Aquella reunión del 10 de febrero de 1980 cambiaría la historia. Esa mañana dirigentes sindicales, intelectuales de izquierda, artistas y católicos ligados a la Teología de la Liberación fundaron el Partido de los Trabajadores de Brasil en el Colegio Sion en Sao Paulo. Ese mismo día, por la tarde, Sócrates y sus compañeros le daban al Corinthians el título paulista en el estadio Morumbí frente a Ponte Preta. Ese equipo también ayudaría más allá del terreno de juego a cambiar la historia contemporánea de Brasil. Los líderes políticos y futbolísticos no tardarían en vestir la misma camiseta y luchar codo con codo contra un enemigo común: la dictadura.
El 28 de octubre de 2002, se abría una nueva página en la historia de Brasil. Un antiguo obrero metalúrgico de 57 años, fundador del primer sindicato del país y del mayor partido de izquierda de América Latina, el Partido de los Trabajadores (PT) se convertía en la cabeza visible del Ordem e Progresso, en el presidente electo de Brasil. Respondía al nombre de Luiz Inácio Lula da Silva y su gran amistad con Sócrates había terminado en gol. No fue el único apoyo deportivo que recibió. Pelé, bautizado en su país como O’Rei para la eternidad, estuvo a su lado antes y después de las elecciones. Lula barrió con el 61,2% de los votos y se convirtió en el presidente más votado de la historia del país.
El 28 de octubre de 2018, tras 16 años de gobiernos de izquierda, Brasil daba un nuevo quiebro a su historia. Jair Bolsonaro, ex militar en la reserva y líder del Partido Social Liberal, será el primer representante de la ultraderecha en dirigir a su país desde el fin de la dictadura militar (1985). En la segunda vuelta de las elecciones celebradas el pasado domingo, se impuso por el 55,21% de los votos frente al 44,79% de su opositor, Fernando Haddad, representante del Partido de los Trabajadores, heredero de un Lula que le había designado tras acabar él en la cárcel. Esa victoria contó con el apoyo de algunas de las leyendas deportivas del país carioca entre las que destacaron Rivaldo, Ronaldinho, Cafú o Emerson Fittipaldi. Especialmente paradójico resultó el apoyo de los deportistas con raíces afrobrasileñas. Más aún después de que Bolsonaro los despachará diciendo: «No hacen nada, mientras que nos gastamos más de mil millones de dólares al año con ellos. No sirven ni para procrear», sentenció tras visitar una comunidad de negros en Brasil.
Su discurso de mano dura y regeneración ha calado especialmente en los que un día acariciaron la pelota. Y el altavoz del fútbol en un país como Brasil siempre fue una baza ganadora. Bolsonaro supo también vestirse de corto y llevar la campaña a los escenarios más cercanos al pueblo. Uno de ellos fue el Arena da Baixada, la casa del Atlético Paranaense que el mismo día que se enfrentaba ante el América de Minas Gerais apareció destellante, iluminado de amarillo. La sorpresa para los aficionados locales es que de repente su club había abandonado los colores rojo y negro tradicionales. Por si el juego de luces no había sido suficiente pista, los jugadores, con la excepción hecha de su capitán Paulo André, salieron a la cancha con una camiseta amarilla encima de la habitual. En ella se podía leer un lema conocido por todos a esas alturas en Brasil: “Vamos todos juntos por amor a Brasil”. Es la frase de cabecera del ex militar Bolsonaro y el amarillo su color de campaña.
El gesto sucedió un día antes de la primera vuelta electoral y unas horas después el tribunal de justicia deportiva multó al club del sur de Brasil. Consideraron que se trataba de un “acto político sin autorización”, aunque el caso del Atlético Paranaense solo supone un ejemplo más de una tendencia que se ha repetido a lo largo de la campaña electoral: el apoyo de los deportistas brasileños a Bolsonaro. Poco ha importado también su discurso racista en una nación que lo ha padecido tanto dentro como fuera del terreno de juego. “No lo harían porque están muy bien educados», respondió con una media sonrisa ante la posibilidad de que sus hijos fueran a casa con una pareja negra. La mueca de disconformidad fue aún mayor cuando descubrimos que Ronaldinho se enfundaba la camiseta con el 17 a la espalda (el número del partido de Bolsonaro) y escribía: “Brasil mejor para todos”. Los ecos de aquel tuit alcanzaron la Ciudad Condal: Ronnie es embajador del Barça y, aunque a estas horas todavía no se ha tomado ninguna medida contra él, desde la entidad azulgrana advirtieron: “Defendemos valores que no coinciden con su discurso”.
Por um Brasil melhor, desejo paz , segurança e alguém que nos devolva a alegria. Eu escolhi viver no Brasil, e quero um Brasil melhor para todos!!! pic.twitter.com/DD5GUBQuVx
— Ronaldinho Gaúcho (@10Ronaldinho) October 6, 2018
Pero Ronaldinho, Rivaldo o Cafú son solo la punta del iceberg. Felipe Melo contestaba así el pasado mes de septiembre cuando le preguntaron a quién había dedicado el gol marcado en el encuentro de la Liga brasileña: “A nuestro futuro presidente Bolsonaro”. Otros no han sido tan explícitos como el mediocentro del Palmeiras, es el caso de Lucas Moura. El jugador del Tottenham Hotspur no hizo público su voto, aunque sí defendió a Bolsonaro a través de Twitter contestando así a otro usuario: “Si él fuera racista, estaría preso. Te veo criticando gratuitamente y sin argumentos”. Falcao, el mejor jugador brasileño de fútbol sala también se mostró a favor del candidato ultraderechista en sus redes sociales.
