El Rayo Vallecano acumula cinco jornadas consecutivas sin conocer el triunfo después de caer derrotado en la mañana de hoy domingo ante un Getafe que se mostró más preciso en un encuentro equilibrado, irregular en su juego (soso en su primer periodo, vertiginoso en su segunda mitad), trabado y dramático en su solución.
La primera mitad fue más atrayente por las sensaciones que por las realidades. Sin apenas ocasiones de gol, con continuas interrupciones y sin espacios para atacar, ambos conjuntos transmitieron al espectador su necesidad de victoria a base de control, igualdad y resguardo. Arambarri, en un mano a mano que abortó Alberto cuando el público todavía estaba entrando al estadio, prologó un relato que resultó ser mentira: ese periodo inicial sucedió en el medio del campo, no en las áreas, fuera la que fuera. No en vano, tras la mencionada de Arambarri, la sucesión de oportunidades se describe más rápido que el ritmo de juego desplegado en el Estadio de Vallecas: Gálvez no llegó a alcanzar dentro del área pequeña un cabezazo de Amat en un saque de esquina (minuto 15) y Advíncula disparó fuera desde la frontal (en el minuto 43). Si no menciono más es porque no las hubo, ni siquiera aquellas de tipología dudosa: piernas que no encuentran balones o esféricos que no alcanzan cabezas.
Sin embargo, tras el descanso, el partido cambió por completo, algo que ocurre habitualmente con los futbolistas y con los actores, ya sea por la fatalidad o por el bisturí. Fue entonces cuando ambos equipos se acordaron de que las estadísticas están demostrando esta temporada que con la posesión no se ganan los encuentros y decidieron saltarse el desarrollo para mostrarnos directamente el desenlace. Más práctica que teoría. El Rayo creció y Embarba envió un centro-chut al palo desde la banda derecha en el minuto 53, así que el Getafe recurrió a una de las máximas que se inscribe en cualquier recinto balompédico: si tu rival no acierta, tú no fallarás. El fútbol es sencillo, se reduce a acertar en su sucesión de momentos claves. De tal modo, los de Pepe Bordalás parecieron dejar el choque sentenciado en apenas cuatro minutos. Primero, en el 63, con un cabezazo de Foulquier en el segundo palo en un centro de Antunes desde la banda izquierda (0-1). Después, en el 67, con otro centro desde la izquierda de Jorge Molina que el debutante Akieme introdujo en su propia portería (0-2). Una sentencia que, como la primera ocasión de Arambarri, sumó más falsedad que verdad al relato.
Porque el Rayo Vallecano, acuciado por los malos resultados (cinco jornadas ya sin ganar), se fue en busca de la remontada como si se tratara de un ejercicio sincero de autoestima. Ya en el minuto 74, Raúl de Tomás empalmó en el segundo palo un centro desde la izquierda de Akieme, protagonista en todos los goles del encuentro, para reducir la distancia (1-2) y conceder esperanzas a los vallecanos. El asedio local fue intenso y posiblemente mereció la recompensa del empate, pero el partido terminó diluyéndose entre tarjetas amarillas (el rayista Trejo, ya en el descuento, fue el único jugador que acabó expulsado por doble amonestación), anarquía táctica y, como en su primera mitad, demasiadas interrupciones.
Con este resultado, el Getafe respira y el Rayo se ahoga. Cuando la derrota se perpetúa entre la igualdad, como en el caso rayista, la mayoría de las veces no sólo se explica con mala suerte. De hecho, la mala suerte puede que únicamente se reduzca a una cuestión de perspectiva. O, mirándolo bien, de autoestima. La que conceden las victorias. Esas que empiezan a faltarle al conjunto de Míchel.
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