lunes, diciembre 9, 2024
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Lucas, sé Alcaraz

Resulta agotador titular y arrancar cada crónica del Real Zaragoza apelando a la figura del entrenador. Agota intelectual y emocionalmente. Casi más que sostenerle el pulso a comentar en directo cualquiera de sus partidos posteriores al 8 de septiembre (0-4 al Oviedo). No por el resultado, aquí se intenta que los análisis nunca sean resultadistas; si bien, fue un resultado que pareció de otra época. De una época, previa al agapitismo y su posterior herencia, donde las cartas de casi todos estaban menos marcadas y esa, llamémosle ‘tierra sin quemar’, permitía un mayor margen para la maniobra en la crítica y para la esperanza en el futuro inmediato.

El fútbol tiene muchas otras aristas y multitud de protagonistas más allá del técnico de turno, pero existe una razón bisagra para esta llamada de auxilio insistente: se necesita un técnico que acierte lo más posible, pero, ante todo, se necesita un técnico que sea él mismo. Que se acerque más a lo que siempre ha sido, más allá de elogiables evoluciones formativas y pinganillos auditivos durante la primera parte. Quien, por más que haya sido el club el que te haya contratado, se aproxime a lo que le dicta su yo interior más que —con la mejor intención, no cabe duda— a lo que se le propone de la dirección deportiva hacia arriba y se corea, como una sola voz, desde los kioscos oficiales.

Rebeldía es gratitud y rebeldía es lealtad con lo que piensa el que aún resista y lo haga. Quizá haya que multiplicar las horas de filosofía en institutos y universidades para aclarar muchos conceptos y abrillantarnos, de una vez, como sociedad. Porque sólo se alcanzan los objetivos más gruesos desde la lealtad con uno mismo, con la esencia propia, por más que sepas que el entorno espera y va a agradecer otra cosa. Puede que se espere y se agradezca otra crónica, y que también ocurriera con las anteriores, pero seguimos hablando, un lunes al sol más, de un Zaragoza empeñado en girar sobre sí mismo y de entrenadores que parecen más dedicados en liderar una conga que en proponer rumbos alternativos.

Alcaraz es mejor entrenador que Idiakez, pero ayer decepcionó más que el Idiakez más decepcionante. Aguanten una línea más. Sé que incomoda pensar y vivir a la contra, en grupo se camina mejor aunque intuyamos que nos dirigimos a un precipicio —caeremos todos juntos, al fin y al cabo—; pero vamos a revisar creencias y automatismos mentales, sólo por si se puede cambiar alguna y así mejorar un rumbo, desnortado e insistente. Seamos seres pensantes y seremos seres libres, además —aunque parezca una propuesta demasiado alejada de algo tan terrenal—, seguramente, seremos aficionados de un equipo que estará más cerca de la Primera División, porque su entorno le exigirá desde el pensamiento creativo y ya no lo acunará sin alimentarlo de crítica deportiva. Gracias por aguantar más de una línea. Ahora sí, vamos con ella.

¿Por qué decepcionó más Alcaraz que Idiakez? ¿Por el juego? No necesariamente. Hubo ratos, a partir de que el Elche se adelantara y nunca presionara arriba, que pareció sentirse más cómodo en el inicio de la construcción que en partidos anteriores. ¿Por no ser capaz de cambiar la inercia de resultados en sólo tres días de entrenamientos? Tampoco, claro que no. ¿Por qué, entonces? Por no ser él. Puede parecer poco en esta esquina de la historia, pero ser uno mismo sigue siéndolo todo, por más castigos y soledad que te apliquen para que te lo pienses mejor y dejes de pensar.

En tres días, y hasta en tres horas, sobra tiempo para acomodar una alineación y una disposición táctica a cómo tú sientes el fútbol, a cómo lo has sentido siempre. En su caso —escuché ayer a Agustín Martín, en Carrusel Deportivo Aragón—, fundó, con 12 años, un club de chavales para entrenarlo. 40 después y, sobre todo, quince más tarde de alcanzar y sostener la consideración de todo el fútbol español por elevar las prestaciones imaginadas de sus equipos a base de hacerlos incómodos y exigentes para el rival, ayer el Zaragoza no pretendió ser incómodo ni exigente para el rival ya desde la formación escogida.

Decepcionó Alcaraz porque no le cambió una coma a la famosa herencia. Herencia relativa porque se venía de rozar un triunfo (casi siempre empate, cierto) con los mismos delanteros lesionados que ayer y ayer no se estuvo cerca de empatar, ya no decimos de ganar, casi nunca. Y relativa porque el juego, aunque tuvo pasajes de cierta comodidad ante un Elche más que replegado tras el 1-0, no se acercó al vuelo meritorio, e invisible para los kioscos reseñados, que tuvo el equipo en la segunda mitad del último partido de Idiakez. Su cese fue merecido, pero impuntual: una semana y dos partidos en casa tarde. Y ese despido, en reseñable diferido, ha afectado a la magnitud de la caída.

