El amor es el amor y ya está, eso viene diciendo Wiktor, el personaje que interpreta Tomasz Kot en Cold War. Dicha afirmación lo abarca todo y, al mismo tiempo, no despeja ninguna duda y dice mucho de nosotros, los seres humanos. Básicamente, porque nadie sabe nada sobre el amor, a pesar de que divagamos sin rumbo por teorías muy borrosas tratando de averiguar de qué se trata. El amor se siente, pero no es un idioma que se pueda interpretar o traducir, mucho menos una ecuación matemática descifrable, únicamente sabemos que por su culpa comentemos las locuras más gratificantes.
Dirección: Pawel Pawlikowski.
Reparto: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Agata Kulesza, Borys Szyc, Cédric Kahn, Jeanne Balibar,Adam Woronowicz, Adam Ferency, Adam Szyszkowski.
País: Polonia.
Duración: 89 minutos.
A pesar de que nadie sabe nada sobre el amor, aunque nos creamos que sí, Cold War, del director de Ida, es lo que más se le aproxima. El polaco Pawel Pawlikowski desafía al sistema en el que se basan las relaciones personales actuales construyendo una obra poética y artística sobre el amor verdadero, ambientada en los años de la Guerra Fría, y lo hace con bellísimo hilo musical de fondo. De Polonia para el mundo, porque historias tan concretas como esta son también las más universales.
Zula (Joanna Kulig), cantante y artista, y Wiktor (Tomasz Kot), más bien un productor de la época, son dos personas aparentemente opuestas que se complementan y lo que es más importante, se aman, eso sí, a su manera. No comparten orígenes sociales, ni carácter temperamental. A la pareja la separa en varias ocasiones la situación política, también sus personalidades, tan diferentes; pero el tiempo no importa cuando estás enamorado, da igual los años que transcurran de un encuentro a otro, a veces furtivo, porque sabes que todo lo que necesitas entonces está a tu lado. A dos almas predestinadas no hace falta que las case nadie, les es suficiente con saber que no pueden vivir la una sin la otra, incluso en el más allá, en el otro lado. El destino es el que es.
El amor verdadero va y viene, es rebelde. Aparece cuando menos te lo esperas, es espontáneo, invasivo y destructivo, como Zula. Nos deja noqueados antes de que podamos rendirnos, arrasa con todo, pero también es el mismo que está ahí para sacarnos de esa realidad maldita y llevarnos a otra en la que, precisamente, no todo tiene por que ser de color rosa. Caben momentos de absoluta y extrema alegría y de tristeza irremediable.
A Cold War, una pieza hiperdelicada expuesta en formato 4:3 y rodada en blanco y negro, le pasará como a la buena música y al amor verdadero: con el paso de los años se revalorizará más aún hasta convertirse en un clásico.
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