Existen tres formas de analizar un partido de fútbol: describiendo lo que pasó, explicando por qué se piensa que pasó y una variante contemporánea de lo anterior que se trata de elaborar un relato creíble con el que todos crean que debería pasar (o incluso que ha pasado) lo que a uno le gustaría que pasara. Intentaré evitar esto último.
Atendiendo al primero de los enfoques, el único eminentemente válido, el Atlético de Madrid derrotó al Rayo Vallecano por un gol a cero. Eso les permite sumar tres puntos que se le resistían desde hacía dos jornadas. Poco más. Continua a la estela de MadridBarça y mantiene la distancia con los rivales que marcan la clasificación de la Champions League del año que viene. Si un marciano bajase a la tierra y estudiase analíticamente los datos de los equipos que juegan en la competición, diría que la posición del cuadro rojiblanco, atendiendo al poder de esos números, responde a la lógica. El problema es que los aficionados al fútbol no son mayoritariamente marcianos que analizan datos sino seres humanos que sienten, sueñan y leen prensa.
Abramos la puerta de la subjetividad. El partido, para el que suscribe, fue malo de solemnidad. Lento, tosco y con poco jugo. Resultó preocupante para el cuadro rojiblanco desde el punto de vista de las sensaciones que transmite.
Desde que Míchel decidió olvidarse de la prosopopeya de la posesión para colocar una robusta defensa de cinco y fabricar un equipo compacto, de buen toque y que juega en pocos metros, el Rayo Vallecano se ha transformado en un conjunto mucho más sólido de lo que su clasificación describe. Los de Simeone se encontraron delante un Rayo con hambre y bien entrenado que sabía muy bien lo que tenía que hacer. Y lo hicieron. Merecieron más. Fueron mejores en la primera parte y no se llevaron los puntos porque jugaban contra Oblak y contra Griezmann. Da la sensación de que el Atleti actual está compuesto exclusivamente por esos dos jugadores. Que los otros nueve podrían ser elegidos al azar y se obtendría el mismo resultado.
Sé que hay muchas teorías para explicar el juego del Atleti y que la mayoría de ellas abogan por la mala gestión de la calidad, un presunto empeño del entrenador por hacer enfadar a determinado aficionado (o locutor de radio), el hedonismo mal entendido y otra serie de fantasmas posmodernos. La mía, me van a perdonar, no va por ahí.
Desde la llegada del entrenador argentino el Atlético de Madrid ha basado sus éxitos en tres pilares: rigor defensivo, intensidad y personalidad. Por el camino ha jugado bien (lo juro; incluso muy bien, a veces) y mal. Ha tenido buenos y malos jugadores. Ha tenido buena y mala suerte. Ha hechos buenos y malos partidos. Nunca, en ningún caso, jamás, flaqueó ninguna de esas tres patas. Hasta este Atleti 2018/19 en el que dos de ellas parecen heridas de muerte.
Y no, no me refiero al rigor defensivo que, honestamente, no le veo mal. Me refiero a las otras dos. Durante años aprendimos que el Atlético de Madrid que miraba a los ojos a cualquier equipo del mundo se transformaba en un equipo del montón cuando se olvidaba de saltar al campo con intensidad. Cuando no era capaz de superar a su rival en esa faceta del juego. Pasó alguna vez, de forma muy puntual, pero lo supimos interiorizar. En la temporada actual es raro el partido en el que el equipo rojiblanco se imponga en intensidad a su rival. El Rayo, por ejemplo, fue mejor en ese sentido. Más preocupante todavía es la falta de personalidad. No se ve. No se siente. No se huele. Ni en las caras, ni en los gestos. Cualquier contratiempo afecta, cualquier arañazo duele y nadie se atreve a coger el volante cuando el camino se pone pedregoso.
En el plano estrictamente deportivo podemos hacer que los francotiradores apunten a la incomparecencia de Lemar o Vitolo, las imprecisiones de Correa o Thomas, la irregularidad de Saúl o de Koke o de Costa, la ausencia de Filipe o la incapacidad de Kalinic, pero es muy difícil armar un equipo competitivo sin agarrarte a tu esencia, con una planificación deportiva diseñada en Raticulín y una preparación física digna de Expediente X (que alguien debería asumir y explicar). Creo sinceramente que el mal juego o el bajo nivel de los jugadores es más consecuencia que causa. Que todo radica en lo mismo.
Y ahora la Juve. La ración de histerismo que necesitaba una afición que últimamente está haciendo de la histeria su santo y seña. Personalmente intento poner distancia. Quiero verlo como una fiesta y no como un drama. Una cosa es soñar con algo y otra sentirlo como una obligación. Lo primero es divertido. Lo segundo es un infierno. Decía André Maurois que todo deseo estancado es un veneno. Abramos las puertas y dejemos correr el aire. Es fútbol. Disfrutemos del camino porque es la única forma de hacer que todo esto merezca la pena.