Dile a Gabi, que cuando vuelva a correr por Arcentales va a tener que hacerme él de liebre». El día es horrible en Oviedo. Agua, frío, niebla. Pero aquí tienen a José Luis Capitán trabajando el optimismo, luchando frente al tiempo, deseando volver a dar clase al colegio. Hoy, no ha salido más de diez segundos a la calle. Lleva todo el día sentado o tumbado en el sofá, pegado a la chimenea. Está de baja laboral y la otra tarde, cuando Sergio Fernández Infestas me contaba que fue a verle a casa, recordé que llevo un año sin hablar con José Luis, que es el mismo hombre que lleva cuatro años y medio esperando el diagnóstico de una enfermedad «que los médicos siguen calificando como un ELA probable». Otros le explican que sus «neuronas se están muriendo». También podríamos hablar de aquel médico que un día, desconcertado, le preguntó:
— ¿Todavía sigues hablando de seguido?
—No sólo eso —le contestó José Luis después de cuatro años y medio—, sino que hago de speaker en las carreras. Sin ir más lejos, esta semana lo haré en el Villa de Gijón y la pasada estuve en Pravia y, sí, es verdad que me falta un poco de fuelle, porque apenas tengo abdomen ni pectoral…, pero ahí sigo.
Y como ahí sigue es imposible olvidarse de él: escribir su nombre o escribir su historia y no perseguir ese milagro que le permita recuperarse, porque él, José Luis Capitán, interpreta este proceso «como una lesión que sólo está durando demasiado tiempo». Por eso hoy hará frío en Oviedo, donde está su casa. Tambien lloverá sin descanso, pero escucharle a él, sentado en el sofá, es escuchar a un líder mundial en energía renovable. «No me he deteriorado como se deterioran los pacientes de ELA», insiste en voz alta. «He hecho un tratamiento y estoy esperando la respuesta, porque yo quiero vivir. El primer optimista soy yo». El mismo en colaboración del cual se puede escribir una historia que nos hace mejores personas. «¿Sabes lo que yo daría por poder salir a rodar veinte minutos, por romper a sudar?», se pregunta él, un hombre que en el pasado hizo entrenamientos infernales. Pero la cosa ahora es entender que aquello ya pasó. «Hay momentos en los que puedo perder el ánimo como cuando voy al hospital y veo enfermos entubados que sólo mueven las cejas y los ojos… Entonces me digo a mí mismo, ¿donde estás?. Pero luego cuando vuelvo a casa y veo que yo hablo normal, que puedo ver la televisión, que puedo sentarme en el sofá con mi familia…, me convezco de que estoy bien, de que tengo esa suerte, de que a lo mejor lo mío sólo es una enfermedad rara que necesita más tiempo…».
Todo es la esperanza. «Si aguanto otros cinco o seis años más así, estoy convencido de que aparecerá la solución sea en las pseudociencias, sea en la homeopatía, sea en la osteopatía…, porque hasta ahora en la osteopatía es en lo único que he notado respuesta». En realidad, la esperanza es incansable en un hombre de 42 años, que podría estar en la lona. Hasta quizá lo esté porque ya empieza a tener problemas para caminar o para sostenerse un rato en pie: «Es verdad que ya no puedo salir a la calle yo solo y que no puedo caminar más de 300 metros seguidos». Tampoco puede comer por sí mismo ni beber cuando tiene sed ni asearse ni vestirse sin la ayuda de sus dos hijos mayores, de 10 y 8 años, «que ya tienen la suficiente edad, conscientes del problema». Porque José Luis Capitán es su padre, el padre al que mamá corta las uñas cuando tiene un rato libre, porque él es «un hombre con los brazos inutilizados». Sin embargo, atrapado en esa vida, sigue comiéndose a besos al optimismo. Por eso no me importa insistir mil veces en este mensaje, prometerle una fidelidad extrema. «No puedo agobiarme, porque no voy a solucionar nada. Siempre digo que es lo que hay y que hay que aceptarlo», insiste.
La ruina sería volverse loco. «La historia está llena de soluciones muy extrañas, de gente que ha estado trece años en silla de ruedas y, de repente, ha aparecido esa mente iluminada que le ha ayudado a volver a caminar… ¿Por qué no va a pasar así en mi vida? La fuerza de voluntad me impide rendirme. Puedo pasar por mis momentos de ansiedad, pero luego me levanto del sofá y me digo a mí mismo: Vamos a seguir, tenemos que hacerlo«. Quizá porque Capitán siempre será el reflejo del atleta de élite que fue. El mismo que este último mes de mayo, cuando debió dejar de hacer la bicicleta elíptica, lo aceptó sin protestar. «Me provocaba un desgaste enorme». El mismo que hoy que lleva todo el día en casa, aburrido, «porque no puedo ni pasar las páginas de un libro» y, aun así, sigue diciendo que «esta vida merece la pena».
Y lleva razón porque ahí por casa tiene a esa pequeña, la niña que nació hace dos años y medio que no deja de dar guerra. O ese rato que pasó esta mañana viendo la película, 8 millas, en la que la única válvula de escape de Rabbit, el protagonista, es la música, porque, en realidad, todos necesitamos una válvula de escape. «Hay gente que me dice, ‘me da apuro preguntarte qué tal estás’, pero, para mí, es todo lo contrario. No importa hablar de lo que me pasa. Hay que admitirlo. Me ha tocado a mí como le podía haber tocado a otro. Pero, desde luego, yo no me voy a marchar de este mundo sin plantarle cara«. Y no podemos pedirle más. «No estoy pensando todo el rato, ‘qué mal estoy’, porque, además, esta es una enfermedad tan extraña que yo vivo sin dolores. Si acaso, al coger la almohada cuando el hombro toca con el nervio al no quedarme nada de carne, pues ya estoy en 46 kilos… Pero, si lo pienso fríamente, esos son todos mis dolores«, añade José Luis Capitán, cuya victoria está en su cabeza. Yo sólo espero volver a escribir de él en el próximo mes de noviembre, como todos los años, desde que empezó esta maldita enfermedad. Y quién sabe. Quién sabe lo que podrá pasar. Quién sabe si para entonces Gabi ya le habrá devuelto a José Luis todos esos días en los que le hizo de liebre en el parque de Arcentales, en su parque, en el parque donde un día descubrimos que «los atletas nunca se rinden». Y esta historia sólo es una prueba, radiografía perfecta.
Extraordinario Capitán. Soy compañero de él en el cole, y es un ejemplo de superación, de optimismo, para todos, grandes y pequeños. Y además, como profesor es un auténtico fenómeno, puedo dar fe de ello.
Grandísimo Capi. Te queremos mucho
Una de las personas que inspira y que demuestra lo que es la superación personal.
Ánimo J.Luis! Hay carreras muy largas y muy duras,tú lo sabes. Pero tienes la mentalidad para ganarlas todas.
Leer artículos como éste sirve para relativizar las cosas y encontrar ejemplos de gente como tú que le hace frente a los desafíos más duros.
Te conozco eres Mi Primo
Eres enorme
Te admiro
Ánimos Jose Luis! ánimo coño!. Tu entrega e ilusión es admirable.