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30 años a tu lado: Michael Robinson

A mí me gustaba más Sammy Lee. Pero hoy, treinta años después, casi nadie se acuerda de Sammy Lee y todavía se sigue hablando de Michael Robinson, que era como una película del Oeste en el césped. Un tipo con la carrocería de un Mercedes. Un futbolista que, sin embargo, nunca tuvo el mando de la televisión: todo lo contrario que Sammy Lee, diminuto y vehemente cada vez que cogía la pelota en medio campo. Michael Robinson, por el contrario, plantaba cara al cielo. Cuando el balón viajaba por los aires todavía existían posibilidades de que le tocase la lotería. No importaba que sus rodillas ya fuesen como dos reliquias, erosionadas por tantas cicatrices. Pero aún así hubo goles clave para Robinson en aquel Osasuna, digno de una película de Ken Loach. Porque entonces El Sadar era un monumento al fútbol sindical. Un estadio realista en el que el balón no se andaba por rodeos. Tenía los años que tenían Bustingorri, Rípodas o Pizo Gómez. Gente que aún nos escandaliza a los tipos de mi generación. No nos acordamos de ellos por su talento, sino por su facilidad para cambiar de sitio los árboles o por su capacidad para proteger a su amo frente a las grandes potencias.

Todo eso era Osasuna y El Sadar en aquella época en la que Michael Robinson y Sammy Lee nos demostraron que no existen los polos opuestos en el fútbol. Robinson era un mal futbolista con los pies que, sin embargo, era un buen futbolista. Sammy Lee era un tipo tan pequeño que cabía en un estuche y que, sin embargo, imponía sus condiciones en medio campo como si se tratase de la Reina de Inglaterra. Robinson pedía la cuenta en el área. Lee hacía la compra en el supermercado. Aquellos pocos años que estuvieron en Osasuna se convirtieron en un Plan de Pensiones que hoy, 30 años después, aún sigue siendo un buen regalo de Navidad. No por el buen gusto, sino por la vida que mostraban, porque, al final, la vida sigue siendo nuestra arma favorita para contar historias. Una manera de explicar a esos dos tipos tan distintos hasta en su manera de envejecer o de regresar a la vida civil una vez que acabaron en el fútbol.

Cromo Michael Robinson.

Sammy Lee volvió a Inglaterra y por aquí ya casi nunca se supo de él. Michael Robinson, sin embargo, se quedó y, por encima de un ex futbolista, descubrimos un personaje. Un tipo con capacidad para sacar brillo de la palabra y para hacer brillar al periodismo en estos treinta años en los que no ha falsificado el buen humor. Es más, nos ha demostrado que no hay manera de identificar el futuro. Él vino a España solo para unos meses para ajustar cuentas en aquel Osasuna de Zabalza como si fuese a realizar la auditoría de una tienda de ultramarinos. Sin embargo, 30 años después, todavía sigue aquí en contra del pronóstico que hicimos la primera vez que le vimos en el césped con la camiseta de Osasuna. La descripción parecía la de una residencia de ancianos. Corría a duras penas. A veces, hasta cojeaba y cada vez que pegaba un salto temblaba la tierra. Pero todo eso fue como su abogado defensor: lo que, en realidad, nos hizo quererle más, encajar en su perfil, acompañarle hasta el minuto 90.

A Sammy Lee también le quisimos. Pero era distinto. No sólo físicamente. También en su manera de ser. La prueba es el resto de su vida como segundo entrenador, alejado de las cámaras. Quizá porque nadie puede ir en contra de su vocación. Y Sammy Lee no era Michael Robinson, el hombre que hoy, invadido por un cáncer, está entre la espada y la pared. Y eso nos hace daño porque tenemos tanto que agradecerle que no hacerlo sería como saltarnos los semáforos en rojo. Y eso no se hace porque no nacimos para hacerlo. Hay biografías que son como estatuas, unas por falta de información como la de Sammy Lee y otras por la excesiva información con la que, pese a todo, no se puede discutir. Y Robinson no sólo fue un futbolista que supo sobrevivir. También es un hombre que ha sabido mantener la calidad del periodismo en estos tiempos tan difíciles. Un hombre que nos ha demostrado que todas las historias humanas son importantes y que, si él aguantó con esas rodillas en Osasuna, está claro que el cáncer ha elegido un mal aparcamiento. No será Michael Robinson un hombre fácil de batir. Todavía le quedan cosas que hacer y esa es la mejor asesoría jurídica que uno conoce frente a la adversidad.

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