Hace poco más de 11 meses sonó su teléfono. No era la primera vez, pero entonces sintió algo diferente. “Me había pasado en otras ocasiones, había tenido ofertas para salir de mi tierra y nunca me había decidido a hacerlo”. Quien responde al otro lado del teléfono es Enric Gallego (Martorell, 1986), el delantero jugaba en ese momento en el Cornellá y había firmado una primera vuelta inmaculada con 18 goles en 19 partidos. Era diciembre y al pichichi del grupo III de Segunda B estaba a punto de cambiarle la vida. Le reclamaban desde Extremadura, concretamente desde Almendralejo, donde el proyecto deportivo del club no vivía su mejor momento, pero le convencieron: “Lo valoré con los míos y creímos que era el momento de jugárnosla”, confiesa Enric a A LA CONTRA. El Extremadura pagaría su cláusula (200.000 euros) y el delantero emprendería el viaje de su vida.
Eso es mucho decir para alguien que ha tenido que alternar el fútbol con profesiones tan variopintas como las de camionero, albañil, repartidor, o el mantenimiento de la empresa de bicis de Barcelona, y que se ha pateado los campos de arena y barro de la regional y tercera catalana, hasta que pudo arañar una oportunidad en Segunda B. “Con lo que yo me ganaba la vida era con mi curro. El fútbol era un extra, cuando das la vuelta la tortilla todo lo valoras más”, dice Gallego. Del fútbol en exclusividad no consiguió vivir hasta que lo fichó el Badalona en la 2013-14, cuando el 9 contaba ya con 27 años. “Nunca pensé en tirar la toalla. Nunca pensé en dejar el fútbol”. Ese ejercicio de resiliencia todavía conocería nuevas etapas, en Olot y en Cornellá. Sería en esta última donde Enric terminaría de explotar a los 31 años.
“Nunca he mirado mucho el DNI, la gente dice que he explotado tarde, pero yo sinceramente no le doy importancia. Está claro que con 32 años el final está más cerca que si tuviese 25, pero si me ha tocado vivirlo ahora es porque el destino así lo ha querido”, afirma con la misma contundencia con que remata en el área el delantero centro del Extremadura. Un delantero criado en el Bon Pastor, en el extrarradio barcelonés, muy cerca de Santa Coloma. Curtido en pachangas en la calle donde solo había que echar a rodar el balón para que aquello se llenara de niños.
En esos partidos se fraguó una amistad con otro ilustre delantero del barrio que todavía perdura: “Conozco a Sergio García de toda la vida. Es cierto que no hemos coincidido en partidos oficiales, ni en las categorías inferiores, pero sí en muchas pachangas del barrio, hemos pasado muy buenos ratos juntos y a día de hoy mantengo una buena relación con él”. Lejos de perder los vínculos con el pasado, Enric los sigue reforzando: “Toda mi familia vive allí y mis amigos también. A Extremadura llegué las Navidades pasadas, pero las vacaciones de verano las pasé aquí, luego nació mi niña en plena pretemporada y volví. Siempre que puedo me escapo”. Enric también ha sido testigo de la evolución del barrio: “Ahora cuando ves a unos niños jugar en la calle, en una plazoleta incluso te impacta, porque no es lo normal. En mi época se jugaba siempre en la calle”, y esa escuela es la que se refleja ahora en cada uno de sus movimientos.
Extremadura, volver a empezar
En Extremadura tenía que empezar de nuevo, poco o nada conocía de la ciudad, tampoco del club, más allá de saber que había sido una de sus víctimas, al hacer diana contra ellos en una eliminatoria copera. “Desde el primer momento todo fue rodado, el club se volcó conmigo y Almendralejo me recibió con los brazos abiertos, aquí hay gente muy cercana, muy campechana, y eso lo notas desde el principio”. A Enric se le siguieron cayendo los goles del bolsillo la temporada pasada, 10 en 14 partidos, para firmar un total de 29 en toda la temporada. El pichichi de Segunda B colaboró también con un gol en los playoffs e hizo realidad su sueño y el de toda una región. Enric pisaba por fin el fútbol profesional.
