Arrancaremos diciendo que el Espanyol ha cruzado su Rubicón, confiando en que el antivirus del portátil no se declare en huelga y se desactive en protesta por los juegos de palabras, a veces, excesivos. Hemos venido a jugar y jugamos, porque nunca habrá gloria sin riesgo, podríamos responder a la aplicación rebelde desde este lado del teclado. Se lo tendría merecido por conspirar a favor de una sociedad cada día más sectaria con las voces divergentes. Pero la frase, aunque se oye y coincide en tiempo y espacio, no sostiene ningún conato de diálogo entre hombre (o mujer, pero en este caso coincide serlo) y máquina. Proviene de Cornellá y la agita, hasta convertirla en el lema de su causa, el Espanyol de Joan Francesc Rubí, quizá el equipo que ha sostenido una propuesta de fútbol más audaz y atractiva durante las ocho primeras jornadas de Liga.
Existe la tentación de equivocar el tiro y destacar que se trata de un equipo de autor, tratando así de elogiar el imponente trabajo realizado por el entrenador catalán hasta la fecha. Quizá lo sea, pero en ese caso la paternidad habrá que atribuírsela y reconocérsela a Oscar Perarnau, antiguo director deportivo de la entidad y, desde la llegada a la propiedad de Chen Yansheng hace ya tres temporadas, director general en la parcela deportiva. La gran mayoría de las decisiones en cuanto a la confección de las últimas plantillas, y de la actual, antes con Lardín en un escalón inmediatamente inferior y ahora con Rufete, han terminado recayendo en Óscar, en su figura ciclópea y serena.
El límite salarial amordaza desde hace tiempo la maniobra deportiva de la entidad y este verano no ha sido una excepción: los 20 millones recibidos por el traspaso de Gerard Moreno al Villarreal han sido reinvertidos en ejecutar la opción de compra sobre Darder (ocho millones al Olympique de Lyon), adquirir en propiedad a Borja Iglesias (abonando diez millones al Celta de Vigo), extender el contrato de los emblemas Sergio García y David López, y obtener la cesión, con opción de compra no obligatoria, del lateral venezolano Rosales, procedente del Málaga. El resto, con las salidas del portero Pau López, los defensas Aaron y Marc Navarro, de los centrocampistas Jurado y Carlos La Roca Sánchez, y de los delanteros Álvaro Vázquez y Gerard Moreno, ya mencionado, son todos los que ya estaban.
Rubí ha conseguido una colección de joyas en la que están todos los que son. Ahí sí puede cobrar todos los derechos de autor. Y que lo hagan con una conciencia plena de sí mismos, como futbolistas individuales y como equipo. Su Espanyol vive en luna llena desde mediados de agosto, siendo el reverso exacto de la versión crepuscular y agonista de Quique Sánchez Flores.
Quique, primera bandera de Chen para un próximo regreso europeo, fue arrugando su semblante con el paso de los inviernos y terminó por encontrar alguna palabra sólo en rueda de prensa. Sigue en ello. Tras tildar de “fantasma” este nuevo proyecto en julio, hace un par de semanas valoró el arranque del equipo perico en Radio Marca así: “Este grupo necesitaba empezar bien, sentirse fuerte y optimista porque es emocionalmente muy sensible”. Quizá lo sea, no se ha convivido dentro para argumentar lo contrario, pero si el diagnóstico era ése, cometió el error de dejarse envolver en la tristeza, tanto en su propuesta futbolística como en su propia imagen. Al emocionalmente sensible no es recomendable motivarlo sin prudencia, pero, aún lo es menos, envenenarle con el maltrato público y pertinaz de que, con lo que hay, no se puede pedir más, ni jugar mejor.
El mayor tesoro de Rubí ha sido demostrar lo contrario. Y hacerlo desde una convicción íntima tan potente que ha contagiado hasta al más aceroso de los escépticos. Aún resuena el estruendo de la frase de Darder, mediada la pretemporada pasada: “Hay que intentar ganar la Liga”. Hoy, tras ocho jornadas y dos meses de competición, estando a dos puntos del líder, el Sevilla, a uno del Barcelona y del Atlético, y empatados con el Real Madrid, la frase sigue pareciendo gruesa, pero ya no se busca la firma de Dalí en el pie de la misma. El Espanyol no va a ganar la Liga, ni el Sevilla tampoco, pese a ser bastante más a día de hoy, pero hay un campeonato en juego, que es el de recuperar el orgullo y la satisfacción de los tuyos, y ahí apuntan y se ilusionan con el título a final de temporada.
Este Espanyol lidera su presente y casi pone en fila a su pasado. A estas alturas del campeonato, sólo el de Valverde en la temporada 2007/08 (con 16) y el de Pochettino en la 2010/11 (con 15) superan un arranque tan imponente desde que naciera el primer millennial. A dos días de visitar el Alcoraz oscense, de vínculo imborrable para el actual técnico blanquiazul, Darder y su maravilloso equipo de optimistas suman 14 puntos, con un pleno de cuatro victorias en casa, que ni los más grandes han sido capaces de alcanzar. Cuatro victorias, con siete goles a favor y sólo uno en contra, que debió ser anulado por influencia de Ekambi en la acción previa a su remate. Fuera de casa, los números muestran una palidez impropia del rendimiento. Dos derrotas y dos empates. Se perdió 1-0 en el Bernabéu, con un remate al larguero de Borja Iglesias y 20 minutos de dominio final (¡20 minutos de dominio final en el Bernabéu) y 2-1 contra el Alavés en un duelo emborrachado de VAR. Los empates tuvieron distintos brillos, más en Balaídos que en Vallecas, donde la valentía desbocada del Rayo de Míchel azotó como ninguna otra propuesta a este nuevo mismo equipo.
Revisado cuánto gana, empata y pierde, afilemos los elogios para describir cómo gana, empata y pierde; sin importar dónde ni contra quién. Y este Espanyol lo hace con alma grande, queriendo ser protagonista de su destino, con una estabilidad emocional que asustaría a cualquier fantasma. Hermoso y Marc Roca, blanqueados durante la segunda vuelta de la temporada pasada, son dos de los rubíes más encendidos y que más brillan. El central celebra y salva goles con tal denuedo que el Real Madrid se plantea su recompra por 7’5 millones de euros al final del presente ejercicio; mientras que el mediocentro absorbe toda la gravedad de la nueva propuesta y emite una energía que ilumina a todos sus compañeros. David López todavía no convive con su mejor versión y no hay ningún drama; Dídac y Sergio García, con un brío conmovedor y efectivo, fatigan el carril izquierdo desde el Delorean; Diego López ha tirado la llave de su portería al río y no hay manera de abrírsela; Darder lleva la linterna de cada ataque, Granero es un pirata sin parche y Melendo un imperdible perfume en frasco pequeño; Piatti se afila, Baptistao se estira y Hernán Pérez se apunta. Y arriba hay un panda suelto, parece buena gente, dicen que es todavía mejor; pero, defensas rivales, no se fíen: está empeñado en ser un delantero de época y tiene todo para conseguirlo rodeado de estos rubíes de colección.