Inevitable pensar en el aficionado más famoso de Argentina sentado frente al televisor viendo este partido. Con seguridad el peor día de la vida del Tano Pasman es el que certificó aquel descenso de River a segunda división, agravado aún más porque aquel campeonato lo ganó Boca. Si le hubiesen preguntado aquel día si había una manera de compensar aquella afrenta histórica, estoy seguro que habría respondido: ganarle una final de la Copa Libertadores al eterno rival remontando. Sueñen, porque a veces los sueños se cumplen. Pero a fe que le hicieron sufrir al Tano: la megafinalísima de los superclásicos más larga de todos los tiempos (hablemos en términos argentos) tuvo más emoción que calidad, más miedo a perder que ganas de ganar y mejores goles que buen fútbol. Por momentos, y estando Messi en la grada, daban ganas de sugerir que D10S jugase un tiempo con cada equipo.
La jugada del 1-0 de Boca es un buen ejemplo: de un error de Andrada que podía terminar en gol de River y varios rebotes casi sin sentido nace un contraataque en sexta velocidad culminado con un pase magistral para el Pipa Benedetto que deja tirado en el suelo a Maidana y asegura con frialdad y calidad al palo izquierdo de Armani. De un juego de patio de colegio a un golazo de Boca en un abrir y cerrar de ojos. Más tortura para el Tano que se retira, jurando en arameo, al descanso.
Probablemente jura aún más en quechua y hasta en guaraní cuando al comienzo del segundo tiempo el bostero Andrada llega tarde y derriba a Pratto: penal claro hasta que el uruguayo Cunha se acerca con parsimonia inusual: falta del Oso. Si al Real Madrid jamás le habrían pitado ese penalti en el Bernabéu, Boca no se queda atrás. Los parecidos entre ambos equipos se extienden también al hecho de no recibir una decisión arbitral controvertida en contra en una final internacional. Y el señor Pasman a punto de cambiar su apellido por Palman.
Y sin embargo, en ese mismo instante la “mufa” (mala suerte) del Tano comienza a cambiar: apenas un minuto después llega el primer regate del partido que anuncia vientos de cambio desde Colombia. Es obra del paisa Juan Quintero, uno de los nombres de la final. El único con más ganas que miedo. El que compró más billetes de lotería. Probablemente en Doña Manolita ya que pasaba por Madrid. De su desparpajo se contagia todo River que tras una gran triangulación llega el gol del Oso Pratto. El Tano vuelve a respirar aunque necesita un cilindro (que no bombona) de oxígeno para aguantar el alargue.
Un alargue donde apenas hay juego: solo tensión hasta que Colombia vuelve a reclamar su puesto en la final. Esta vez por el lado negativo: Barrios ve con justicia la segunda amarilla y deja a Boca con 10 durante toda la prórroga. River tarda en agradecer el regalo hasta que de nuevo un golazo que no pertenece a esta final cae del cielo: Quintero la pega desde Medellín para que el grito del Tano se escuche hasta en Malasaña.
Boca casi en la lona, con la rodilla hincada, a buen seguro que como el Tano frente al televisor. También en eso el equipo xeneize se asemeja al Real Madrid: ni con todo en contra se le puede dar por muerto. Aún queda hueco para la locura: Boca con 9 tras lesión de Gago. El portero bostero subiendo cuando aún quedan 10 minutos. River, el equipo que presume de tocar, despeja al patadón. Disparo al palo de Boca. El fantasma de los penales sobrevuela Chamartín. Hasta el contraataque a puerta vacía en el minuto 121 con el que el Pity Martinez sentencia la final. El atribulado Pasman, por fin, puede descansar en paz.
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