Quién hubiera dicho que el 2018 sería el año de la muerte oficial del fútbol sudamericano. Después del FIFA Gate, proceso en el que cayeron varios dirigentes de este lado del mundo, se instaló cierta ilusión de purificación en la región: por fin, pensamos los más ilusos, podríamos empezar a formalizar el deporte, a incluir a los olvidados, a entender el fútbol como un fenómeno social y no sólo como un negocio.
Ha quedado claro que no podíamos estar más equivocados. Ya desde la última no final en el Monumental, con la bochornosa reunión entre los presidentes de Conmebol, FIFA y los clubes participantes, nos las veíamos venir. Esto escribí hace una semana en este mismo espacio, acerca de los probables castigos que recibiría River, el equipo que organizó el partido que nunca se jugó: “Este último apartado lo escribo solo para que quede en la red y pueda citarlo en unos días, cuando la Conmebol anuncie que castigará a River con dos jornadas jugando a puertas cerradas que se cumplirán a partir de la próxima edición de la Libertadores, en la que, por supuesto, participará, y quizás como campeón defensor”.
Sin intención de regocijarme en mi acierto, puedo decir que no me equivoqué. En efecto, la Conmebol ha “castigado” a River obligándolo a jugar sus dos próximos partidos continentales a puertas cerradas y a pagar una multa de 400 mil dólares. Monedas para uno de los clubes más poderosos de la región. La proporcionalidad entre el “castigo” y el escándalo avalado por el equipo millonario es inexistente: ya dijimos en la columna anterior que el fútbol argentino debería ser excluido de certámenes internacionales por unos buenos años para sentar un precedente. Pero claro, eso no le conviene a nadie. Y con “nadie” nos referimos a los dirigentes y a la televisión, básicamente.
A nivel simbólico, que la final de la Copa Libertadores se juegue en Madrid es vergonzoso. El chiste, por supuesto, se cuenta solo: un torneo que celebra a quienes liberaron a las naciones latinoamericanas del imperio español se llevará a cabo en la capital de lo que fue ese imperio. Bien podría llamarse Copa Conquistadores de América, como han bromeado, indignados, varios usuarios de las redes. Es inaudito, pues, que la Conmebol no haya tenido siquiera la voluntad de buscar otra ciudad en la Argentina o, por lo menos, en la región, asumiendo que las autoridades de nuestros países son incapaces de organizar un partido de fútbol. Todo mientras en Buenos Aires se organizó, sin demasiados sobresaltos, el G-20, la cumbre de los presidentes más poderosos del mundo. Y ahora se jugará en un país en el que un partido fascista, homófobo, xenófobo, machista y demás se empieza a posicionar como fuerza política.
Las razones que ha esgrimido el señor Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol, son sencillamente insultantes. Que la colonia de argentinos en Madrid es grande, que la conectividad en Barajas es muy buena (¿en serio esta es una razón?), que hay una cultura de fútbol (como si no hubieran querido que se jugara en Qatar, esa cuna de la tradición futbolística), que Florentino es mi amigo personal… como si eso hablara bien de él.
Finalmente, el partido se jugará este fin de semana, y enfrentará a dos equipos que no quieren participar y a dos aficiones que deberán verlo por televisión a miles de kilómetros de distancia. Se trata de la más grande vergüenza a la que ha sido sometido el muy venido a menos fútbol sudamericano. Aunque el Bernabéu lucirá rebosante y Madrid recibirá con los brazos abiertos los millones que generará la final, asistiremos a uno de los eventos deportivos más decadentes de los últimos años.
Algunos amigos latinoamericanos que viven en Madrid han roto la alcancía para aprovechar una oportunidad única en su vida: finalmente, ver una final de Libertadores entre los dos equipos más grandes de Argentina, y en territorio español, es tan surreal que es comprensible que se sienta la necesidad de acudir al estadio, pero mi postura es que son los aficionados los que deberían boicotear este despropósito. De lo contrario, estarán avalando esta decisión que termina de hundir –real y simbólicamente- al fútbol sudamericano. No podemos ser cómplices de los dirigentes angurrientos que gobiernan este deporte.
Ya lo dijo Juan Román Riquelme, que ha jugado algunos clásicos y unas cuantas finales de Copa: este será el amistoso más caro de la historia. Y el más vergonzoso. El fútbol ha dejado de ser nuestro.
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