La pasión desbordada por el ultraderechista también ha alcanzado a otras leyendas y disciplinas deportivas. El bicampeón mundial de Fórmula Uno, Emerson Fitipaldi, visitó a Bolsonaro en uno de los momentos más dramáticos de su vida, cuando se recuperaba de la grave puñalada que recibió en un mitin. En el hospital de Sao Paulo donde atendían al futuro presidente tuvo tiempo para sacarse una foto con él y publicar después en sus redes sociales: “Muy feliz y gratificante conocer a Bolsonaro personalmente, su gobierno trabajará para el pueblo”. Los apoyos llegaron incluso hasta de disciplinas tan destacadas en Brasil como el voleibol, con Wallace y Maurizio Sousa a la cabeza. Ambos posaron haciendo un 17 con sus manos y ante el revuelo causado la federación brasileña de voleibol se vio obligada a retirar las instantáneas.
La victoria del Bolsonaro no solo infringe una dura derrota al PT sino que rememora los días de la Democracia Corinthiana, los días en que un equipo de fútbol marcaba goles en el campo y abría las conciencias sociales de sus aficionados en la gradas. Aquello lo dirigió desde el palco Waldemar Pires, nombrado presidente del Corinthians en 1981, y lo llevaba a cabo desde el césped el ‘Doctor’ Sócrates. El enlace entre jugadores y directiva sería un tipo comprometido con la causa democrática y convencido de que el fútbol podía hacer algo más que dar alegrías al pueblo. Adilson Monteiro Álvez, era sociólogo de izquierdas y sería el director deportivo de ese Corinthians. Rápidamente supo captar las inquietudes y preocupaciones del vestuario y más allá de organizar la gestión deportiva del Timao, fue pieza fundamental para que se desarrollara la autogestión del plantel y para que las decisiones, todas las que incumbían a los jugadores, se tomaran por consenso. Es la máxima de un hombre, un voto. Y así se decidían los fichajes, los entrenadores, los lugares donde se concentraban y hasta el hotel en cuestión.
Mientras Brasil luchaba por su democracia y por erradicar una dictadura caduca, Sócrates, Wladimir, Casagrande y el resto de integrantes de esa plantilla se dieron cuenta de que el fútbol no podía quedarse al margen, que había que traspasar la línea de cal, que una expresión tan cercana al pueblo era el mejor altavoz para alcanzar una nueva realidad social. La camiseta se convirtió en el icono de un movimiento, cargada de simbolismo y de mensajes. En la zamarra del Timao aparecieron frases sin ambages: “Diretas ja” (Elecciones ya) o “Eu quero votar para presidente” (Yo quiero votar para presidente). Para el Corinthians no había jornadas de reflexión “Día 15, vote”, no fuera a ser que el fútbol dejara de lado otras obligaciones. Eran los días del puño en alto cada vez que Sócrates marcaba un gol, los días del “ganar o perder pero siempre en democracia”, los días en que el Timao ganaba campeonatos paulistas (80, 82 y 83) con un juego ofensivo y atractivo que luego exportaría a la Canarinha. Con sus goles inspiraron y convencieron a una masa de jóvenes que saltaron de la grada a la calle pidiendo cambios.
“Si las personas no tienen el poder de decir las cosas, si nadie escucha sus opiniones, yo lo haré por ellos” dijo Sócrates siendo ya muy consciente de la importancia que su figura como jugador de fútbol tenía entonces. Él que se tuvo que marchar de su Brasil natal en 1984 acuciado por una dictadura que no terminaba de caer, presionado por unos y por otros, y ante la escasa perspectiva de elecciones, vería desde Florencia como marcaba su mejor gol abrazado a la saudade de la distancia. Ese “regalo mis goles a un país mejor” pronunciado por el 8 del Timao adquiría toda su dimensión en 1985 cuando las urnas derrocaron a la dictadura. Más de 30 años después los designios de Brasil serán dirigidos por un nostálgico de aquellas juntas militares que ha sabido capitalizar la indignación que embarga a buena parte de los brasileños, el desencanto con la clase política tradicional y la rabia ante una corrupción que carcome a todos los partidos. Para llegar hasta ahí, paradójicamente, Jair Bolsonaro se ha servido del sistema democrático por el que tanto peleó Sócrates y se ha rodeado de un equipo lleno de estrellas, balones de oro incluidos, para lograr una victoria cómoda pero poco convincente. Como si el viaje fuera ahora a la inversa y la involución demostrada en el juego por la Canarinha a lo largo de las últimas décadas tuviera su reflejo en la política del país. Aquel Brasil que nos enamoró ya se esfumó.
https://www.youtube.com/watch?v=xGalWZ-FObo
[…] hecho de que Rafinha sea brasileño y un político racista como Jair Bolsonaro haya accedido a la presidencia de Brasil tampoco se pasó por alto. Bolsonaro, que aboga por leyes […]