Para recuperarse de ella, habrá que hablar más de fútbol —por más que nos cueste, por más que veamos— y permitir que el equipo sea un reflejo de su entrenador y no de lo que, desde algún delirio de grandeza interno, se quiere que sea a día de hoy, mucho antes de lo posible. Alcaraz será víctima de la molicie imperante y de no ser fiel a sí mismo si no alicata, como siempre ha hecho, al equipo en un doble pivote de mucha más pierna y algo menos de pie (Verdasca-Ros), si no huye de los dos delanteros mientras sólo tenga uno, y falso (Pombo), disponible; si no enjuga el déficit de un centrocampista de banda derecha, doblando el lateral —es decir, proponiendo un Delmás y Benito uno delante del otro— o jugando con tres centrales (Zapater-Ros por delante) y así la banda derecha sólo debe ocuparse con un carrilero. Javi Ros sigue siendo insustituible mientras Guti esté lesionado, y serán una pareja más que recomendable cuando el canterano se recupere, y Álex Muñoz, menos contundente que Grippo y Verdasca según alguna opinión interna difícil de compartir desde fuera y desde lo visto hasta ahora, es un doloroso lujo en el banquillo. Grippo y Verdasca, sin templar con la necesaria compañía de Muñoz, sí son contundentes en sus errores e inexactitudes defensivas: de anoche a la tarde en Almería el catálogo es amplio. Sírvanse ustedes mismos.

Sé que la propuesta no es estimulante, y que el invierno será sufrido por más que las próximas recuperaciones de Vázquez, Gual y Papu le darán filo a la propuesta. Ese filo permitirá al equipo dañar más al oponente, pero será insuficiente si no descabalgamos del delirio de someter al contrario desde pretender gobernar los partidos. El escudo y la camiseta son las mismas que cuando solíamos hacerlo, pero las perchas son otras. No estamos para gobernar, estamos para hacer oposición y, desde una oposición seria y responsable, iremos escalando en los sondeos y en la clasificación. Poco más que añadir, señorías.

No se busca tener razón, se insiste, sino cuidar la opinión personal y compartirla pese a todo. Ser honesto y ser leal con el pensamiento propio, tratando de que sea propio y muy concreto, con propuestas y ensayos de solución desde el juego en sí mismo. Porque para hablar de tendencias, inercias, herencias, victorias por lo civil y lo criminal, y otras epopeyas intelectuales similares da igual el entrenador y da igual todo. Da tan igual que el Zaragoza sigue resbalándose hacia el descenso a Segunda B, hacia lo que sería su más que probable hoja de defunción, y continúa desdeñándose el debate de cómo jugar de un modo mínimamente alternativo, mientras se desangra con un solo dibujo, único y excluyente. Porque el dibujo importa. No lo es casi todo, pero sí es mucho.

Quizá la plantilla, algo descompensada (falta un centrocampista de banda derecha y no se entiende el fichaje del colombiano Medina), pueda estar ideada para jugar un 4-4-2 en rombo —¡oh, rombo! El concepto tabú y perseguido. Hemos tardado más de mil palabras en escribirla y confiamos en que no haga saltar ningún antivirus, oficial y sensible—, pero ni el conjunto de tus jugadores disponibles, ni la genética profesional de tu nuevo entrenador, recomiendan defenderlo con tanto empeño y tamaña sumisión.

Porque urge ganar, ganar y ganar, no hace falta pagar una universidad privada para saberlo y decirlo. Sí sería necesario que devolviesen lo pagado y volviesen a las aulas quienes desautorizan el análisis de toda propuesta divergente. No se conoce país donde se consuma más fútbol e incomode más debatir sobre el juego. Ahí nos escudamos en un batallón de lugares comunes, que se jactan, orgullosos pese a todo, en desautorizar a quien aún conserva ganas de pensar, a quien no todo le da igual y sigue privilegiando la causa colectiva sobre la comodidad personal, pese a dudar de si éste es el Zaragoza que la mayoría quieren. Si es así, adelante y el mayor de los éxitos. Serán los de todos. También los míos, porque mi éxito nunca fue tener razón, sino intentar fabricar mi propia opinión, sea o no coincidente con la general. Y si no lo es: por favor, dejen a Alcaraz ser Lucas y, por favor, estimado Lucas, permítase ser Alcaraz.

Si cada uno somos lo que debemos ser, el Real Zaragoza volverá a ser lo que siempre fue y la generación más joven de zaragocistas, por fin, lo podrán conocer.

Javier Hernández
Javier Hernández
Cefalópodo. Activista de imposibles renovables. Dueño, como nadador, de un diploma paralímpico único en Londres 2012. Único... porque no ganó más (50 espalda) y porque nunca nadie ha alcanzado uno igual: con 33 años y sin haber entrenado nunca antes de los treinta. Doctor Honoris Causa en México y conferenciante motivacional sin fronteras en www.delospiesalacabeza.org, regresa a la redacción deportiva tras fatigar teclados en Heraldo de Aragón y en As a principios del siglo
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