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La obra maestra de Leonardo

La Copa Libertadores es una obsesión…», canta hasta el escalofrío la garganta del Estadio Monumental cuando juega River Plate un partido. De un tiempo a esta parte, da igual el partido. Pero nunca da igual cómo lo cantan: marcando cada sílaba y alargando la última vocal, envuelto en la percusión, cíclica e interminable, marca registrada de las hinchadas argentinas. Y ahí el canto se vuelve mantra. Un mantra que trituró en la ronda de octavos a Racing de Avellaneda, líder indiscutible del actual campeonato argentino, y que, esta misma semana, ha terminado superando la notable resistencia del Club Atlético Independiente, en la vuelta de los cuartos de final de esta máxima competición por clubes del continente americano. River ya pisa semifinales.

Con un 0-0 en el partido de ida, el marcador de la vuelta lo inauguró, nada más arrancar la segunda mitad, el fértil delantero rosarino Nacho Scocco para sostener un racha de tres partidos seguidos anotando que abrió hace una semana descosiendo la red de la portería de Boca Juniors en La Bombonera (0-2); Juan Quintero, mediapunta colombiano relacionado con el Real Madrid durante el pasado Mundial, se vistió de héroe para despejar los fantasmas reunidos tras el empate previo de Romero, quien daba el momentáneo pase a semifinales a Independiente a falta de menos de media hora para el final; y Santos Borré, atacante también cafetero, pero de descafeinada trayectoria en el Villarreal, descerrajó un disparo a la escuadra de la puerta, siempre bien defendida por el uruguayo Campaña, para abrochar el 3-1 definitivo y situar a River Plate a apenas cuatro partidos, dos instancias, de levantar la cuarta Copa Libertadores de su historia (1986, 1996, 2015). Igualaría así con Estudiantes de La Plata, rotundo dominador a finales de la década de los sesenta (1968, 1969, 1970), con Zubeldía en el banquillo y la Bruja Verón padre a los mandos; y ya sólo se situaría a rebufo de Peñarol (5), Boca (6) y, precisamente, Independiente (7). No fue un duelo menor el de esta misma semana, por tanto. Las obsesiones nunca lo son.

Llegados a esta esquina del relato, convendría abrir el plano. Ahí, acumulando kilómetros de honestidad y criterio donde casi nada es para la galería, afinando las primeras brochas hasta convertirse en una figura deseada por los mayores mecenas, emerge el ídolo Leonardo Ponzio. De perfil bajo y vuelo alto. Mucho más que un capitán, coinciden en su país. Su nombre es atronado cual gol decisivo cada vez que es presentado por los videomarcadores de su estadio y el eco resuena intacto en cada esquina de Buenos Aires. Recibe la febril admiración de los suyos y el profundo respeto de los contrarios. La frase es intercambiable en su caso y resulta, para cualquiera de nosotros, un honor casi insostenible en el mundo actual. Imagínese en el fútbol actual. Imagínese el fútbol actual argentino.

El renacentista Leonardo, de cuna leprosa (Newell’s Old Boys de Rosario) y siempre presente en los últimos días felices del Real Zaragoza (Copa del Rey y Supercopa de España 2004, ascenso 2009), llegó a River Plate en 2007 para ganar el Clausura del año siguiente con el Cholo Simeone de técnico y volvió, también desde Zaragoza, en enero de 2012 para ya no irse y convertirse en el último gran ídolo del club desde Cavenaghi, Gallardo (su exitoso entrenador actual) y el Burrito Ortega, calibran los que saben y hacen temblar cada jornada la ácida y exigente tribuna San Martín.

A Ponzio se le respeta y admira su verdad en un ambiente inflamado e impostado. Nunca se lavó las manos, ni siquiera en sus minutos más sangrientos, contra Boca Unidos el 10 de junio de 2012. La causa y las fotos podrían afectarle al ritmo de la lectura… Sólo diremos que se trataba de un duelo clave para devolver a River a la máxima categoría del fútbol argentino, tras su traumático primer descenso justo un año antes. Era un día decisivo. Resistió y venció.

La noche de autos (26 de junio de 2011), la del primer y único descenso contra Belgrano, que hizo universal tras bordear el infarto en su hogar el, hasta ahí, anónimo Tano Pasman (si por alguna inconcebible razón no sabe quién es, ni de qué se habla, tecléelo en google y disfrute), tuvo a Ponzio a un océano de distancia. Entonces, en su segunda etapa aragonesa, sintió que debía regresar para devolver a un grande de Argentina, al más grande para muchos, a su lugar natural. Llegó a mitad de ese penoso trayecto en la Nacional B, en enero de 2012, y hoy es cada día más leyenda. Ascendió compartiendo liderazgo con el Torito Cavenaghi, se quedó ya como referente y segundo capitán tras David Trezeguet; y, en 2013, fue nombrado capitán por el técnico Ramón Díaz.

