Petit Niang (Thies, Senegal, 1994) y Viny Okouo (Brazzaville, República Democrática del Congo, 1997) tienen demasiadas cosas en común: la pasión por el baloncesto, la posición de pívot, una edad más o menos similar, una altura muy destacable (2,09 metros el primero; 2,14 el segundo)… Sin embargo, hay dos lazos que se anteponen a cualquier otro: ambos son africanos y se han formado, tanto en el deporte como en la vida, en España.
Madrid, la capital de su segundo hogar, podría ser el escenario de una pequeña gesta este jueves. Que dos baloncestistas del continente vecino puedan compartir pista en el primer partido de la Copa del Rey 2019, que enfrentará al Iberostar Tenerife y al Unicaja Málaga en cuartos de final, ya es algo más habitual de lo que lo era antaño. Pero no por ello la coincidencia, ahora más causalidad que casualidad, deja de tener un valor inmenso.
¿Cómo han llegado hasta aquí los dos protagonistas de este nuevo éxito de la cada vez más pujante (también en la canasta) África? A LA CONTRA ha querido indagar al respecto.
Los herederos
A Mamadou Niang no se le olvida cuándo pisó por primera vez una cancha de baloncesto. Fue en un parque, con algunos amigos. «Hice un viaje largo, de seis horas, para ver jugar a la gente a baloncesto por primera vez […] Empecé a crecer mucho y en mi pueblo no había infraestructura para jugar. Mi abuelo (se llaman igual: de ahí el apodo de Petit) me decía ‘Vente aquí, a la ciudad, donde hay gente alta como tú’. Lo intenté. Vi el rollo, el espectáculo, y empezó a gustarme», confiesa a este medio. Dejó atrás el fútbol con 15 años.
Uno más de los que contemplaban a Viny Okouo cuando asistió a su bautismo de fuego con la canasta en un campus organizado por Serge Ibaka. Desde luego, el estreno del interior congoleño fue mucho más embarazoso que el del senegalés: «No sabía ni botar la pelota. Sólo hacía mates, porque era grande. Me escondía detrás de la gente cuando hacían ejercicios de manejo de balón. No sabía nada y la gente se reía de mí. Tenía vergüenza».
Quién diría que Okouo había tonteado con las bandas callejeras tiempo atrás. Profesión de riesgo, más cuando tu padre es policía. «Con 11-12 años, volvía del colegio y me escapaba de casa. Mis padres no me dejaban ir con los niños de mi barrio. No eran malos del todo, pero siempre estaban por ahí y se iban del colegio muchas veces. Eran mis amigos, mis compañeros, y yo iba con ellos. Mi padre trabajaba mucho. Yo no sabía exactamente a qué hora volvía a casa y me iba. Cuando le veía, me escapaba y corría a casa». Las peleas (como espectador y como participante) estaban a la orden del día. Ni los castigos ni estudiar un tiempo lejos de su ciudad natal lograron que Viny dejase de ser incorregible. Sólo lo consiguió el baloncesto.
Un año o dos de entrenamiento en el Congo y una foto que Romaric Belemene (actual jugador del Cafés Candelas Breogán de Lugo) hizo llegar al Unicaja le pusieron de camino a Málaga con 16 años. El motivo que llevó a Niang a las Islas Canarias a la misma edad fue todavía más curioso: «Un agente me vio en un entrenamiento y cuando salí habló conmigo. Me dijo que había venido a buscar chicas para el equipo femenino de Gran Canaria, pero que me había visto y estaba interesado en que hiciera un vídeo para mandárselo al equipo de ACB«. Todo después de participar en un campus y pasarse todo el año practicando con un balón en la cancha de tierra que había en su pueblo. El abuelo de Petit pagó ese campamento y, otra vez, fue decisivo para que su nieto se lanzase a la aventura.
Los primeros meses lejos de casa no fueron sencillos para ninguno de los dos. A Niang le llamaron especialmente la atención su primer vuelo y lo diferente que era la gente española. Acostumbrado al clima africano, y por increíble que parezca, llegó a pasar frío en Las Palmas. El choque cultural resultó más brusco en el caso de Okouo. «Al final del primer entrenamiento, mi padre me dijo ‘Joé, es difícil, ¿eh?’. Le respondí que claro que lo era. Cuando la gente empezaba a hablar en español, yo pensaba ‘Joé, este idioma es muy difícil, creo que no voy a poder hablarlo’. Le preguntaba a Romaric qué estaban diciendo y él se reía», apunta. Belemene era el único amigo (y apoyo) que tenía allí.
Poco a poco, la adaptación llegó. Niang se quedó con una de las dos becas en juego (la otra fue para Mouhamed Barro, hoy en el Delteco GBC de San Sebastián; optaban cuatro chicos), pasó cuatro años en el Granca y acabó en el Náutico, filial del Iberostar Tenerife. Nada más llegar a una nueva isla, tras brillar como cadete y júnior poco antes, empezó a entrenar con el primer equipo. Por su parte, Okouo flipó, en sus propias palabras, cuando le comunicaron que compaginaría la LEB Plata (Segunda B) con la dinámica ACB. «Yo no pensaba que iba a llegar. Veía los entrenamientos, el colegio y la rutina (dormir, levantarse, ir a clase, comer y entrenar) como algo muy difícil. Pero me acostumbré a trabajar fuerte y pasó esto», reconoce.
