Los aficionados a un determinado club de fútbol conforman una compleja y diversa amalgama de personas de muy diferente condición. Congrega ideas políticas antagónicas, credos variados, clases sociales enemistadas y no es raro encontrar a representantes de casi cualquier minoría olvidada. Aun así, seguimos cometiendo el error de tratar a ese colectivo como un ente autónomo de personalidad marcada y propia. ¿Error?
Cuando el Atlético de Madrid recibió ayer su segundo gol faltaban veinte minutos de partido. El panorama no podía ser más desolador. El Athletic estaba jugando mejor (era unos de sus mejores partidos en lo que va de Liga) y el Atleti no se encontraba en el campo. Había más problemas. Diego Costa estaba en el banquillo, Griezmann andaba desaparecido, el equipo se había quedado sin centrales (no es una metáfora) y los mediocentros tenían que jugar en esa posición. Correa estaba fundido, Lemar no estaba, Koke no estaba y el equipo tenía que afrontar el resto del partido por debajo en el marcador y con diez jugadores. Godín se había roto (otra vez) en su carrera desesperada por tapar a Iñaki Williams. Encima estaba lloviendo y hacía frío.
Hay estadios que en momentos así se transforman en un infierno para su propio equipo. Los aficionados la emprenden de forma descarnada contra los jugadores. Por haber permitido llegar a esa situación. Por dejarse ganar la diagonal. Por no haber tirado cuando tenían que haber tirado. Yo qué sé. Por lo que sea. Por permitir en definitiva que se dé esa intolerable anomalía que se llama perder. El ser humano es un animal muy estúpido cuando saca el egoísmo y la maldad. Erigidos con un supuesto poder legítimo para mostrar su enfado, dejando claro también que ellos no tienen nada que ver con lo que está pasando, las muestras de inconformismo y desprecio se suceden en momentos así. De forma vulgar, casi siempre. Desde el insulto soez y los sonidos desagradables hasta largarse del campo.
Yo mismo he denunciado desde aquí la presencia de prototipos así en la grada del Metropolitano, pero sería injusto elevarlo a categoría de representación. No lo es. Ayer lo vimos. En ese momento en el que los tipos que van a las tertulias televisadas hablarían de Liga perdida con un Barça a siente puntos, de equipo roto o de no jugar ni a la taba (sí, ese suele ser el nivel), donde muchos otros pondrían su foco en determinados jugadores lamentables o acabados, la afición del Atleti dio una lección a la afición del Atleti. A la presente y a la futura. Mientras Oblak recogía el balón de su portería y el equipo se encaminaba cabizbajo a sacar desde el centro del campo, la grada del Metropolitano acalló el trino de los cenizos y empezó a cantar Atleeeti, Atleeeeti, con todas su fuerzas. Tan alto que se metía en la neuronas. Tan fuerte que parecía una sola persona. Como hace cincuenta años. Como estoy seguro que ocurrirá dentro de otros cincuenta. Hay aficiones que, mientras el balón está en juego, estarán siempre con su equipo. Ocurra lo que ocurra. La del Atleti es una de ellas. Conviene no olvidarse.
Creo sinceramente que analizar deportivamente la épica victoria del Atleti es bastante menos representativo que hacerlo desde el corazón y las emociones. A veces el fútbol tiene estas cosas y es fantástico. La victoria colchonera frente a los bilbaínos es de los partidos más raros y mas divertidos que recuerdo últimamente. Divertido sí. Denme veinte minutos como los que cerraron ayer el encuentro y que se queden los demás con las posesiones, los estilos perfumados, la visión lateral, la calidad suprema para el gilitoque, los ¡oh! engolados de esos señores que saben mucho de futbolistas (pero no tanto de fútbol) y con los resúmenes en 4K de eso que toda la vida se ha llamado regate y ahora los listos, para distinguirse, llaman gambeta.
Me gustaría resaltar, sin embargo, el nombre propio de aquellos que se lo merecen. De Godin, por ejemplo. Un tipo al que hoy reivindican todos aquellos que ayer lo querían jubilar cuanto antes. Un tipo que, sin renovar todavía en un momento crítico de su carrera, no tiene reparos en jugarse la musculatura y quedarse lesionado en el campo. Un tipo que lo mismo te mete el gol para ganar una Liga que te remonta cojo un partido como el de ayer. Con una sonrisa, normalmente. También lo merece Sául, que jugó en todas las posiciones del campo y que en todas lo hizo bien. Y también lo merecen Thomas y Rodrigo. Dos niños que en el momento más complicado del partido se echaron (otra vez) el equipo a la espalda. Con una personalidad que debería venir de serie con la camiseta y que desgraciadamente no siempre es así. Me da que hemos encontrado dos jugadores que nos van a dar muchas alegrías.
Conclusión: al Atleti le siente muy mal el traje de arrogante favorito y le queda como un pincel el traje de toda la vida. Aprendamos la lección.
Así fue, como lo cuentas camarada ennio, lo vivido fue muy emocionante empezando a que esos sentimientos se apeguen en nuestro nuevo hogar.