No se esperaban bombones en La Bombonera… y al descanso casi llegamos diabéticos todos. Por cada gramo de fricción, hubo kilogramos de fútbol. Se jugó mucho y se jugó más que bien. Desde antes de empezar incluso. Sí, desde antes. Lo hizo Marcelo Gallardo, como casi siempre. El técnico de River Plate, con una efectividad incomparable en eliminatorias desde que asumió el cargo hace casi un lustro y que acostumbra a convertirse en un sudoku irresoluble para los mellizos Barros Schelotto, lo volvió a hacer. Se esperaba que Bruno Zuculini entrara de inicio por el lesionado – e irremplazable- capitán, Leonardo Ponzio, para alicatar el mediocampo armando un doble pivote de muchas espinas junto a Enzo Pérez, pero sacó de su interminable manga una carta inédita en los últimos meses: tres centrales, uniendo al canterano Martínez Cuarta a los habituales Maidana y Pinola. Así contuvo mejor y propuso más. Acumuló y acumuló ocasiones a lomos de un purasangre para las mejores ligas europeas, como es el Pity Martínez, y sólo el notable desempeño del muy discutido Rossi en el arco de Boca impidió que los visitantes comenzaran festejando. River Plate estuvo casi siempre por encima de su rival y siempre por encima del áspero escenario; sólo el marcador, que termina siéndolo todo, se empeñó en serle esquivo… hasta claudicar en parte, reflejando una igualdad final que se acerca a la justicia de lo visto y enciende el horno para ir calentando un encuentro de vuelta en El Monumental (sábado 24, 21 hora española) del todo imperdible.
El partido comenzó un día tarde, inundado por unas tormentas que acudieron puntuales a las súplicas de la colonia judía de ambos equipos -una semana antes se especuló con que la CONMEBOL podía acceder a ubicar ambos partidos en domingo por la presión de este poderoso lobby, cuya religión le impide desempeñarse en sábado-. Y la final sólo se pareció a lo que apuntaba en un pantanoso tramo de la segunda parte, cuando el tanto en contra de Izquierdoz situaba el 2-2 final y ambos conjuntos parecieron tomar consciencia del vértigo que habían propuesto y que se había vivido.
Todo venía en contra para Boca Juniors en el tramo inicial. Al azote del Pity -cuyo futuro se escribirá, sin explicación alguna, en el fútbol norteamericano, a sus 25 años…-, se le sumó una lesión muscular de Christian Pavón, que hirió todas las fibras de los habitantes de la Boca. Entraba el Pipa Benedetto, un delantero en trance desde las semifinales, pero no era ése el plan. Benedetto debía someter a la defensa rival cuando Ábila llevara una hora castigándoles todos los puntos de acupuntura de su anatomía. En realidad, el plan nunca es que se te lesione a los veinte minutos tu jugador bandera, el último delfín de Messi en el Mundial de Rusia y quien suena para reforzar al Arsenal más pronto que tarde. Pavón se perderá la vuelta y se perdió casi toda la ida, pero el aparente doble drama no lo fue tanto porque Ábila, un delantero que obliga a los centrales a dormir en bañeras de hielo la noche siguiente, asomó por el sector izquierdo del área para derribar en dos cañonazos la resistencia del más imponente que elegante Franco Armani.
Boca se adelantaba, pese a que River Plate acumulaba casi todos los méritos, La Bombonera se agitaba hasta el escalofrío y el banquillo visitante se miraba incrédulo. Todo había cambiado, nada era lo que se llevaba media hora viviendo… hasta un minuto más tarde. El Pity frotó la lámpara para habilitar a Pratto y éste superó a Rossi para silenciar el conato de seísmo y que, por primera vez desde su llegada, parecieran baratos los 15 millones de dólares que abonaron los -con razón- millonarios para contratarlo desde el Sao Paulo.
Hubo un segundo beneficio colateral para Boca Juniors con la lesión de Pavón. Es muy probable, se diría que seguro, que con Gallardo en el banquillo de La Bombonera no hubiera ocurrido. Pero Gallardo no estaba en el campo de Boca, vivió su sanción desde su despacho de River, sin comunicación con su segundo. ¿Cuál fue el error? Santos Borré era el encargado de seguir a Pavón en el balón parado y, bastantes minutos después de su salida, no hubo ajuste y marcó al recambio… ¿Recuerda quién sustituyó a Pavón? Benedetto, un nueve y medio, sutil por abajo y hábil por arriba, quien te mata suavemente y quien se ha tatuado en su cuello una metáfora de su figura como futbolista: una calavera mordiendo una rosa. Él es la rosa y sus rivales acostumbran a ser la calavera. Aquí lo fue Santos Borré -quien hizo un Gascoigne 28 años después y se perderá el duelo final-, si bien, y más todavía con tres centrales sobre el campo, otro compañero debió encargarse de la marca de Benedetto. Y aún más en una falta indirecta sobre el tiempo de añadido de la primera parte. Descanso. Boca llegaba 2-1 por delante.
Gallardo, sabedor de que no había demasiado por proteger ya entrada la segunda mitad, pese a que la vuelta será al abrigo de setenta mil de los suyos, incluyó al más que cumplidor centrocampista Nacho Fernández por Martínez Cuarta, para volver al 4-4-2 habitual. Y casi sin darle tiempo a buscar, encontró un empate que quiso volver a gritar Pratto -ahí ya los 15 millones hubieran parecido calderilla…- y terminó lamentando Izquierdoz. En ese momento, en pleno empacho de bombones, se entró en el páramo comentado… Un páramo de apenas un cuarto de hora, hasta que entró Carlitos Tévez.
El Apache, 34 años, está para jugar diez o quince minutos, pero diez o quince minutos del Apache dan de sobra para levantar una Copa Libertadores. No se sabe si la levantará. Sí hizo saltar la grada entera con un disparo que silbó la escuadra de River -anulado por fuera de juego previo de Ábila- y, sobre todo, por una ultima conducción, que Maidana quiso bajar por lo criminal, ya que por lo civil no llegaba, y que situó al Pipa Benedetto mano a mano con Armani. Armani, de perfil parecido al tatuaje que caracteriza el cuello del Pipa, amontonó toda su humanidad en una salida desesperada… y efectiva. No estaba en su mejor partido, ni venía de su mejor mes, pero Armani es de los porteros que ganan campeonatos. La rosa terminó en su complicada boca, mientras River y Boca abandonaron la Bombonera con el regusto de sus bombones y jurando que ninguno de los dos será la calavera final en la vuelta del Monumental.
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