En el mundo del fútbol “crisis” es una palabra prohibida. Nadie la pronuncia. Ni futbolistas ni entrenadores, ni por supuesto directivos. Admitir la crisis es asumir un problema y todavía hay quien piensa que lo que no se nombra no existe; tengo entendido que en la política sucede algo similar. En el fútbol se habla de mala racha, que es un concepto supersticioso que se admite como si fuera un hecho científico. Nadie niega la validez de una explicación tan infantil como que “la pelota no quiere entrar”. En apariencia puede resultar un sarcasmo después de tantos millones invertidos, pero en el fondo proclama la supremacía del juego sobre el negocio. Aunque se programe todo hasta el milímetro y se alfombre el camino de billetes, en última instancia siempre hay que tirar los dados.
Afirmar que el Real Madrid está en crisis porque ha perdido dos partidos de los tres últimos y porque no ha marcado goles en ninguno de ellos solo tiene sentido porque hablamos del Real Madrid. Sin embargo, incluso en un club de tanta exigencia —ajena y propia—, el dato debería resultar asumible. Nada se ha roto: el equipo es colíder en la Liga y mantiene intactas sus aspiraciones de clasificación en la Champions. Es el contexto lo que convierte el dato en una amenaza y la crisis en real.
La marcha de Zidane y el traspaso de Cristiano Ronaldo son capítulos fundamentales de la historia que nos ocupa. No es normal que un equipo que acaba de ganar su tercera Champions consecutiva pierda a continuación a su entrenador y a su mejor futbolista. Y tampoco es habitual que la afición implicada lo acepte sin oponer la mínima resistencia. O el madridismo estaba muy poco involucrado afectivamente con el entrenador y el delantero (“todos los amores acaban mal, porque todos los amores acaban”) o tomó las salidas por deserciones voluntarias, o tal vez se consoló con la posibilidad de fichar a Mbappé o Neymar, tal vez Harry Kane o Hazard.
No vino ninguno de ellos. Pero aún así, nadie se quejó. Quizá porque existía un empacho de estrellas o porque se entendió que la paciencia era una buena política y había plantilla suficiente para afrontar los nuevos desafíos. Fue entonces cuando incurrimos en eso que Valdano denomina “la fantasía” y que consistió en imaginar que los cincuenta goles de Cristiano se repartirían entre delanteros y centrocampistas hasta no quedar ninguno por marcar. La goleada contra la Roma (3-0) nos dio la razón, al menos por una noche: el Madrid era un equipo coral, casi bucólico, que había suplido el ego de uno por la felicidad del resto. Diría que cada gol reforzó la apuesta deportiva. Marcaron Isco, Bale y Mariano. El éxito siempre tiene razón.
La ensoñación terminó abruptamente y no hace falta refrescar la memoria. Es momento de indagar en las razones. Para ello, en primer lugar, recurriremos a la medicina. El síndrome del miembro fantasma es la percepción, generalmente dolorosa, de que un miembro amputado sigue formando parte del cuerpo. Los afectados, entre el 50 y el 80% de los amputados, padecen hormigueos y entumecimientos, y hasta llegan a creer que el miembro funciona normalmente. Aunque las teorías son diversas, se dice que el cerebro sigue dedicando atención a la parte ausente, como si no hubiera registrado su pérdida. Como si necesitara un tiempo para reorganizar el cableado interior.
En situación semejante se encuentra el Real Madrid. Vista la reacción del madridismo, es posible que la amputación no haya sido sentimental, pero sí física. A partir de aquí funcionan todas las analogías. El cerebro del equipo no ha procesado la ausencia de Cristiano, 450 goles en 438 partidos. Desde un plano consciente se asume su traspaso, pero el cableado interior no se ha corregido. Es fácil imaginar el desconcierto de los jugadores y del entrenador. Sus evidentes esfuerzos por mejorar el juego y desarrollar los automatismos que lo favorecen no tiene influencia en la consecución de los goles. Se generan ocasiones en número significativo (CSKA), pero se intentan rematar con el miembro fantasma.
