Apuró el cigarrillo hasta la última calada y se encendió otro prácticamente al momento. Necesitaba fumar después de haber llegado el orgasmo, de haberse sentido el hombre más afortunado de la tierra y a la vez el más miserable. La habitación olía a tabaco, a sexo y Chanel Nº5, el perfume favorito de ella. No sabía muy bien qué decir cuando terminaba el coito. Quedaba exhausto y vigilante. Marilyn es mucha Marilyn.
-¿En qué piensas, John?
La pierna cálida y suave de ella lo arropaba. Su mano izquierda recorría su pecho, jugueteando, dibujando finas líneas.
-En nada.
-No es verdad. Algo te preocupa. No me creo que esa mirada al infinito no signifique nada… Dame una calada.
Mientras John le ofrecía su cigarro murmuró:
-Quizá debamos dejar de hacer esto.
-Ya estamos con lo mismo de siempre…
-Esta vez va en serio. Soy el presidente de los Estados Unidos.
– ¿Acaso la primera vez que nos acostamos no lo eras?
Kennedy dio una fuerte bocanada a su segundo cigarro. Se incorporó y sacó un vaso de un pequeño armario. Abrió el minibar, echó un par de hielos y un chorro generoso de Jack Daniels.
-Sírveme otro vaso a mí, por favor.
El presidente de Estados Unidos procedió a repetir la operación.
-No deberíamos estar aquí, darling.
-Mira John, lo último que necesito en mi vida es que tú me marees. ¿Entiendes? Todo es ya bastante inestable como para que ya ni siquiera tú me des seguridad.
-Pero sabías que esto no era para siempre. Soy un hombre casado y católico. Pero no solo eso…
-Vuelve a la cama, por favor.
Pero John no hizo caso. Se empezó a vestir mientras daba amplios sorbos a su bebida. Miraba a Marilyn de arriba abajo, degustando con la mirada cada parte de su cuerpo y deteniéndose en aquellos ojos indefensos que clamaban piedad.
-Mira cielo. ¿Qué hacemos aquí? ¿En esta casa? No debería estar aquí. Sabes perfectamente los amigos que tiene Frankie.
– ¿Y desde cuándo eso te ha importado? Ya sabemos que Frank tiene… sus amigos especiales. ¿Pero eso qué nos incumbe? Esta es su casa, nos la presta porque somos sus amigos.
-Nos la presta porque quiere algo. Ese bribón siempre quiere algo… Y si no es él, es porque le habrán apretado sus amiguetes de la mafia. Esos también quieren algo siempre.
– ¿Vas a enfrentarte a ellos?
–Robert está empeñado en que lo haga, y en el fondo tiene razón. Es lo justo. Esa gente no tiene derecho a vivir al margen de la ley. Nadie lo tiene. Hay que empezar a pararles los pies.
En ese momento Marilyn quedó callada. El público creía que era estúpida, pero la estupidez no tenía nada que ver con ella. Miró fijamente a John, tan fijamente que este tuvo que apartar la mirada mientras se apretaba la corbata.
-Los dos sabemos de qué palo va Sinatra. No hace falta que te lo explique ahora. Simplemente creo que es mejor que nos dejemos de ver al menos por un tiempo. Mientras vemos cómo se desarrollan los acontecimientos.
-No hay quien entienda a los hombres… Seguiré sola como siempre. Le importo tan poco a todo el mundo que ni la mafia se molestaría en pegarme un tiro.
No podía resistir al gesto que ponía cuando le entraba la melancolía. Kennedy sacó la cajetilla de tabaco del bolsillo y la posó sobre la mesa.
-Por si te apetecen más tarde.
Por el rostro de la rubia más despampanante de Hollywood merodeó una lagrimilla que John no tardó en parar. Sin apartar la mano de su rostro besó con pasión los rugosos labios de Marilyn. Se besaron como si todo fuera de esa habitación importase muy poco. John aspiró una vez más el Chanel Nº5, se retiró con lentitud y lanzó una última mirada a aquella silueta sinuosa que lo miraba alejarse como quien deja escapar su último sueño.