Esta historia comienza con un recuerdo que una buena amiga compartió conmigo sin pensar en las consecuencias, porque mi mente echó rápidamente a volar. El punto de partida es un latigazo fugaz en la memoria, que no siempre tiene que ver con el pasado, sino con nuestra forma de mirar el presente. Este cuento donde la realidad se vuelve un escenario de película tiene como protagonistas a un hombre bueno de carne y hueso y a una diosa intocable y eterna. Este relato que trataré de contaros a través de pequeños fotogramas es un homenaje al amor de una hija por un padre, una fuente de luz inagotable para un escrito en blanco y negro.
A principios de los 60, España empieza a convertise en un gigantesco y rentable plató para la industria de Hollywood. En 1963, desembarcaba en nuestro país un personaje curioso y muy ambicioso, Samuel Bronston. Bronston tenía un sueño: fabricar en España su particular imperio hollywoodense. La lista de películas que llegó a rodar en suelo patrio nos suenan un poco a todos, El Cid, La caída del imperio romano o 55 días en Pekín. Sin embargo, su mayor reto y para el que tuvo que hacer diversos malabares fue embarcarse en la aventura del rodaje de El fabuloso mundo del circo. El director fue Henry Hathaway y los protagonistas principales John Wayne, Claudia Cardinale y la mujer que protagoniza este sueño: Rita Hayworth.
La vida de Rita Hayworth (Nueva York, 1918-1987) está indudablemente unida a España desde su nacimiento. Su verdadero nombre era Margarita Carmen Cansino. Eduardo Cansino, su padre, primo del escritor Cansinos Assens, fue un bailarín andaluz nacido en Castilleja de la Cuesta, cerca de Sevilla. Su madre, Volga Hayworth, fue una bailarina del Ziegfields Folies. El despegue de la carrera artística de Rita lo situamos a los trece años, cuando ya iluminaba las tarimas bailando junto a su padre. Llegó a Hollywood integrando el Spanish Ballet hasta que el compositor español José Iturbi la introdujo en el mundo del cine. Pronto, su belleza descomunal llamó la atención en la meca del séptimo arte y comenzaron a ofrecerle sus primeros papeles como actriz secundaria en películas como Sólo los ángeles tienen alas, de Howard Hawks; Una dama en cuestión, de King Vidor; y, especialmente, Sangre y arena, adaptación de la novela de Blasco Ibáñez dirigida por Robert Mamoulian en 1941, en la que encarna a Doña Sol, una andaluza de pura raza. Apasionada y atormentada por naturaleza, sus relaciones ocupan un lugar destacado en su biografía. Hayworth se casó cinco veces, con Edward Judson; con el director Orson Welles (con quien tuvo a su hija Rebeca), con el príncipe iraní Alí Khan (con quien tuvo a su hija Yasmine Aga Khan), con el cantante y actor Dick Haymes y con el director James Hill. Poca gente conoce este dato, pero Rita confesó dos secretos a Orson Welles: que su padre abusó de ella y que aborrecía ser actriz.
El cambio de paradigma en los estudios de Hollywood provocó que tanto actores como productores, directores y guionistas desembarcasen en Madrid para alejarse de la rectitud, disciplina y reglas que regían el cine clásico al otro lado del Atlántico. La capital española se convirtió entonces en epicentro de grandes superproducciones. Las noches madrileñas eran testigo de las idas y venidas de Cary Grant, Frank Sinatra, Sophia Loren, Ava Gardner, Elizabeth Taylor, Audrey Hepburn o de la propia Rita. La variedad de paisajes y, sobre todo, los bajos costes técnicos y la facilidad para obtener las licencias para rodar en Madrid, convirtieron a la ciudad en un pequeño y renovado Hollywood. Rita se enamoró de los rincones de la capital, un lugar donde podía pasar desapercibida si quería, bañada en el humo de algún cigarro o acariciada por el brillo de una farola mientras caminaba por la Gran Vía. Eran los tiempos de la censura y la mujer más sexy del planeta se quitaba los guantes a sus anchas en el Castellana Hilton. Lo de Hayworth con Madrid fue otra de sus grandes historias de amor.
«Cuando mi padre tenía trece años trabajaba para sacarse unas pesetillas en el Club de Golf de Puerta de Hierro llevando los palos a los socios y a la gente que acudía allí para disfrutar de una jornada de golf en Madrid. Era la época dorada en la capital, las estrellas de Hollywood se paseaban por aquí como querían. Madrid vivía su propia película. Durante esa época que estuvo allí trabajando, pudo conocer a muchísima gente, entre ellos, a Charlton Heston, a Yul Brynner… Pero él nunca había tenido la suerte de poder llevarle los palos a nadie. Y un día estando por allí, le llamaron para que acudiese raudo y veloz para ayudar a alguien con su bolsa. Cargó con ella, campo de golf para arriba, cuando, de repente, apareció en un cochecito una mujer no excesivamente alta, entrada en los 40, muy delgadita, con el pelo pelirrojo, un pañuelo en la cabeza a modo de diadema y un cara muy dulce. Mi padre se quedó petrificado, porque se trataba de la mismísima Rita Hayworth. En aquél momento acababa de pasar el boom de Gilda y mi padre sentía pura admiración por ella. Cuando pudo reaccionar, le pasó un palo de golf, a lo cual Rita respondió con un leve toque en la gorra que llevaba mi padre y con dos palabras: ‘Gracias, chico’. Desde ese momento, murió desintegrado de amor y siempre repetía que nunca ha habido en el mundo una mujer más bella que Rita Hayworth. Yo me he tirado toda la vida oyendo esa historia y escuchando lo maravillosa que era Margarita Cansino».
Lo que provocaba aquella mujer es conocido por todos. Sueños húmedos, deseos indescriptibles, sacudidas en la cama. Gilda no sólo era una película, era un símbolo, un mito. Gilda era Rita. «Mi padre se quedaba absorto mirando la portada de aquella película. Siempre decía que cargar los palos de golf era durísimo porque pesaban aquellas bolsas un horror. Pero aquel día, no sintió ni el peso, flotaba». Allí estaba Gilda, delante de sus ojos, perfecta, impenetrable, vulnerable y moribunda en su interior. Mientras tanto, Jesús se sentía más vivo que nunca. En ese momento, no podría imaginarse que, algún día, compartirían un lugar privilegiado en el cielo de las estrellas mortales e inmortales. Rita Hayworth falleció oficialmente en Nueva York el 14 de mayo de 1987, a los sesenta y ocho años, bajo el yugo de la miseria y del Alzheimer. Glenn Ford, aquél que la abofeteó en Gilda, fue uno de los que sostuvieron su féretro hasta llegar a la tumba. Antes, otro muchacho ya le había sostenido sus palos de golf cuando su belleza y su memoria permanecían intactas al paso del tiempo y a su propia afición por la autodestrucción. Nunca hubo una mujer como Gilda.
«Yo nací anoche, cuando le conocí a usted. No tengo pasado, sólo futuro».
Para Silvia. En memoria de Jesús Nebreda de la Paz.
Hecha un mar de lágrimas. Gracias por recoger este sueño que vivió el hombre más extraordinario que jamás he conocido. Gracias infinitas, Silvia
[…] en 1961. Con el yugo de la dictadura y de la censura apretando fuerte el cuello de los españoles, muchas estrellas de Hollywood aterrizaron en España no solo para rodar algunas películas emblemáticas como El Cid, La caída […]