En los últimos tres encuentros de los Atlanta Falcons (y muy especialmente en los dos más recientes, las derrotas ante New Orleans Saints y Cincinnati Bengals) se ha convertido en recurrente una misma imagen: pase en profundidad de Matt Ryan que acaba en las manos de un joven y rápido receptor que corre ligero y sin oposición para anotar un touchdown. Los protagonistas de esas recepciones podrían ser jugadores de primer nivel como Julio Jones o Mohamed Sanu, pero no son ninguno de ellos, sino el jugador que viste el número 18, el último en llegar a la franquicia de Georgia. Se trata de Calvin Ridley, receptor rookie de 23 años y número 26 de la primera ronda del pasado draft tras destacar tres años en la Universidad de Alabama, el mejor programa del football universitario estadounidense. En su desembarco en la NFL, las estadísticas de Ridley acompañan a las sensaciones generadas y a su buen juego: seis touchdowns, 15 recepciones, 264 yardas de recepción y 17.6 yardas de media por recepción. En cualquier caso, esos números no significan nada nuevo para el WR nacido en Florida, acostumbrado a que su talento sea prematuro.
No en vano, Calvin Ridley cerró su paso por los Crimson Tide de Alabama con dos campeonatos nacionales tras 44 partidos en los que anotó 19 touchdowns, recibió 224 pases y recorrió 2.781 yardas para una media de 12.5 yardas por recepción, pero sobre todo con un hito precoz: convertirse en su año freshman en el primer WR del equipo de Nick Saban (el Bill Belichick de la NCAA, del que es, por cierto, íntimo amigo). Esa campaña, además, batió con 1.045 el número de yardas recorridas por un jugador de primer año de la Universidad de Alabama, un récord que ostentaba hasta entonces Amari Cooper, actual WR de los Oakland Raiders. Es, insisto, algo habitual en Ridley, ese jugador salido de una coctelera que mezcla velocidad, verticalidad y adelanto: en 2015, en su último año en el instituto, fue considerado por todos los analistas como el mejor receptor de Estados Unidos de su generación. Y eso que únicamente pudo disputar tres partidos en su campaña senior en el Monarch High School de Coconut Creek debido a las restricciones existentes en Florida con la edad de los deportistas: las reglas dicen que no pueden jugar competiciones de instituto deportistas con más de 19 años y 9 meses y Calvin Ridley los cumplió en aquel mes de septiembre, el mes inicial de la competición. De hecho, los dos únicos años de instituto del ahora receptor de los Atlanta Falcons (recuerden, en el segundo de ellos sólo jugó un mes, tres partidos en total) se resumen rápido: en su primer encuentro retornó un kickoff para lograr un touchdown; en el último corrió 186 yardas, atrapó 7 pases y logró el touchdown definitivo que le dio a su equipo la victoria.
Más largo, en cambio, es el tiempo que lleva huyendo de una infancia complicada hacia el estrellato.
El Monarch High School de Coconut Creek, una localidad situada entre Miami y Boca Ratón, no fue el primer instituto en el que estudió y jugó al football Calvin Ridley. Antes de ese hubo otros dos más. Y antes de esos otros dos institutos también hubo muchos años más en una casa de acogida. Esta parte de la historia del receptor de los Falcons, también vertical y veloz, como su juego, comenzó cuando tenía 7 años de edad y Colin Ridley, su padre biológico, fue deportado a Guyana por el Gobierno de Estados Unidos. Nunca más le ha vuelto a ver. Con su madre, Kassna Daniels, sí que ha podido contar hasta convertirse en una de sus mayores referencias vitales, aunque hubo un momento en su vida, cuando Calvin Ridley era aquel niño de 7 años, que también estuvo a punto de perderla: poco después de la deportación de su padre, su madre comenzó un tratamiento que duró tres años para recuperarse de sus problemas personales, mientras que Calvin y sus tres hermanos menores (Riley, Clamont y Clayton) ingresaban en un hogar de acogida que compartieron durante años con otro grupo de cuatro hermanos. Fue, entonces, cuando Calvin Ridley comenzó a correr. Veloz y vertical en su huida hacia el estrellato, en su camino hacia la recepción del pase de ese balón ovalado y esa carrera que casi siempre acaba en touchdown.
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