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El rombo desfigura al Zaragoza

El Zaragoza se ha convertido en una caricatura de su entrenador, mucho más cabezudo que gigante por ahora. El empeño de Imanol Idiakez por imponer un rombo en el mediocampo, como único sistema de juego, está haciendo resbalar al equipo en la clasificación tras un arranque prometedor y su continuidad en el banquillo ya es, con total legitimidad, sujeto de todos los debates en torno a la actualidad del conjunto aragonés.

El rombo ya alcanza la consideración de dos rombos: poco recomendable su visionado y, por momentos, hasta censurable su emisión. Digamos que es una figura táctica que desfigura la personalidad y la técnica de muchos de sus futbolistas. Quizá pudiera tratarse del sistema más adecuado para una plantilla en luna llena de efectivos disponibles —está lejos de ser el caso—, así como de estados de forma; es muy posible que se haya configurado en torno a esta idea y que la llegada de un convencido de ese sistema haya buscado impulsarla como marca registrada del proyecto deportivo que encabeza Lalo Arantegui. Seguramente.

Alguien con idea supo definir que una plantilla no es una foto fija, sino que se trata de un ser vivo en cambio constante, por lo que el buen entrenador se diferencia de los demás en ser capaz de encontrarle soluciones tácticas a los distintos momentos que vive un equipo de fútbol a lo largo de una temporada. Excepciones aparte, así eran la mayoría de los técnicos en los años ochenta y noventa. Ahora, los linces ibéricos son quienes se adaptan a cada plantilla que entrenan, y a cada biorritmo casi semanal de la misma, sin querer trascender por encima de ella, ni caer en la moda grotesca de imponer sellos propios que pretendan ser el mejor comercial de sí mismos para lo que pueda deparar el futuro.

Nunca hubo demasiado futuro donde el presente escasea. Y el presente del Real Zaragoza, con o sin Idiakez al mando, pasa por poner el sistema al servicio de las características de los jugadores disponibles y nunca, como viene siendo norma en los últimos tres partidos, al contrario. El rombo ha de abandonarse por un 4-4-2 de futbolín: menos glamuroso para la crítica, pero más acorde con lo que los recursos actuales pueden ofrecer. Es cierto que se asciende acumulando victorias, como tan rotundo resulta decir que cuando más cerca estás de ganar es cuando más lejos te encuentras de perder. Hay que recuperar la solidez para edificar la confianza y alicatar triunfos, que llevan seis jornadas sin alcanzarse: dos puntos de los últimos 15 disputados.

El fútbol y la vida, con igual mal gusto, reduce los juicios a los resultados, cuando las sensaciones deberían ser un veredicto inapelable. El razonamiento es básico: ni las mejores sensaciones garantizan los buenos resultados a corto plazo, pero ni siquiera los mejores resultados vigentes son capaces de seguir en pie cuando empiezan a envolverles las sospechas. Aquí hay seis de uno y media docena de otro, pero sabemos que el capricho de cada marcador —el Zaragoza mereció empatar en Soria y perder contra Osasuna— es lo que mantendrá o destituirá a Idiakez en el cargo, y no su insistencia, ya difícil de soportar, de querer que su equipo, ausencias mediante, juegue como se viene declarando incapaz de hacer.

Comprobar como Ros, James, Eguaras y Zapater coincidían este sábado en el once inicial contra el Numancia fue como encontrar una fuente en plena travesía por los Monegros. Por fin una línea de cuatro para juntarla en paralelo a la gemela defensiva, ofrecer la resistencia de un bloque que se maneja en espacios reducidos y es capaz de juntar dos amenazas de veneno demostrado, como Álvaro Vázquez y Pombo. La fuente resultó un cactus y, al acercarnos a beber de ella, salimos sangrando por sus pinchos e igual de sedientos. O quizá algo más, porque cayó alguna lágrima de desesperación que contribuyó a la deshidratación acumulada.

James, un futbolista que llama la atención como interior izquierdo o integrando el doble pivote, por su dinámica, intensidad y criterio, fue la inopinada punta del rombo. Un rombo, por momentos, mentiroso, ya que no conectaba con los delanteros, sino que éstos, Pombo y Vázquez, se abrían como extremos para dejar a un centrocampista nato, de menos de metro setenta de altura, como principal referencia ofensiva de un equipo que se consigue cortocircuitar a sí mismo sin mayor mérito del rival. De hecho, el Numancia no se adelantó en la primera parte porque su realidad es mucho menor que la de la temporada pasada y éxito alcanzara si concluye el campeonato en una zona intermedia de la clasificación. Como se encuentra ahora.

