No existe un estadio en el mundo que tenga mayor carga simbólica y sentimental para el barcelonismo que el de Wembley. En el antiguo ganaron su primera Copa de Europa con el gol de Koeman y en el nuevo fue una de las obras cumbres del Barça de Guardiola, con un fútbol primoroso, y el repaso al Manchester United por 3-1 hace siete años para conquistar la cuarta. No hay pues mejor escenario para que el Barça este miércoles renazca o se le sigan viendo las costuras ante el Tottenham, porque después de los sopapos frente al Girona, el Leganés y el Athletic no solamente hace falta ganar, sino ganar bien. El Real Madrid no estará para salvarles ni maquillar el mal juego azulgrana con sus pifias. Es el Barcelona frente al espejo.
Falta les hace mirarse a ellos mismos y dejar de ver el reflejo del equipo de Lopetegui, que anoche fue incapaz de marcar, y cayó, en Moscú. Porque su rival en la Champions no es hoy el Madrid, sino el Tottenham, y el murmullo que se siente, más que se escucha, se puede convertir en ruidera como el equipo de Valverde no convenza en Londres, justo en la competición que Messi prometió a la afición que lo darían todo después de tres años consecutivos cayendo en los cuartos y viendo, encima, cómo se celebraba en La Cibeles. El aficionado culé está mosqueado y necesita que su equipo le vuelva a arrastrar hacia un optimismo al que no están diseñados por una simple cuestión de carácter. Ahora todo son pegas, todo son agujeros; los de la defensa, con un Piqué retratado; los de un centro del campo que no funciona con Coutinho de interior; y los de una delantera en la que Dembélé sigue en entredicho, pese a sus goles, por sus continuas pérdidas de pelota. El Barça está descompensado, desequilibrado, y la gran cuestión es si Valverde se atreverá a cambiar de sistema y pasará del 4-3-3 al 4-4-2.
«Hemos tenido problemas de resultados, cada uno puede sacar su propio análisis. Ha sido una semana dura, pero no tengo ninguna duda de que ante el Tottenham haremos un gran partido», terció Valverde en la previa, que sigue aparentando no sentir ninguna preocupación de puertas afuera, pero al que se le nota agrio y anda dándole vueltas al coco para encontrar la solución. Más le vale. Porque no. No es un partido más el que se disputa en Wembley, sino uno en el que el Tottenham, después de perder en la primera jornada contra el Inter, no puede fallar y el Barça está bajo la lupa. Los de Pochettino tienen cinco bajas importantísisimas: Dele Alli, Christian Eriksen, Moussa Dembélé, Jan Vertonghen y Serge Aurier, mientras que Valverde no podrá contar con Sergi Roberto y Umtiti, pero ninguno de los dos equipos se podrá permitir excusas cuando el árbitro pite el final.
El Barcelona se ha refugiado hasta ahora de la gran tormenta porque en el Madrid también llueve lo suyo y el conjunto de Lopetegui tiene goteras, y gordas, pero en Europa no hay paraguas que valga y un tropiezo encendería todas las alarmas que ya están activadas. En Valladolid, por muy mal que estuviera el césped -que lo estaba- se salvaron por los pelos y el VAR; en San Sebastián por Ter Stegen; en Leganés se dieron la gran torta ante el colista; y en el Camp Nou tanto el Girona como el Athletic sacaron tajada del desconcierto azulgrana. En pelota picada por los malos resultados, el aficionado culé que tiene el paladar fino casi parece estar esperando al gran descalabro para vociferar «ya lo sabía» mientras se da golpes en el pecho, se estira de los pelos, y busca culpables en el palco, el banquillo o el césped.
En la Champions, además, en las últimas siete salidas el Barcelona ha cosechado cuatro derrotas y tres empates, pero la reacción debe ser ya y tiene que ser hoy. «Es la oportunidad perfecta, el estadio más bonito y sabemos que tenemos que mejorar mucho. Lo hemos hablado en el vestuario y hecho autocrítica», admitió Rakitic en la sala de prensa. Ahora hace falta ver si se nota sobre el terreno de juego. Porque esta noche el partido se juega en Wembley, el de Luzhniki ya se ha acabado.