicamente quedaban quince minutos el marcador todavía estaba situado en 28-9. Sin embargo, un parcial de 19-0 en el último cuarto llevó el encuentro hasta la prórroga y un touchdown de White en el tiempo extra selló la histórica remontada de los Patriots (34-28), que se convirtieron en el primer equipo de la NFL en conseguir la victoria en la final tras superar la mayor desventaja (esos 25 puntos) y sin haber ido liderando el marcador en ningún momento del partido.
En efecto, si alguno se lo está preguntando, hubo también un perdedor en aquel recordado encuentro: los Falcons… de Atlanta.
Atlanta. La recurrente Atlanta. Porque mañana solo hay una certeza: para la mayoría de los estadounidenses (y millones de personas en todo el mundo) no existirá otra ciudad a lo largo y ancho de Estados Unidos (y del planeta) que no sea Atlanta.
III. La noche en la que Bill Belichick y Nick Saban se conocieron en Annapolis (Maryland), Sean McVay ni siquiera había nacido. Tendrían que pasar todavía casi cuatro años más hasta que el actual head coach de Los Angeles Rams viniera al mundo el 24 de enero de 1986 en Dayton (Ohio) y, unas décadas después, cambiara de cabo a rabo la fisionomía de la NFL y se convirtiera en el entrenador jefe más joven de la historia en alcanzar la Superbowl. La moda McVay (dos temporadas como entrenador jefe, dos balances anuales victoriosos, dos campañas en playoffs con un equipo que llevaba doce años sin visitar la postemporada, una presencia en la gran final y lo que pueda llegar) es tan peligrosa como lo son aquellos casinos de tres al cuarto que llenan su cartelera con imitadores de Elvis porque nunca podrán lograr tener sobre sus escenarios al Elvis auténtico, pero no conviene tampoco, escondida entre las sombras que generan los carteles publicitarios con la imagen del joven guapo y triunfador que mueve las caderas al ritmo de la guitarra, obviar la realidad: el ataque del equipo del superdotado McVay es vertiginoso y su defensa es demoledora. Con bastantes menos argumentos se han ganado anillos y se han creado dinastías.
En Estados Unidos, el día que nació Bill Belichick existían 48 estados reconocidos. Sin embargo, el día que nació Sean McVay existían dos más, los 50 estados de La Unión reconocidos en la actualidad, tras la inclusión en el año 1959 de Alaska y Hawaii. La vida nunca se detiene y es tan dinámica que quizá sirva este dato para que por fin nos demos cuenta: Belichick y McVay se llevan 33 años de diferencia (Brady y Goff, los dos QB titulares, 17). Cuando vino al mundo Belichick, Harry S. Truman era el presidente de Estados Unidos, mientras que cuando nació McVay, Ronald Reagan afrontaba su segundo mandato. Entre medias de ambos, otros seis presidentes norteamericanos habían jurado su cargo, a uno de ellos lo mataron en extrañas circunstancias y otro tuvo que dimitir tras un escándalo descubierto por un par de periodistas (sí, de verdad, antes sucedían esas cosas). Según ESPN Stats & Information, nunca hubo tanta diferencia de edad entre los dos entrenadores jefes de los dos equipos en una Superbowl (otro dato interesante de ESPN Stats & Information: Belichick & Brady son el dúo entrenador-QB titular más viejo de la historia de la Superbowl con 107 años combinados, mientras que McVay & Goff son el dúo entrenador-QB titular más joven de la historia con 57 años combinados), lo que se explica fácilmente con una imagen visual: apenas nueve días antes de que naciera McVay, Belichick, coordinador defensivo de los New York Giants, fue eliminado por los Chicago Bears en los playoffs de la NFC. El propio equipo chicagüense ganó esa Superbowl apenas dos días después de que McVay naciera (la única de los Bears hasta el momento, ante los New England Patriots en el Superdome de New Orleans). Años más tarde, el día que Belichick ganó su primera Superbowl como entrenador jefe con los citados Patriots, McVay todavía estaba en el instituto.
Precisamente, McVay había comenzado el high school en el 2000, un par de años antes de ese título de los Patriots, justo el año en el que los Rams, entonces de Saint Louis, ahora de Los Angeles, ganaron su hasta ahora única Superbowl. McVay vio en el campo esa victoria de los Saint Louis The Greatest Show on Turf Rams ante los Tennessee Titans. Fue el regalo que le hizo por su 14º cumpleaños su abuelo John, exentrenador de los New York Giants y ganador de cinco Superbowl como vicepresidente de los San Francisco 49ers. “Es irónico que la única Superbowl en la que he estado como aficionado fuera cuando los Rams jugaron contra los Titans. Yo estuve en ese partido”, reconoció McVay el pasado fin de semana después de que su equipo derrotara a los New Orleans Saints en el NFC Championship. Lo tuvo fácil: ese año la Superbowl se disputó en el extinto Georgia Dome, el mítico estadio que estaba situado, hasta su demolición en 2017, en la ciudad que McVay considera su hogar y en la que vivió la mayor parte de su vida hasta que se fue a la universidad. En la ciudad en la que se convirtió en una leyenda del football de instituto tras ser el primer jugador de su colegio en correr y pasar más de 1.000 yardas en dos años consecutivos. En la ciudad en la que lideró como quarterback en su último año al Marist School a proclamarse campeón estatal tras jugar toda la segunda mitad de la final con un pie roto.