No sólo James estaba mal ubicado, terminaron estándolo todos los jugadores por delante de la defensa. En su muy noble intento por sofocar el incendio que vivía el compañero de al lado, creyeron encontrar acomodo en una posición que mejor podía venirle al equipo, aunque era manifiesto que les sentaba mal a todos individualmente. Y cuando las individualidades de cualquier sociedad no están donde más y mejor rinden, no hay colectivo que funcione. Javi Ros abandonaba el sector derecho para socorrer a Eguarás, en la salida y en la contención, dejando tuerto un carril derecho que sudaban por corregir Álvaro Vázquez en defensa y Benito en ataque. Zapater seguía fuera de foco como interior zurdo y Pombo no sabía si subirse al columpio de la banda izquierda o al tobogán del ataque: siempre que asomaba por un lado, parecía ser más necesario en el otro.

El equipo, que no mereció perder en Los Pajaritos, llegó al descanso con un empate inmerecido, ya que ahí el Numancia sí fue superior. Sin excesos, no dispone de ellos, pero superior. Y las sensaciones, rombos aparte, eran las mismas que antes de comenzar: a Eguaras empiezan a sobrarle los minutos y a Aguirre hace tiempo que le faltan. Salió Aguirre por Eguaras (cuya vuelta al equipo tras cuatro meses de lesión hace aconsejable una puesta a punto más progresiva, por él y por todos sus compañeros) y el Zaragoza vivió sus mejores momentos pese a que James seguía sin dar el paso atrás que lo emparejase con Javi Ros y terminase de darle vuelo a la propuesta.

Javi Ros volvió a una cocina que no puede abandonar mientras todo siga parecido, Zapater se nota más cómodo acostado a la derecha que encorsetado por izquierda, Aguirre fue una bofetada para el rival, por primera vez preocupado en ese sector, y para quien había decidido no convocarlo (¡no convocarlo!) en las últimas jornadas; además un alivio para Lasure, quien pudo asomar en ataque por primera vez en todo el partido. Porque si hay un termómetro infalible para demostrar que un equipo está o no ordenado en un terreno de juego es que sus laterales vayan llegando con cierta asiduidad a la línea de fondo contraria. Cuando no asoman es que bastante tienen con achicar tantas fugas de agua. Ésa fue la diferencia entre el Zaragoza de la primera parte y el del inicio de la segunda.

Cuando mejor estaba el conjunto aragonés, con Vázquez y Pombo como verdadera amenaza ofensiva, tramando historias por el pasillo central, llegó un golpe bajo en forma de pinchazo en el isquiotibial del delantero catalán, que lo sacó del juego, comprometiendo el presente y el futuro inmediato. Soro fue el recambio y el desorden se instaló de nuevo. No por el chico, ni mucho menos, sino porque Idiakez, determinado en sus decisiones o insistente en algunos errores, como se prefiera, mantuvo a James como referencia ofensiva, junto a Pombo esta vez, y envió al talentoso mediapunta de la cantera a la banda derecha del mediocampo. Sólo intercambiando líneas, James hubiera robustecido el medio y Soro, afilado el ataque.

Cuando ya todo parecía morir en un empate adecuado para los 90 minutos, llegó un balón en el área que se encontró el brazo despistado de Grippo y Viguera logró la hazaña de anotar el primer penalti contra el Zaragoza con Cristian Álvarez bajo palos, tras un año largo y tres paradas del portero argentino mientras tanto. Álvarez volvió a ser uno de los destacados anoche, reforzando así la sensación de que cada partido tiene mucho de ya visto y todavía no prohibido, pese al azote semanal de la crítica… Estimado entrenador, abandone el rombo o calificaremos con dos de ellos sus emisiones. 

Javier Hernández
Javier Hernández
Cefalópodo. Activista de imposibles renovables. Dueño, como nadador, de un diploma paralímpico único en Londres 2012. Único... porque no ganó más (50 espalda) y porque nunca nadie ha alcanzado uno igual: con 33 años y sin haber entrenado nunca antes de los treinta. Doctor Honoris Causa en México y conferenciante motivacional sin fronteras en www.delospiesalacabeza.org, regresa a la redacción deportiva tras fatigar teclados en Heraldo de Aragón y en As a principios del siglo
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