2014 merece un punto y aparte. Y hasta una biodramina para evitar mareos. La primera mitad del año resultó un tsunami capaz de arrasar a cualquiera… A cualquier otro. Una nueva dirigencia accedió al club, con Cavenaghi de vuelta como mayor reclamo. El Torito se desvinculó de River tras el ascenso y ahora volvía con todos los galones. Ponzio le cedió la cinta de capitán, como muestra de la buena relación entre ambos, bajo sospecha en el ambiente, y en lo futbolístico terminó perdiendo la confianza de Ramón Díaz, hasta llegar al inaudito extremo de no ser convocado durante varias semanas. El técnico cesó al cabo de unos meses y asumió el cargo Marcelo Gallardo, en junio de 2014. Ahí todo se resituó, viviéndose el año y medio más ganador de River este siglo: Liga, Copa Sudamericana, Recopa Sudamericana y… ¡Copa Libertadores! La tercera y, por ahora, última.

Nadie sabe explicar por qué no fue el 5 titular de Argentina en el Mundial de Rusia (que no fuera ni siquiera convocado, ni considerado, por Sampaoli en todo su ciclo es ya un sudoku nivel diez y medio), pero accedió al alma del hincha con varias llaves: con su compromiso de regresar al infierno, cuando casi nadie quiso, y de hacerlo volviendo de Europa en la plenitud deportiva de sus 30 años; con la resiliencia mostrada cuando fue relegado en las jerarquías de la plantilla y hasta en las decisiones deportivas; con su humildad cuando pasó la tormenta de Ramón Díaz y no emitir nunca ninguna factura pública cuando volvió a ser considerado; con ser un ejemplo desde el acto diario y no desde el verso; y, claro, con estar presente en tantas buenas. Por tantos goles a Boca Juniors, en una densidad llamativa para un jugador con casi todas las virtudes incorporadas menos la del goleador; y por tantas copas levantadas. Su museo de trofeos alcanza la decena y es de los más apreciables de todos los futbolistas que han vestido la icónica camiseta de la banda.

No le falta ninguna, pero quiere más. Quiere ganar su segunda Copa Libertadores el próximo 28 de noviembre. Sería la segunda que ganase (2015) y la primera que levantara, porque hace tres años fueron Cavenaghi y Barovero quienes alzaron la mayor obra de arte de toda la América futbolera. No será fácil porque en semifinales aguarda el Gremio de Porto Alegre, vigente campeón y quizá favorito en la eliminatoria por su pretoriano centro de la defensa y el cortante filo de su ataque. Anoten el nombre de Everton, extremo zurdo de 22 años y nivel superlativo con, según los portales web especializados en la tasación de jugadores, un valor actual de mercado que se situaría en los siete millones de euros. No puede ser así y sí así es, clubes del mundo, llamen a su puerta. Nunca harán una inversión mejor, ni siendo dueños de un estanco.

Decimos que no será fácil, aunque se supere esta penúltima ronda. En una hipotética final esperaría otro gigante carioca, Palmeiras, o el ganador del pleito aún por resolver, durante la redacción de estas líneas, entre Cruzeiro y Boca Juniors. Boca lleva un 2-0 de ventaja de la ida, pero nada es garantía de nada cuando el estadio Mineirao late.

¿Una final River Plate-Boca Juniors? Es posible, claro. Y Buenos Aires entra en trance al imaginarlo. Como lo harían los seguidores de River, fuese quien fuese el rival, viendo a su idolatrado Leonardo Ponzio levantar la Copa Libertadores 2018 que, como broche absoluto, le haría presidir la mesa de los más grandes: con 36 años, 9 meses y 29 días se convertiría en el capitán con más edad en gritar campeón y elevar el trofeo de los trofeos en América Latina. Una obra maestra.

Javier Hernández
Javier Hernández
Cefalópodo. Activista de imposibles renovables. Dueño, como nadador, de un diploma paralímpico único en Londres 2012. Único... porque no ganó más (50 espalda) y porque nunca nadie ha alcanzado uno igual: con 33 años y sin haber entrenado nunca antes de los treinta. Doctor Honoris Causa en México y conferenciante motivacional sin fronteras en www.delospiesalacabeza.org, regresa a la redacción deportiva tras fatigar teclados en Heraldo de Aragón y en As a principios del siglo
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4 COMENTARIOS

  1. Excelente artículo! Yo soy fanático de River y de Leo Ponzio y aquí veo perfectamente reflejado el espíritu de ambos.

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