Sí, muchos lo habéis adivinado, esa ciudad no es otra que Atlanta. La siempre presente Atlanta. En la trayectoria de Belichick y en la vida de McVay. Desde todos estos años pasados hasta mañana mismo.
IV. La de mañana será la novena vez que Tom Brady y Bill Belichick, la cabra y el cabrón, disputen una Superbowl en las 19ª temporadas que llevan juntos. En la historia de la NFL, ninguna pareja de head coach y quarterback titular ha jugado tantas finales como ellos. Es un éxito abrumador difícil de explicar, aunque haya argumentos más que de sobra para hacerlo. Primero, el engranaje de los New England Patriots de Robert Kraft funciona tan correctamente desde hace tanto tiempo y la franquicia bostoniana ha asumido a la perfección su condición de imperio del mal en su Estrella de la Muerte (con permiso de los New York Yankees, el verdadero Evil Empire; parece que se necesitan malos a los que odiar en este frustrante mundo hater y de redes sociales sin escala de grises que nos ha tocado vivir) que nada le afecta, ni siquiera que su coordinador ofensivo deje tirado al equipo que le ha fichado para regresar a los Patriots y enfade todavía más a todos los aficionados que siguen la NFL o que Josh Gordon, su receptor más profundo y una de sus grandes apuestas para este curso, deje de jugar a mitad de temporada por problemas personales. Segundo, ningún entrenador supera a Belichick en una circunstancia particular que es de las que convierten a los grandes equipos en campeones, de las que ganan partidos y finales: identificar los mayores peligros del rival y encontrar soluciones para minimizarlos. Tercero, en los Patriots el bien común es siempre más importante que el bien propio, la archiconocida filosofía del Do your job, y nada es más determinante que eso en un deporte de equipo. Cuarto, no se trata sólo de Belichick ni de Brady, sino que se trata de Gronkowski, Edelman, White… Se trata de lo que estos Patriots llevan haciendo cada temporada desde hace ya dos décadas: da igual si es una estrella rutilante, un veterano de vuelta de todo, una promesa destruida o un rookie de sexta ronda, nunca en su trayectoria jugará mejor y será más productivo que durante el tiempo que vista la elástica del conjunto de Massachusetts (si estáis suscritos a The Athletic, Jeff Howe analiza perfectamente la actual plantilla bostoniana en este texto).
Sirva el único drive de la prórroga del pasado domingo ante los Kansas City Chiefs en el AFC Championship para intentar explicarlo: recepción de Chris Hogan, recepción de Edelman en un 3&9, recepción de Edelman en un 3&10 y recepción de Gronkowski en un 3&10 para que, ya en red zone, Burkhead pudiera correr tres veces para anotar el touchdown del triunfo. Lo que han hecho siempre con los mismos jugadores de siempre o, al menos, con algunos de los más importantes: acumular yardas a la carrera para que Brady pueda volver a sacar su brazo a relucir cuando más se necesite en busca de Edelman, Gronkowski, White (puede ser uno de los jugadores más determinantes mañana) y compañía. Un dato, también de ESPN Stats & Information: desde que comenzó la era de la B&B Limited Co., los Patriots llevan 11 victorias y 0 derrotas en postemporada (y 51-1 en liga regular) si uno de sus jugadores supera las 100 yardas de carrera en un partido.
Y, por supuesto, lo más importante de todo: los Patriots todavía quieren seguir ganando. Porque The Brady Bunch nunca se cansa de vencer a sus rivales.
Quizá, al final, si se piensa detenidamente, sí que sea fácil de explicar el éxito de la B&B Limited Co.: muchas veces se ha escrito que Bill Belichick, cada temporada y a pesar de lo que su equipo ha conseguido, lleva veinte años diciéndole a sus jugadores que no son tan buenos como la gente cree y que tienen que esforzarse duro para seguir mejorando. O traduciéndolo a las palabras del padre de Tom Brady hace un par de lunes a Albert Breer en Sports Illustrated: “Estoy sorprendido de que él siga jugando todavía. Pero él dice que quiere jugar tres, cuatro o cinco años más. Él adora cada parte del proceso de jugar en un deporte como el football. Él ama los entrenamientos. Él ama la camaradería. Él ama la construcción de un equipo. Él ama la postemporada. Él incluso ama hasta su dieta. Él ama cuidar su cuerpo. A él le gustaría formar parte de todo este proceso hasta que tuviera 65, 70 o 75 años si tuviera la capacidad para hacerlo”. Y sentencia: “Eso es todo lo que puedo decir: no hay nada que él preferiría hacer en su vida que hacer lo que está haciendo semana a semana y año a año”.
