Víctor Fernández será director general o presidente del Real Zaragoza del futuro, quizá ambas cosas consecutivamente, si, desde este sábado y desde el banquillo, consigue que el Real Zaragoza sobreviva a su endemoniada actualidad y tenga algún futuro. Cuesta imaginar que no haya un más allá terrenal, a pesar de todos los pesares, y por eso conviene pensar en él, para que dejemos de ser víctimas de este presente traidor, que casi siempre nos atropella porque pocas veces lo prevemos y analizamos. El periodismo debería ser entender, anticipar y explicar. Para dar fe y levantar actas ya están los notarios y los forenses.
Los autoproclamados -y hasta probables- salvadores necesitan que los salven. Que nos salvemos todos, claro, pero a ellos también y si es posible, primero. La Fundación 2032 -ya muy expuesta por tantas decisiones alternas entre los errático y lo antojadizo- parece conformarse con no convertirse en la fundición 2019. Sólo así se explica que hayan recurrido a una figura que cambiará el centro de gravedad de la entidad. Porque Fernández es un extintor para el sábado y quién sabe si será el prócer del futuro.
Hasta ahora, sacado Muñoz con un fórceps no esterilizado y sin un ícono que pesase más que el vacío imperante, siempre había bastado con diseñar el relato y contarlo con la voz adecuada. Con Fernández de vuelta al banquillo -aunque los próximos meses sólo haya que ponerse las gafas para ver de cerca y concentrarnos en evitar el descenso- resultará imposible que el club siga siendo lo que viene demostrando ser desde que la nueva propiedad sustituyó al infame Agapito en julio de 2014. La llegada de Víctor, de apariencia mesiánica, sofoca las llamas previstas para toda la semana y desinflamará el ambiente inicial del sábado en La Romareda. Había mucho miedo interno -fuera del vestuario- a este próximo partido contra el Extremadura y ese sentimiento ha precipitado los acontecimientos hasta gastar el último comodín. Se acabó el automatismo de lapidar al entrenador en plaza pública, apenas dos o tres meses después de sacarlo en procesión… presumiendo de él.
La figura de Víctor Fernández es un búnker en sí misma, en buena parte porque se lo ha ganado con unos éxitos que hoy suenan a epopeyas incluso para quienes los disfrutamos en persona. Con él, el entrenador dejará de ser el rival más débil cuando venga la próxima tormenta. De hecho, será el más fuerte y cuando reciba su primer silbido será porque ya no quede nadie por encima suyo -en el organigrama y palco actual- a quien instarle a que abandone el plató. Fernández tiene otra ventaja respecto a quienes lo intentaron esta temporada: Idiákez -inexperto y sin peso en el lugar- y a Alcaraz -experto, pero también un peso ligero en la ciudad-. Él es experto y es un peso pesado. Nadie va a poder -ni a intentar- decirle cómo jugar; ni va a tener que esperar un par de partidos para recibir ninguna autorización pública, ni va a aceptar que su mejor central pase un partido más sin jugar si deportivamente no lo merece.
Por primera vez desde Muñoz, el mayor activo deportivo de la entidad se sienta en el banquillo. Con la saludable diferencia de que a Fernández, por la crítica situación actual y porque maneja mejor los impulsos reptilianos, nunca le harán un Ranko. Y su andadura demostrará que, en el fútbol, hay un asunto todavía más terminal que un entrenador al que no le acompañan los resultados -latiguillo para acumular destituciones cada cambio de estación- y es un proyecto deportivo e institucional que se escuda detrás de un entrenador sin fortalezas y de relatos a medida.
[…] Víctor es el mentalista que requería lo terminal de la situación, el único artificiero que sabía cortar los cables correctos cuando ambas bombas, clasificatoria y ambiental, apuraban su devastadora cuenta atrás. Los años no han descafeinado su halo y cuatro días le han bastado para conseguir que todo el mundo crea en sí mismo, y en el de al lado, mientras se guiña un ojo delante del espejo. Nunca es fácil pasar de la depresión más profunda a la sonrisa de quien no pensaba contarlo y todavía vive para hacerlo; ni resulta sencillo inocular tanta autoestima en unos jóvenes aplastados por el peso del lugar y que fueron capaces de, insistiendo una y mil veces, sobrevivir al primer marcador adverso hasta enganchar a la grada, incluso en los momentos en los que el empate, ya no digamos la remontada, parecían más esquivos. […]
[…] Pese a tanto, empatar en Gijón -un resultado que muchos habríamos firmado en las horas previas- hubiese vuelto a situar al equipo en la frontera del descenso… Se viene de muy atrás todavía. El Zaragoza ya está en planta, pero aún debe sumar un mínimo de 27 puntos más para asegurar la salvación: nueve victorias que habrá que hollar una a una y, según el tiempo que cueste, ahí calcular lo que queda. No queramos hacerlo antes, por más que el equipo y su afición vuelvan a declararse creyentes. Creyentes en sí mismos y en su entrenador, de espalda ancha y mente clara. Que parece un mago y hace magia porque aquí es el rey. […]