Hoy entro en el mundo de Miguel del Pozo, un tipo, de 36 años, dividido en tres: el mozo de almacén, el atleta puntero en las carreras de Madrid o ese tipo extraño que, vestido de delfín, hace de mascota del Estudiantes en el Palacio. Así que, en realidad, uno no sabe por dónde empezar la conversación con él. Pero quizás lo más sensato sea hacerlo por el mozo de almacén en Robert Bosch, que es la manera en la que se gana la vida. Entonces aparece el hombre que renunció a su vocación y no se lo recrimina. «Yo estudié Educación Física y claro que me gustaría dedicarme al alto rendimiento, pero no es fácil. No es fácil encontrar una estabilidad y me parece que yo dejé pasar la oportunidad de opositar cuando terminé en la universidad». Hoy no se arrepiente. «La vida son circunstancias. Comencé en esto los fines de semana el primer año de la universidad para ganar un dinero. Acababa de sacarme el carnet de conducir. No podía imaginar que fuese a llegar hasta aquí. Pero después han pasado los años y aquí he encontrado mi zona de confort. Quién me lo iba a decir».
«He estado quince años de eventual y el próximo año, al fin, me harán fijo», dice, orgulloso e ilusionado, en un trabajo que le deja «las tardes libres» y le permite «echarse la siesta». El resto figura en su capacidad para adaptarse. «No es lo que más me gusta, pero es un buen trabajo. Gano un buen dinero. A la hora de la salida, me olvido hasta el día siguiente y me permite buscar mi vocación en otra parte. Cuando empecé en 2004 parecía que iba a ser para unos meses y fíjate donde estoy ahora. Por eso digo que la vida son circunstancias. Cada uno debe vivir las suyas», insiste con realismo, sin reprochar nada a lo que hace. «Es verdad que es un trabajo físico en el que uno no para quieto. Pero quizá sea mejor así para mí. Tengo una anécdota de hace unos años cuando hubo un ERE en mi empresa. Trabajé entonces en una oficina donde estaba todo el día sentado y fue un agobio para mí. No sabía lo que hacer. Me levantaba cada media hora para ir al baño. La gente alucinaba conmigo. Yo quería pero no podía».
El caso es que Miguel del Pozo fue fiel consigo mismo. «Acabé dejando ese trabajo aún sin tener nada». Y como liberación empezó a correr. «Cogí del armario mis zapatillas viejas y mi viejo reloj Casio y empecé a salir a entrenar en Suanzes». Y lo que en principio parecía un desahogo se convirtió en una manera de vivir hasta el punto de que Miguel ha llegado a hacer marcas muy valiosas: 31’52» en 10.000 y 15’51» en 5.000, con las que a menudo oposita a los primeros puestos en las carreras de la Comunidad de Madrid. «Supongo que no está mal, pero tampoco hay que darle tanta importancia», replica. «La culpa es de nosotros mismos, que nos damos demasiada importancia. A veces, lo veo en las redes sociales y me molesta que se estén perdiendo valores como la humildad. Máxime cuando uno coincide con atletas de élite y se da cuenta de que ellos, a pesar de lo que hacen, son los más humildes. Por eso yo tengo una frase: no se trata de presumir de la humildad, sino de vivir con humildad».
Quizá porque esa es parte de su formación. «Hay veces en las que pienso en colgar un entrenamiento mío en redes sociales y al momento me digo: ‘Para, para, ¿a quién interesa esto?’. No me gusta personalizar en mí. Ni siquiera pienso que yo tenga suficiente interés para contar mi historia. Pero si algo he aprendido de mis padres es a vivir la vida. De hecho, ellos se jubilaron jóvenes y siempre que voy a casa tienen algo que hacer. Si los días tuvieran 80 horas, tampoco se les harían largos, todo lo contrario que esa gente que deja el trabajo y parece que se le vacía media vida». Miguel no es así. «Me gusta recordar que la vida es un privilegio. Me gusta saborear las cosas que tengo. El mero hecho de llegar a las cuatro de la tarde a casa y poder echarme la siesta. Cuando me levanto soy otro», insiste Miguel del Pozo, cuya vida se corona en los partidos del Estudiantes en casa, vestido de delfín, como mascota del equipo. «Entonces se me olvida que voy disfrazado, se me olvida que no sé bailar y que no sé hacer acrobacias. Pero trato de llegar al público con alegría porque, si uno va al baloncesto, es para vivir una fiesta. De hecho, yo firmé mi pacto con este deporte en un viaje a Barcelona en el partido de vuelta de la Copa Korac. En la ida había ganado Estudiantes por 16 y parecía hecho. Sin embargo, allí perdimos por 20 y aun así el viaje de regreso fue una fiesta. Aquello me enganchó para siempre al Estudiantes, a ese equipo que entonces tenía a Pinone, a Winslow, a Azofra… No lo olvidaré nunca».
El premio fue el día que le ofrecieron hacer de mascota. «Había un disfraz de delfín muy antiguo, que era como los que se ven en la Puerta del Sol, guardado en un armario. De repente, lo vio uno de los presidentes y dijo, ‘¿por qué no ponemos una mascota?’ y como me conocían, como saben que yo soy un tipo anárquico y feliz, pensaron en mí». Desde entonces, ahí está. A veces, los domingos por la mañana, cuando Estudiantes juega esa hora, después de haber corrido y quizá ganado alguna carrera en Madrid vestido de atleta desafiando la barrera de los 3’00″/km. Pero Miguel del Pozo es así, el hombre dividido en tres. El mismo capaz de pelear con el cansancio de piernas, porque pasa media vida de pie viviendo, trabajando y disfrutando, incapaz de olvidarse de lo que aprendió de sus padres en casa en el barrio de Canillejas. «No se trata de presumir de la humildad, sino de vivir con humildad».
Alfredo has sabido retratar muy bien a Miguel. Que es un tipo serio y comprometido con lo que hace(sea lo que sea) pero al mismo tiempo que disfruta de ello. Con la cabeza, las piernas y el corazón bien amueblados
Hola Alfredo:
Soy el autor de la fotografía donde sale tumbado.
Me extraña sumamente ese pie de foto porque no trabajo con esas agencias.
Me gustaría que me remitieses el enlace a la galería de donde la has sacado por favor.
Un saludo,
Juan Carlos
Hola, Juan Carlos. Te mandamos ahora mismo un correo electrónico con la foto en cuestión y todos los detalles que nos has pedido. Un saludo.