Belichick lo resumiría todavía mejor, en una simple frase: “Do your job, Tom Brady”.
Haced vuestro maldito trabajo. Y disfrutad mientras lo hacéis.
V. Al igual que Tom Brady, Jared Goff, el quarterback de Los Angeles Rams, es de California. Incluso se podría ir más allá y asegurar que Goff cumple con el prototipo del típico californiano: rubio, alto, desenfadado, espontáneo, que mola (en inglés se le definiría con las dos “ces”, casual and cool). Es como esa especie de líder que está tan de moda en el siglo XXI gracias, precisamente, a la economía californiana made in Silicon Valley y que se puede definir con la contestación que el propio Goff dio a los periodistas cuando le preguntaron qué iba a hacer para superar a una defensa tan temida como la de los Chicago Bears el pasado 9 de diciembre. “Intentar lanzar el balón a nuestros chicos”, respondió con una sonrisa. Tan sencillo como eso. Tan divertido como jugar en un parque de bolas en las oficinas de Google o recorrer la sede de Facebook en carreras de patinetes. Aunque a veces se pierda. En el parque de bolas o con el patinete. O en ese partido en el Soldier Field, sin ir más lejos.
Puede que, en realidad, la clave del triunfo sea esa: no pensar que todo es a vida o muerte, no creerse el ombligo de este mundo lleno de egocéntricos, saber reírse de uno mismo. “Él tiene algo bueno sobre sí mismo que es que no se toma demasiado en serio. Lo que amas de él es que es refrescantemente seguro de sí mismo y que no se ve afectado negativa o positivamente por el ruido exterior”, concede McVay. “A medida que pasa el tiempo, te sientes más cómodo en tu rol y eso no es diferente con ser un líder. Sólo puedo ser el líder que quiero ser, el compañero que quiero ser, la persona que quiero ser, y seguir madurando y creciendo y ser lo mejor que puedo ser todos los días”, le apoya el propio Goff.
Ser el líder en un equipo en el que todos los focos están puestos en el entrenador Sean McVay, el hombre que ha llevado a la NFL hacia una nueva manera de hacer las cosas, hacia un nuevo régimen. Ser el líder en un equipo sin apenas experiencia en la Superbowl (sólo Brandin Cooks, C.J. Anderson, Sam Shields y Aqib Talib han jugado la final con anterioridad). Ser el líder en un equipo en el que la máxima estrella no eres tú, sino que es Aaron Donald, el primero de la liga en sacks (20.5) y mejor defensa de la competición. Ser el líder de un equipo en el que ni siquiera eres el jugador más determinante de tu ataque, sino que, para la mayoría, el renqueante Todd Gurley a la carrera es todavía más determinante que Goff. Ser el líder en un equipo que, tal y como cuenta Lindsey Thiry en ESPN, tiene las paredes de su sede llena de frases elegidas por McVay, no por Goff.
El estándar es el estándar.
Maestros de la situación.
Nosotros, no yo.
Nuestra regla… Ser puntual.
“En realidad, sólo se trata de tener valores y creencias fundamentales que pienses que son coherentes con las cosas que tú quieres que representen”, explica McVay.
Más allá de la polémica arbitral (que recuerda al Tuck Rule Game entre Patriots y Raiders en enero de 2002), ser también el líder de un equipo que superó un 13-0 en contra ante los New Orleans Saints en el Mercedes-Benz Superdome para terminar venciendo en la prórroga y clasificarse para la Superbowl.
Ser capaz de ganar a los Saints en playoffs en un Superdome ruidoso y abarrotado.
Eso sí que es un valor fundamental, Jared Goff y Sean McVay. Exponencialmente.
VI. Para poder acceder al citado Mercedes-Benz Superdome de New Orleans hay que subir por la rampa situada en Sugar Bowl Drive, junto a Poydras Street. Como en otros puntos de la ciudad, un ataúd decorado nos indica el camino, quizá rememorando aquella época del pasado en la que en los aledaños se situaba el ya olvidado Girod Street Cemetery. O, tal vez, para traer a la memoria al Huracán Katrina, uno de los huracanes más mortales de la historia de Estados Unidos. En aquel maldito mes de agosto de 2005, el agua se adentró más allá de veinte kilómetros en la tierra desde la orilla y el 80% de la totalidad de New Orleans se inundó. Casi dos mil personas murieron y, en el área metropolitana de NOLA, más de un millón de personas fueron evacuadas. El Superdome, con la mayoría del acero de su icónica cúpula desprendido por el viento, resistió. Con 26.000 vidas salvadas dentro de sus paredes.
