Se oye en los pasillos oficiales que una derrota en Riazor supondría la destitución de Alcaraz como entrenador del Zaragoza y la carcajada escapa. A veces, se ríe y no se llora porque la risa es de fibras más rápidas que el llanto. Serían cinco puntos de 24, detalla quien avala la teoría, sorprendido por la reacción. Sin duda, es una racha pésima, que legitima la posibilidad. Pero aquí suena a chiste tan repetido como malo, pese a la inmediata risa que sólo el sistema autoinmune hace explotar.
24 puntos son ocho partidos y ocho partidos son dos meses. Hace dos meses, como demasiadas veces en el Zaragoza actual, el penúltimo entrenador vivía sus últimas horas y el nuevo sería la solución a la mayoría de los lamentos deportivos. Ocho partidos, dos meses y cinco de 24 puntos después, estamos en la misma baldosa intelectual y bastante más cerca de la hoguera. Sólo cambian los nombres de quien puede ser despedido en horas y de quien, según este ciclo acelerado de la marmota, ya se le espera y, muy probablemente, cesará antes de que brote la primavera.
Aquí debería asaltar una pregunta. ¿Qué sentido tiene un ultimátum en Riazor si todo lo que sea allí puntuar sería una sorpresa mayúscula y feliz? Si Alcaraz está tan debilitado como para situarse en esta encrucijada, no tiene sentido que continúe esta semana, porque se le estará privando de muchas sesiones de trabajo con la plantilla al presunto nuevo técnico de cara al partido -éste sí, de igual a igual- ante el Extremadura, en casa y previo al parón navideño. Y, siguiendo esta lógica perversa de que tantos años después casi todo problema y toda solución cohabitan en el banquillo, si Alcaraz es todavía entrenador del Zaragoza esta semana, salvo derrota para la ignominia en La Coruña, debería de jugarse el puesto en casa ante el Extremadura, para que el parón invernal le permita una cierta tregua para el rearme si sale triunfador o, en caso de no hacerlo, para que este receso ofrezca al club y, al hipotético recambio, una transición con mejores garantías que aterrizar ya iniciada una semana de competición.
Como ya conocemos a la marmota como si fuera de la familia, pasaremos a practicar un periodismo de anticipación. Perdiendo contra el Dépor, la visita del Extremadura sería una bomba de relojería para todos, del primero al último y de abajo a arriba. Y ahí todos querremos protegernos. Si ahí se estrena nuevo entrenador, y además resulta que es ilusionante y hasta carismático, ganaremos unos minutos, quizá un partido entero, fuera de las brasas, que siempre se agradece por mucho que apriete el invierno. Y salvado ese partido, llegarán las esperanzas renovables del mercado de enero, la maquinaria de editoriales y portadas, los fichajes que siempre agitan el ánimo, los deseos de que el nuevo año formatee el final del anterior y todo cambie. Hasta que pasen otros dos meses, quizá ocho partidos y puede que 24 puntos. O ya no… Porque la chistera será mágica pero los conejos no son infinitos.
Llegados a este punto, y con la entereza que sólo da convivir con el dolor más insoportable, quizá haya que estar menos preocupados por un descenso a Segunda B cada vez más imaginable, por más que suponga un jaque casi mate a la supervivencia del Real Zaragoza, y puede que debamos ocuparnos todos de no proyectar imágenes para la vergüenza ajena… y propia. Si hay que mirarle a los ojos al descenso, y hasta a la desaparición, que sea con cierta dignidad y algo de amor por uno mismo. Quien no se respeta un día tras otro termina por no respetarlo nadie.
Los recientes episodios de Pombo y con Guitian rocían de ácido la autodestructiva actualidad del Real Zaragoza, al menos, fuera de Zaragoza. Decimos de Pombo y decimos con Guitian, porque el primero fue responsable directo de un acto impropio de un deportista, de todo compañero, y el segundo lo fue subsidiario de un bulo que acaso pretendió humear el fracaso de uno de tantos proyectos deportivos, como cortina que pasara página sin dar pie a buscar responsables superiores. Nadie reconoció la paternidad del caso, tampoco nadie se esforzó en desmentirlo. Y no ha bastado con aplicarse en no comentarlo públicamente durante los días previos a su llegada, porque hay pocas sustancias más resistentes al tiempo que el veneno vertido.
