Este sábado se entregan los premios Goya en su 33ª edición. Normalmente, uno presencia este tipo de ceremonias con los deberes hechos y la esperanza de que gane la película que uno quiere. Pocas veces ocurre. Casi nunca tu favorita coincide con la mejor para los académicos. Este año es directamente imposible. Se lo adelanto, tiene el cero por ciento de probabilidades. Básicamente, porque no está nominada. O, por lo menos, no lo está a mejor película. Tampoco a mejor dirección. Y eso sí que no tiene razón de ser. Entonces, uno se cuestiona si realmente se puede saber de cine. Si se puede argumentar, hablando mal y pronto, por qué una película es buena o mala, o simplemente por qué una es mejor que otra. O si, por lo contrario, el cine solo es cuestión de gustos y el arte es inclasificable. Es precisamente en ese instante, cuando uno recuerda ese motivo, cuando el enfado se termina. En mi caso, pronto.
A estas alturas, se estarán preguntado de qué película se trata. Los que estén al día pueden incluso imaginársela. La mejor película española del año es Quién te cantará, del director de Magical Girl, Carlos Vermut. Algunos compartirán mi opinión, o no. Otros, sencillamente, no la habrán visto. Con siete nominaciones, pero desaparecida de las categorías principales, es una de las grandes ausentes. Como también lo son Las distancias o Petra, con Bárbara Lennie de protagonista. Los otros trabajos de la actriz este curso han sido La enfermedad del domingo, Todos lo saben y El reino. Ninguno reconocido con una nominación, cuando, en verdad, podría haber sido citada por los cuatro papeles. Puede que ese sea el motivo de su falta, el reparto de votos. Aún así, no tiene explicación, ni solución. Suyas son las mejores interpretaciones femeninas del curso junto a la de Eva Llorach (Quién te cantará). No se trata ni siquiera de una desconsideración, sino de prácticamente un insulto, una falta a su persona. Así de grave es.
Como ven, a la Academia y a mí nos costaría llegar a un acuerdo. Sin embargo, hay que quedarse con lo que hay, que es mucho y muy bueno. Hecho ya no tan sorprendente, por cierto. Y una fantástica noticia, por otra parte. A los Oscars de este año ya les gustaría tener el nivel de estos Goyas. No exagero.
Como en cada temporada, en el cine español emergen nuevos autores, herederos de los Almodóvar, Amenábar, Bayona y compañía. Y lo más importante es que lleguen para quedarse. Como es el caso de Rodrigo Sorogoyen, que aparte de con el cabezón, este año podría hacerse con la estatuilla de color oro (a mejor cortometraje de ficción por Madre). Hace dos años, dio un golpe sobre la mesa con Que Dios nos perdone y su película El reino parte como principal candidata, con el permiso de Campeones. Veremos y esperemos que se confirme. Trece nominaciones frente a once. Siempre nos quejamos de que los premios nunca reconocen a la comedia, pero, por esta vez, Javier Fesser y su equipo deberían de tomarse las nominaciones como un regalo, al igual que su precandidatura a los premios Óscar, otra ofrenda de la Academia. Campeones es divertida y entrañable, su éxito en taquilla es indiscutible (20 millones de euros de recaudación), pero la moralina no es suficiente, o no debería serlo, por lo menos a nivel cinematográfico y artístico. Pese a todo, sus posibilidades de llevarse el Gordo cotizan al alza. Pero la culpa no es suya, sino de quién la ha involucrado en esta carrera. Si quieren apostar por una, háganlo por ella.
Sería una tremenda y agradable sorpresa que lo consiguiera Entre dos aguas, de Isaki Lacuesta, aunque no será porque no lo merezca. Tanto o más que El reino o la irrupción de Arantxa Echevarría y su Carmen y Lola. Al contrario que Todos lo saben, un interesante telefilm de domingo por la tarde que cuenta con la constelación del cine español (Javier Bardem, Penélope Cruz, Eduard Fernández, etc.), pero que lamentablemente no está a la altura de su director Asghar Farhadi, doble ganador en Hollywood (Nader y Simin y El viajante). Muy floja para ser suya. Cuesta decirlo, aún más oírlo, lo sé, pero siempre es mejor que a uno lo rechacen por ser sincero que por otra cosa.
A pocas horas para que den comienzo los Goyas 2019, a alguien que todavía no haya visto nada, además de Quién te cantará, le recomiendo encarecidamente Viaje al cuarto de una madre o Tu hijo. Dos películas muy accesibles, con arraigo social, en las que resulta fácil verse identificado y cuyas opciones pasan principalmente por los premios interpretativos. Seguramente, la primera acabe la noche con más fortuna que la segunda. En parte, gracias a la magnífica dirección de actrices de la novel Celia Rico con Lola Dueñas y Anna Castillo, dos de las mejores profesionales de sus generaciones. Más complicado lo tiene José Coronado con su viaje a las profundidades del ser humano, pues el galardón a mejor actor protagonista ya tiene escrito el nombre de Antonio de la Torre (El reino), por su interpretación de político corrupto. Igual algunos de los asistentes a la gala se dan por aludidos. De la Torre parece que va a conseguir su segundo Goya, al fin. También pelea en la categoría de mejor actor secundario (La noche de 12 años), pero supongo que muy a gusto se lo dejará recoger a Luis Zahera, su compañero de reparto. Aunque el único que tiene el premio asegurado es Chicho Ibáñez Serrador, para él son todos los honores.
En esto, esencialmente, se resumen los premios Goya 2019. Podría hablar de más películas, de animación, como Un día más con vida, pero no tiene rival, tampoco industria, o sobre Sin fin, pero como su propio nombre indica, no acabaríamos nunca. Si quieren ir calentando para los Oscars, con fecha el 24 de febrero, inviertan su tiempo en Roma y Cold War, presumiblemente declaradas como mejor película hispanoamericana y europea, respectivamente, el sábado en Sevilla. Todo vuelve, el blanco y negro incluido. Esperemos que el cine español de calidad también lo haga el año que viene, tenga o no cabida en este circuito.
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