Al igual que ocurre con la muerte con ese ataúd decorado al inicio de la rampa de acceso, el Superdome también tiene su espacio para el regreso a la vida, para celebrar la resurrección de esa indescriptible ciudad en el delta del Mississippi. En este caso, se sitúa en la parte este del estadio. Allí, a espaldas de Lasalle Street, se encuentra una estatua de bronce en la que un jugador se lanza para detener un balón pateado. La imagen es de sobra conocida: el 25 de septiembre de 2006, en pleno Monday Night Football, Steve Gleason, safety de los Saints (que, desde 2011, sufre esclerosis lateral amiotrófica o la también llamada enfermedad de Lou Gehrig, como se la conoce en Estados Unidos por el mítico excapitán de los Yankees), bloqueó un punt de Michael Koenen, de los Atlanta Falcons. Fue en el primer cuarto del primer partido en el que los New Orleans Saints volvían a jugar en su estadio tras el Huracán Katrina. A esa estatua le acompaña un texto explicativo con un título de una sola palabra: “Rebirth”. Renacer.
Unos años antes, el domingo 3 de febrero del 2002, fue precisamente allí, en el Mercedes-Benz Superdome, donde, de alguna manera, empezó a nacer la Superbowl de mañana domingo 3 de febrero del 2019 en Atlanta en ese otro estadio que también tiene por nombre Mercedes-Benz. Ese día de principios de siglo, en esa otra Superbowl, en esa otra ciudad al sur de Estados Unidos, surgió una dinastía, la de los New England Patriots de la B&B Limited Co., y se apagó un sueño, el del segundo título para los (por entonces) Saint Louis Rams del The Greatest Show on Turf. El círculo se puede cerrar mañana. El deporte es lo único que es más cíclico que la historia. Es la revancha perpetua.
“Con la caída del sistema medieval, los dioses del Caos, la Locura y el Mal Gusto ascendieron”, escribe Ignatius J. Reilly en las páginas de ese inigualable libro que es La Conjura de los Necios de John Kennedy Toole antes de salir a recorrer las calles de New Orleans (su estatua, que también la tiene, está en Canal Street). Las palabras de Reilly no parecen un mal prólogo para cualquier Superbowl, para lo que se vivirá mañana en el sur de los Estados Unidos, en Georgia, entre patriotas y carneros.
Nacer, renacer o morir exactamente 17 años después. De NOLA a Atlanta, de un Mercedes-Benz al otro Mercedes-Benz. Que alguien vaya preparando el ataúd y la estatua de bronce en la ciudad de Martin Luther King Jr (febrero es el Black History Month en Estados Unidos)… y también de la Coca-Cola. Seguro que Bill Belichick y Tom Brady conocen su fórmula secreta. Está por ver si Sean McVay y Jared Goff también.
Ya lo saben: la realidad es mudable. Lo nuevo reemplaza a lo viejo.
Pero el deporte es la revancha perpetua.
[…] […]
Espectacular Artículo Sergio. Me gustaría alguna vez leer un artículo sobre las tradiciones que le dieron a esta liga y al deporte americano en general los New York Football Giants y que mucha gente no sabe. Me refiero a tradiciones como el grito de «DEE-FENSE»que se escucha en todos los estadios norteamericanos y que se fraguó en aquellos Giants de los 50s en el viejo Yankee Stadium que tenían a Tom Landry como coordinador defensivo(también a Vince Lombardi). Otra imagen icónica si las hay de los deportes americanos es el Gatorade Shower y lo inventaron los Giants de Parcells en el 84. Dos años después tras ganar el Super Bowl inventaron el viaje a Disney de los QBs con aquella declaración de Phil Simms post-partido «I’m going to Disney World!» Y quizás haya algunas más como por ejemplo la leyenda de que el cadáver de Jimmy Hoffa fue enterrado en el mítico y demolido Giants Stadium. Estaría bueno que tu más que nadie haga una recopilación detallada y las de a conocer en España. Ya que los Giants como buena franquicia conservadora son muy reacios a explotar estas cuestiones. Un placer leerte como siempre.
Gracias, Manuel. Los Giants tienen una muy buena historia que contar, sí. Algún día habrá que contarla. Un saludo.
[…] deportiva entre dos ciudades ganadoras en todo Estados Unidos que, con la Superbowl todavía presente, esta misma madrugada volverá a tener un nuevo capítulo en el TD Garden (2:00 hora española, […]
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