El desembarco en la Segunda división no ha sido fácil, por más que esa niña que nació en pretemporada viniera con un rosario de goles bajo el brazo. El Extremadura lucha por escabullirse de los puestos de descenso y para ello tiene a Enric Gallego como principal aval. El delantero azulgrana ha anotado 13 goles en los 13 partidos disputados, es pichichi de Segunda y ya ha mostrado al fútbol profesional parte de su repertorio. También que no le intimidan los grandes escenarios. Su primer hat-trick llegó en el Wanda Metropolitano ante el Rayo Majadahonda. No contento con ello, el pasado fin de semana subió la apuesta y le marcó cuatro al Reus. Gallego siempre fue profeta en su tierra: “Se habían desplazado a verme jugar tanto familiares como amigos, pero para nada fue una presión extra”.

Todo lo contrario, Enric dio un clínic, el delantero de 1,90 se impuso por alto a la defensa catalana en los dos primeros goles, acudió a la presión para recuperar un balón y burlar al portero en el tercero y enseñó su duro disparo en el cuarto. “Durante el partido no pienso en ningún momento la que estoy liando. Solo pensaba en seguir trabajando y ayudando al equipo”, reconoce antes de confesar que la camiseta del partido se la regaló a su hermana, “uno de los pilares de mi vida”. La repercusión de su póquer la empezó a sentir pronto, en el largo viaje de vuelta en autobús donde las felicitaciones y las peticiones de entrevista empezaron a llegar: “Si llaman tanto, es que la cosa va bien”, resuelve con naturalidad.
No obstante y pese a que los focos le apunten directamente, Enric mantiene los pies en el suelo, disfruta del momento consciente de que queda mucho trabajo por delante: “Hemos tenido errores puntuales que nos han perjudicado mucho. Esperemos que la llegada de Rodri como nuevo entrenador nos ayude a mejorar un poco el orden táctico defensivo, que era lo que teníamos más débil. Poco a poco vamos a ir corrigiendo esas cosas y mejoraremos”, confía el 19 azulgrana, sabedor de que su racha goleadora debería sacar al equipo del pozo, vigésimo con 12 puntos.
La receta del delantero catalán para salir de ahí es la misma que ha aplicado en su vida: “Hay que ir pasito a pasito, creer en uno mismo porque yo pienso que con trabajo y con esfuerzo al final todo llega”. Gallego, admirador de Ronaldo Nazario cuando era un crío, representa como pocos el eslogan cholista del Nunca dejes de creer. Así se ha convertido sin pretenderlo en un ejemplo de superación y resistencia para cualquiera que quiera revolverse ante sus circunstancias. En un resumen de su carrera observamos que con 20 años no tenía equipo, con 23 estaba en 1º Regional, con 24 trabajaba como camionero, con 27 curraba en la empresa municipal de bicicletas de Barcelona, con 29 era suplente en Olot y con 32, pichichi de Segunda.
“Venir a Extremadura ha sido una de las mejores decisiones de mi vida. Acerté por todo lo que he recibido y mi familia es feliz aquí. Eso siempre lo tendré presente”, confiesa este killer del área, justo ahora que sus goles y su nombre empiezan a sonar en las secretarías deportivas de media España, aunque él dice “no saber nada”. Mientras tanto en el Francisco de la Hera las esperanzas de permanencia están depositadas en sus goles. Allí llegó hace un año este jornalero del gol al que el éxito le ha llegado “en su momento”, ni pronto ni tarde como él mismo reconoce, a tiempo tal vez para subir el último escalón que le falta en el fútbol y redondear así un viaje que siempre tendrá en Extremadura una parada obligatoria.
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