Ahora son gigantes entre gigantes, con títulos como la Champions de la FIBA y la Copa Intercontinental para Niang y la Eurocup (segunda competición europea) para Okouo. Sin olvidar de dónde vienen, aunque a ninguno le faltó de nada en África. Pero tampoco adónde van: la consolidación entre los mejores. Con más o menos minutos de juego, hay una progresión constante. Nunca se deja de aprender, incluso en la élite.
Para muestra, esta anécdota de Petit: «Cuando llegó Txus (Vidorreta), yo tenía un problemón con los sistemas de juego. Me costaban muchísimo. Empecé a estudiar de nuevo: me apuntaba los sistemas en un papel y me los estudiaba al llegar a casa. Veía que con él tenía una oportunidad y que debía hacer lo que fuera para jugar. En Senegal no jugaba y en Gran Canaria no teníamos muchos sistemas en cadete y júnior. Llega alguien que te pone muchos sistemas, que casi cada día te pone uno nuevo… Tenía que ponerme las pilas. Fue algo muy curioso de superar».
El maestro
Aunque Sitapha Savané es un gran referente para Niang y Okouo (compatriota e ídolo del primero), hay otra leyenda del baloncesto africano que brilla más en su imaginario colectivo: Boniface Ndong, el jugador del continente negro con más Copas en su haber durante la era ACB gracias a las dos que ganó en el Barça (2010 y 2011; empatado con el tunecino Salah Mejri, que las levantó con el Madrid en 2014 y 2015).
Ndong (Mbour, Senegal, 1977) también destacó en Unicaja, en cuyo cuerpo técnico trabaja ahora. Por tanto, tutela a Viny Okouo desde que llegó. «Me ayuda con el baloncesto, pero también con lo de fuera: cómo comer, el qué, qué no hay que hacer… Para los africanos que hemos empezado a jugar tarde (con 14 o 15 años), tener a un tío como Boni es lo más importante. Él ha jugado mucho a baloncesto y es una de las leyendas de este deporte en África. Yo he progresado mucho porque Unicaja le fichó para entrenarnos a los pívots. Desde LEB Plata, he sabido hacer muchas cosas gracias a él», cuenta su pupilo.
El mito senegalés no duda al opinar sobre Okouo: «Creo que va a ser un jugador de baloncesto importante. La cuestión es cuánto tiempo va a necesitar para lograrlo. Tiene un cuerpo privilegiado y pienso que si sigue trabajando va a mejorar. Dónde llegue dependerá de él». Tampoco duda cuando se le pregunta sobre su compatriota Niang: «Tiene un juego muy atlético, me recuerda un poco al mío. Pienso que va a ir siempre a más. Cada año mejora su cuerpo, tiene más experiencia y más importancia en el Tenerife. Pienso que va a ser un jugador determinante en la ACB en los próximos años».
Pocos como Ndong tienen tan claro cómo actuarán Niang y Okouo, amigos fuera de la pista, si les toca enfrentarse este jueves. «Seguramente se lanzarán algunas bromas. Pero al final es trabajo. Si coinciden, van a luchar a muerte. Hay que disfrutar. Es lo bonito del baloncesto: competir y las amistades después», asegura el mentor. ¿Qué aconseja a las dos jóvenes promesas? «Tienen que intentar trabajar más que todo el mundo: tener disciplina y hambre. Al final, el mejor en el deporte es el que trabaja más. Eso no puede faltar».
Petit y Viny lo saben. Por eso quieren que otros, en África, puedan gozar de oportunidades como las suyas. «Que se vaya allí a buscar jugadores y que se ayude a los que vienen a España. El tema de los estudios es muy importante para ellos, hay que insistirles mucho en eso. Esto es algo que se puede mejorar. Todos no van a llegar a jugar en ACB o LEB Oro (Segunda División), con un salario que te pueda mantener. Si pueden seguir con el básket, que sigan. Y si no, que tengan estudios para poder hacer algo con su vida. Traer aquí a alguien sin estudios y que nadie le ayude con ese tema es un riesgo», pide, a la par que advierte, Niang.
«En el Congo hay ligas, pero no son como aquí. Me gustaría hacer cosas allí. Vamos a intentar llevar equipaciones, balones, entrenadores que pueden ayudar a mejorar a la gente de allí… De hecho, este año voy a hacer un campus con Romaric Belemene para que los niños crean que, con trabajo, ellos pueden llegar a donde lo hemos hecho nosotros», aporta, por su parte, Okouo. El objetivo está claro: que los jugadores del futuro tengan un espejo en el que mirarse tan ejemplar como lo fue Ndong, entre otros, para los protagonistas del duelo africano en la Copa. La buena noticia es que los cimientos de ese logro ya empiezan a construirse. Y con solidez.
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