Guitian no se vendió contra el Llagostera. Ni Herrera tampoco lo hizo. El Zaragoza perdió esa noche porque mostró una palidez extrema, como viene haciendo casi a diario desde el asalto de septiembre al Carlos Tartiere. La diferencia es que entonces se buscaron cabezas de turco y hoy se le pide a uno de los decapitados que nos salve la nuestra. Contra todo pronóstico, se le propone y acepta; y contra toda decencia, vamos -muy pocos, pero vamos- a su presentación a insultarlo… Guitian formará una contundente y esperanzadora pareja de centrales con Álex Muñoz, que ayer ya hasta habló en rueda de prensa. No hay castigos ni silencios que cien años duren. Con Pombo, en cambio, hemos sido magnánimos en la crítica y prematuros en el exceso de afecto, tras una escena que dilató pupilas entre la prensa nacional y afectó a varios responsables deportivos de Primera y Segunda División.
No estamos para matarnos entre nosotros, porque bastante graves son ya las heridas con las que convivimos, pero sí estamos para ser muy precisos en discernir quién es quién y quiénes han hecho qué. Y ahí llevamos unos años poco finos, nos reconocerá el espejo si llevamos a cabo el saludable ejercicio de ponernos ante él. El canario Ángel salvó al Zaragoza de un descenso más que probable con una veintena larga de goles y le terminamos despidiendo con pitos por unas declaraciones locales poco hábiles, pero que no debieron empañar nunca los servicios prestados. Xumetra jugó dos meses con el ¡peroné roto! Con el peroné roto hacía dos meses fue el mejor del equipo en el Alcoraz ante el Huesca y en el siguiente partido en La Romareda, tras unos errores, le silbamos… No advertimos el potencial real de William José, ni valoramos demasiado que dijera presente cuando se le necesitó en mayo y junio, mientras Popovic bromeaba sin gracia de noviembre a abril con que era tan intermitente como un semáforo y ahí creímos que Popovic era mejor entrenador que William José delantero… Que William José delantero y que Víctor Muñoz entrenador, cuando Víctor se atrevió a alistarse en el final del invierno de la primera temporada en la que le apuntamos a la Segunda B -la primera de la actual propiedad- y ya en el primer noviembre siguiente, poco agradecidos y muy olvidadizos nosotros, forzamos su salida por no se sabe muy bien qué criterios deportivos, en el mejor de los casos de que fueran deportivos los criterios.
La lista es larga, pero nos evitaremos latigazos en la espalda porque necesitamos salud y temple para estar por encima de lo que nos suceda a partir de hoy mismo. Nos salvaremos si los jugadores juegan bien y ganan, si el entrenador encuentra la fórmula, si la dirección deportiva acierta en enero más que en verano y si los máximos responsables ejercen su responsabilidad al máximo. Todos tenemos que estar precisos. Periodismo y resto del entorno también, por supuesto. Cada uno desde nuestro lugar. Se lo debemos a nuestro lugar y a nuestra conciencia. A ningún aficionado se le puede pedir más aguante y mayor sacrificio, no hay duda, como tampoco la hay de que todos nos debemos exigir un gramo más de discernimiento para distinguir quiénes y qués, dentro y fuera del campo. Para evitar, entre todos, entrar en muerte clínica con un descenso a Segunda B. Y para si, en el peor de los casos hemos de hacerlo, no dar vergüenza ajena y propia. Seamos siempre dignos para volver a ser algún día lo que fuimos. Intentemos no descender pero, por favor, nunca perdamos la categoría. El Zaragoza y todos lo merecemos.
[…] autoproclamados -y hasta probables- salvadores necesitan que los salven. Que nos salvemos todos, claro, pero a ellos también y si es posible, primero. La Fundación […]