La de Cine Paz y Carolina Góngora y su familia podría ser la historia de Cinema Paradiso, pero tan solo podría, porque no lo es. A Carolina y a Salvatore —protagonista de la película italiana— tan solo los une la pasión por el cine, un cariño que se ha transmitido de la misma forma de generación en generación. Ahora, Cine Paz, que ha sido heredado de padres a hijos, en manos de Carolina y de su hermano Mariano, cumple 75 años. “Hemos nacido en una butaca de cine, la ilusión y pasión que tenemos por este sector es tremenda. Somos una leyenda de Madrid y un cine emblemático”, explica ella. Antes de entrar, dejen salir fue su primera proyección; hoy, sin embargo, para pasar no hace falta pedir permiso porque está de celebración. Sobra público que ponga y encienda las velas; Paz, el nombre de la esposa del fundador, las sopla.
Cine Paz abrió sus puertas el 13 de noviembre de 1943 en la calle Fuencarral 125. Ya sin el Nodo (Noticias y Documentales), con cinco salas en vez de una —999 butacas antes, 998 desde 1997—, pero ahí sigue, en el mismo lugar, como un árbol firme junto al río, no lo moverán. Es el cuarto cine más antiguo de Madrid aún abierto, tan solo superado por sus homónimos situados en la Gran Vía: Capitol, Callao y Palacio de la Prensa. Además, en su zona, glorieta de Bilbao y alrededores, tan solo resisten dos cuando antes hubo catorce. El otro es Cinesa Proyecciones.
Las salas de cine se distinguen de los multicines en la gestión más familiar y en el trato más personal con el espectador. Paz, además, conserva el puesto de acomodador. La gerencia ha probado a prescindir de él, pero los clientes lo reclaman. “Acompañan a la gente hasta la mismísima butaca, luego bajan corriendo y llevan de la mano al siguiente”. “El otro día a un espectador le falló la tarjeta de crédito y un acomodador le pagó la entrada. Aparte de la cartelera, más independiente, eso es lo que nos diferencia”, añade Carolina Góngora.
Ha tenido visitantes ilustres, como los Reyes eméritos, que acudieron en 1990 a ver Regreso al futuro en la inauguración del sistema de sonido THX. Cine Paz también recibió la visita de George Chakiris, actor de West Side Story, la segunda película que perduró más tiempo en cartel después de Dr. Zhivago (481 días), o Nick Nolte, que acudió para la presentación de El príncipe de las mareas en 1991. Pese a todo, ese no es su público habitual; sus incondicionales son las señoras mayores de 50 años entre las que se cuela algún Pedro Ruiz. Tras finalizar los pases, los trabajadores se han encontrado con casi de todo menos palomitas: alguna dentadura, algún sujetador… “Todo el mundo tiene una historia, te cuenta la primera película que vio aquí, con quién vino, a dónde lo llevaron luego, lo que sea”.
75 años dan lugar para multitud de vivencias, tantas como las que se exhiben en sus pantallas, aunque ninguna de sus películas tiene que ver con la violencia, el terror, la ciencia ficción o el sexo. Una buena historia nos ayuda a entender mejor la vida propia y la de los demás. Ya lo dijo Ettore Scola: el cine es un espejo pintado. “Hay películas que te abren el corazón de una forma que tú no habías experimentado, entiendes una situación que tú estás viviendo o que está viviendo otra persona a través de un personaje. Otras te ayudan a reflexionar o a entender otra época”. Por eso el cine a veces nos complementa y otras simplemente nos salva de la vida. “O nos evade de nuestros problemas o nos llena tanto que nos involucramos y lo vivimos intensamente”, piensa Carolina.
Todos esos sentimientos se producen en una sala, porque ir al cine y ver una película no es lo mismo. “No podemos pretender que nos impacte igual una película en un móvil que en un cine; es una sensación única e insustituible por mucha pantalla grande que tengamos en casa. En el cine compartes experiencias con otros, te metes de lleno en la historia, nada te distrae. Las películas se hacen para el cine y el cine existe porque hay salas de cine”. En los años 60, una persona iba de media al cine una vez al mes, ahora lo hace tres al año. La oferta de ocio ha ido creciendo desde hace tres o cuatro décadas, pero el mayor desafío no han sido los videoclubs ni ahora las plataformas digitales: con la piratería se perdió el valor del cine. “Impactó en la industria como ninguna otra crisis lo ha hecho. Yo soy de las que cree que la seguimos arrastrando. La gente creyó que podía ver algo de cualquier forma y en cualquier lugar, pero eso no es el cine”.
Ningún punto de inflexión ha hecho que los hermanos Góngora se hayan planteado cerrar Cine Paz; de hecho, no se ponen fecha límite y esperan que sus sucesores continúen. “He venido aquí a hacer deberes, a ver películas mientras mi padre trabajaba (Mariano Góngora Benítez de Lugo)… Recuerdo muy bien la obra del 97; cuatro horas antes de abrir estábamos aquí la familia pegando moqueta y limpiando”, cuenta Carolina. Cuando ella cumplió 25 años, su familia le hizo un vídeo sorpresa y se lo proyectaron aquí. Le taparon los ojos y, sobre todo, la nariz. “Fue subir el escalón de la calle y descubrir que estábamos en el Paz. El olor es tan característico… Me sé cuáles son las pisadas”. A diferencia de Salvatore, Toto en Cinema Paradiso, Carolina y Mariano no han tenido que volver a casa, porque Cine Paz siempre lo ha sido. Aquí creyeron en la magia del cine, aquí crecieron y aquí se han buscado la vida.
Preciosa manera de contar esta historia tan entrañable