Todo parte de un pecado de soberbia. De pensar que los entrenadores no importan, ni los directores deportivos, que basta con reunir futbolistas caros, eso sí, candidatos al Balón de Oro. En esencia, se trata de una falta de respeto al fútbol. De ahí proviene la improvisación. Si el Real Madrid no tiene proyecto deportivo es porque el presidente acepta su absoluta incapacidad para comprometerse en algo, por esa razón no hubo paciencia con Lopetegui, sentenciado mucho antes de ser despedido, ni se contrató luego a Antonio Conte, que exigía libertad para confeccionar la plantilla, el muy descarado. Y como el club siempre tiene razón se llegó a pensar que Solari era la solución, un entrenador sin experiencia y sin el prestigio de los que no la tenían, un técnico en formación que solo necesitó ganar cuatro partidos para firmar un contrato hasta 2021. Disculpen si me repito: antes, para entrenar al Real Madrid no valía cualquiera; ahora cualquiera puede hacerlo.
Pero no pretendo cargar las tintas contra Solari; al fin y al cabo, no ha hecho más que ejercer como un empleado obediente y fiel. Cumplió con lo que se le pedía: ocupó el banquillo, dio minutos a Vinicius y dijo «cojones». Para su desgracia, hacía falta algo más. Imaginar que los problemas que afrontó Lopetegui los podría solucionar Solari con su mera presencia era de una ingenuidad infantil. El equipo se cae porque en verano perdió una viga maestra, Cristiano Ronaldo, sin que se compensara el déficit de goles con un fichaje o con varios. Quien pensó que Benzema y Bale suplirían la ausencia del mejor goleador de la historia del Real Madrid se equivocó gravemente y a él habrá que pedir responsabilidades. Quienes imaginamos que Asensio daría un paso adelante también nos equivocamos. O tal vez el único error haya sido no tener paciencia. Nunca lo sabremos.
Lo sucedido en Eibar es peor que cualquiera de las derrotas de esta temporada. En otros casos, la suerte tuvo un papel principal; esta vez careció de influencia. El Real Madrid se vio superado desde el inicio y jamás gobernó el partido. Ni diez minutos. Ni cinco. Fue superado en todas las facetas del juego, avasallado como si conociera al rival ni al entrenador que lo dirige. No había plan seguramente porque no hay espíritu. Porque a los jugadores les afecta el cambalache y porque los referentes han dejado de serlo. Sería un acto de compasión cristiana que Bale se fuera a su casa en Navidad y que ya no volviera. Es evidente que no quiere estar aquí. Ya tomó la decisión la pasada temporada, pero aquella chilena y el adiós de Cristiano le hicieron cambiar de planes. Juraría que contra su voluntad o, al menos, contra su corazón.
Lo de Benzema ya es conocido. Cuanto más le reclamemos goles más lejos estará de marcarlos. Le ocurre a los niños, que cantan y bailan cuando nadie se lo pide, y que se convierten en bloques de piedra cuando todo el mundo les ruega una actuación. No es un goleador. Y negarlo cuando marca goles es contraproducente porque genera expectativas falsas.
Sergio Ramos tampoco está y sospecho que el asunto irá a peor después de las últimas publicaciones. Y su falta de serenidad es altamente contagiosa, sin que ello libere de culpa a Modric y Kroos, por no mencionar la inconsistencia de Odriozola en tareas defensivas. La culpa es general, lo que es tanto como decir que partimos de un problema estructural que nos devuelve a la casilla de salida. No se respeta al fútbol.
No quisiera terminar sin rendir homenaje al Eibar, a Cucurella (ver Gordillo) y a Mendilibar. Si a los entrenadores se los pudiera valorar libra por libra como a los boxeadores nos encontraríamos con uno de los mejores técnicos del mundo, porque ningún otro sería capaz de sacar tanto rendimiento a su equipo. El fútbol necesita de gente que lo entienda y de personas que, sin entenderlo, sean capaces de confiar en quienes saben. Con convicción y, sobre todo, con paciencia, sí, el animal mitológico.
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