Desde esta perspectiva, el Real Madrid cometió el error de no fichar a un delantero titular que llegara liberado de la sombra de Cristiano. Sobre jugadores como Kane o Lewandowski (por citar nombres que sonaron) no habría pesado la presencia/ausencia de Ronaldo, igual que tampoco la siente Mariano y de ahí su efervescencia cada vez que salta al campo. Para los demás, el cerebro sigue enviando instrucciones que tienen como objeto conectar con un jugador que ya no existe.
Hecho el diagnóstico, nadie sufre tanto la amputación como Karim Benzema, que se pasó nueve años adaptando su juego al de Cristiano hasta alcanzar la perfección de los escuderos: servir a su señor sin robarle ni plano ni hazaña. Ahora queremos que Sancho vaya al Toboso en busca de Dulcinea, como si fuera tan sencillo cambiar de personalidad, de caballo y de doncella.
No niego que la lesión de Gareth Bale —también algo fantasmagórica— ha influido en la composición general del cuadro. Sin el portugués, Bale se siente más importante y actúa en consecuencia. Sus goles disimulan la escasez de munición, pero su fragilidad muscular tiene aspecto de ser crónica; desde que fichó por el Real Madrid en 2013 se ha perdido 83 partidos oficiales, el equivalente a casi dos temporadas enteras.
Si crisis es una palabra prohibida, mencionar a Zidane tampoco resulta oportuno. Nadie ha profundizado en los motivos de su abandono, días después de ganar la tercera Champions consecutiva. La lógica indica que se marchó por no estar de acuerdo con la renovación de la plantilla planteada por el club. Durante su última temporada se había posicionado en favor de dos futbolistas que se vieron directamente afectados por los cambios, Keylor y Cristiano, al tiempo que había señalado a Bale como una pieza sobrante.
Más allá de las razones de su adiós, Zidane nunca fue apreciado como entrenador por el madridismo en general, tampoco por la prensa. Se valoraba su talante y su capacidad para gestionar el grupo, pero ni un solo día se le dejó de reprochar que no fuera un sesudo estratega. Sospecho que nos vimos atacados por otra “fantasía” y confundimos lo accesorio con lo circunstancial.
Deber ser cierto que el fútbol tiene poca memoria. El fichaje de Rafa Benítez demostró que el Real Madrid no necesita entrenadores con un doctorado en geometría, básicamente porque a un equipo tan sobrado de talento se le presentan pocos problemas geométricos. Es la capacidad de motivación y la habilidad para sofocar incendios lo que acredita a un entrenador del Real Madrid, tal y como han puesto de manifiesto los últimos que ganaron la Copa de Europa: Zidane, Ancelotti, Del Bosque…
Llegados a este punto, Lopetegui debe definirse (Zidane o Benítez) desde la certeza de que el equipo no remontará desde la pizarra. Lo hará si el entrenador recompone el cableado interior y los jugadores se desprenden del miembro del fantasma con la terapia recomendada: disminuir la presión arterial, aplacar los nervios y relajar los músculos. El proceso llevará tiempo y probablemente hará falta una transición como la que sucede a las dictaduras. Ayudará Mariano, sin duda, tan libre de cargas que quiso heredar el 7 de Cristiano. Será positivo ejercitar la paciencia, aceptar el problema y no está contraindicado pronunciar la palabra crisis, tercera acepción del diccionario de la Real Academia: «Situación mala o difícil. Un equipo en crisis».
Interesante artículo. Sin embargo difiero -con mil perdones — del autor. Hace años que vengo repitiendo que Cristiano es un BLUFF,la fabricación retroalimentada de un falso ídolo. Cristiano, aparte de su insufrible e infantilóide narcisismo, era un futbolista que metía goles porque estaba en el sitio de meter goles y porque todo el equipo JUGABA PARA ÉL. Hubo muchos,muchísimos partidos en los que fue un fantasma deanbulando por el campo sin dar pie con bola. También FRUSTRABA a los demás delanteros que se exponían a regañinas si no daban el pase a Cristiano. Ciertamente el equipo ha iniciado campaña con poco brío y sin encontrar la portería contraria, pero demos tiempo al tiempo y busquemos un mejor entrenador.
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