A Diego Armando Maradona le ha sobrado lo que vino después del fútbol. Si nos abstraemos de sus declaraciones, cuestión complicada, su ingreso en la vida civil tuvo algo de simbólico, pues con el tiempo experimentó una transformación física que le tuvo muy cerca de convertirse en balón, un destino indudablemente poético.
Un cirujano impidió que se hiciera pelota y Maradona perdió la oportunidad de elegir reencarnación.
Asumo que el porvenir es un trastero oscuro para todos aquellos que han tocado el cielo antes de los treinta y entiendo que solo hay dos formas de sobrellevarlo: o alejarse del foco o devolver parte del equipo alquilado: el ego, la fama, la vanidad. Las estrellas de Hollywood elegían la primera opción. Solían ocultarse cuando los años les apagaban la luz, encerradas en sus mansiones, como Norma Desmond (“sigo siendo grande, son las películas las que se han hecho pequeñas”) u ocultas entre la gente normal como Greta Garbo y tantas otras.
Maradona, sin embargo, se quedó en mitad del escenario. Le dijeron que fue dios y lo tomó por bueno. Pensó que su misión sobre el césped continuaba sobre la tierra sin advertir que ya no tenía voz, solo eco.
Desde que se retiró, Maradona solo funciona como fábrica de nostalgia. Qué bueno fue y qué jóvenes éramos. Qué verano aquél y qué tiempos aquellos. El ejercicio solo exige quedarse en el nombre y no leer la noticia que lo acompaña; verborrea y diarrea son expresiones igual de fétidas.
Maradona, para muchos aficionados, mayoritariamente argentinos, no es un hombre, si siquiera un nombre, es la palabra que se pronuncia antes de que comience la hipnosis y después de la cual desaparece el mundo real, al menos el actual.
La última ocurrencia de Maradona le ha llevado a decir que “Messi es muy bueno, pero que no le da, que es inútil querer hacer caudillo a un hombre que va veinte veces al baño antes de un partido”. “No lo endiosen más, no va a ser caudillo. Messi es Messi jugando en el Barcelona y Messi en la selección argentina es uno más. Pero no puede ser que antes de hablar prefiera jugar con la Play; después, adentro de la cancha sí… intenta y busca hacernos felices a nosotros”.
Así habló Maradona para la Fox sin otra intención que provocar la atención del mundo. Será que se aburre en Sinaloa o tal vez ocurra que se aproxima un partido demasiado grande (Argentina-Brasil, el próximo martes) para que Diego no lo juegue. La flatulencia fue bien agradecida por los medios de comunicación en un fin de semana sin fútbol de clubes.
¿Piensa Maradona lo que dice? Hace tiempo que dejó de hacerlo. Las hemerotecas le fustigan. Meses atrás sostenía que “Neymar sería el mejor jugador del mundo sólo si aceptáramos que Messi no es de este planeta». Pero de tanto en cuanto los celos se le suben a la cabeza. Con Pelé los tuvo siempre: «¿Por qué me comparáis con Pelé? Mi madre dijo que soy mejor y él jugó con futbolistas que no se podían ni mover».
Tampoco son los defensas que enfrentó Maradona los mismos a los que burla Messi. Es verdad que Diego sobrevivió a un fútbol que no exponía en televisión, y bajo la mirada de cincuenta cámaras, la violencia de los defensas; entonces no existía una censura social contra los que agredían al genio. Pero también es cierto que el fútbol de ahora es más atlético que el de hace treinta años, lo que obliga a Messi a compensar con talento su inferioridad física. Vaya una cosa por la otra, y vayan los goles por delante (574 por 312).
Y aún queda el argumento fundamental: la constancia. Maradona era sublime de vez en cuando y Messi ha inventado la genialidad industrial: prácticamente cada fin de semana es soberbio. Si se atasca con Argentina es por su íntimo deseo de demostrar su argentinidad, de salvar la patria, y por el esfuerzo inútil de convencer a los hipnotizados. Todos esos que rajan no odian a Messi porque no haya ganado el Mundial, ni porque juegue mejor en el Barcelona, ni porque sea un tipo de pocas palabras; lo que no le perdonan es que no les devuelva la juventud, el pelo, los rizos y la novia del 86. Eso es lo que jode realmente.
Genial artículo. Quirúrgico, diría yo. Las intervenciones y/o apariciones de este señor, al quien como persona respeto abismalmente, me recuerdan a las de algunas personas que calientan banquillo en el Congreso: dignas de no ser causa de gasto de papel y tinta de bolígrafo. Por lo demás…¡qué bueno fue como jugador de fútbol! Si hubiera sido un jugador profesional y constante, tal vez le hubieramos permitido retirarle los platos del postre a Messi, cuando éste come, solo, en su mesa.