Salvo sorpresa andorrana, el farolillo rojo de la Vuelta a España, maillot A LA CONTRA, se lo disputarán dos ciclistas: Julien Duval (Ag2r) y Matthias Brändle (Trek). De ellos hemos hablado prolijamente en estas páginas digitales y ha sido por puros merecimientos. Ambos van camino de perder cinco horas en relación al líder de la carrera, Simon Philip Yates. Y su pelea es tan reñida que solo están separados por 1:44 segundos. Esa es la leve ventaja de la que goza el austriaco Brändle. Tras ellos, y ya sin opciones de conquistar la contragloria se encuentra un ciclista de nombre aristocrático y opulenta tarjeta de visita: Maximilian Richard Walscheid, a casi un cuarto de hora de los ilustres colistas.
Conviene constatar, por si no se ha hecho ya, que el farolillo rojo es anterior, incluso, al ciclismo. La versión más extendida sostiene que la expresión tiene origen en el farol rojo que distinguía al último vagón de los viejos trenes de carbón. Hay quien piensa, sin embargo, que podría estar relacionada con una práctica de la China imperial; los últimos soldados que accedían a una villa asediada entraban con un farol rojo.
También hemos hablado por aquí del encanto romántico que el público encontró entre los últimos clasificados de las grandes carreras. Aunque no siempre fue así. También existió una feroz reacción contra los corredores que no le hacían ascos a los faroles rojos. La medida más cruel la tomó el Tour de Francia en 1980, cuando decidió eliminar a los últimos de la general después de tres etapas de montaña consecutivas (16-19). Al final, el último superviviente y farolillo rojo fue el austriaco Gerhard Schonbacher, 85º, a 2h 10:52.
Schonbacher también era un tipo con historia. Y con mérito. Y con cierta adicción al lado oscuro. En 1979 ya fue farolillo rojo del Tour. En este caso lo consiguió de manera accidental. Quien opositaba al puesto era el francés Philippe Tesniere, que el año anterior ya había descubierto las ventajas de ser último. Sin embargo, el francés pecó de celo excesivo en la 21ª etapa. Perdió 1h 23:32 en una crono de 48’8 km que ganó Hinault (obvio) y fue descalificado por fuera de control.
Schonbacher, que había sido minuto y medio mejor que Tesniere, se sentó así en el trono negro. Y bien que lo celebró. En París, poco antes de cruzar de la meta, se bajó de la bicicleta para besar el asfalto. Su equipo (DAF) quedó tan satisfecho con la publicidad que le ofreció una prima por ser último el año siguiente. Suya fue. A pesar de las eliminaciones de los últimos de la general, Schonbacher se las ingenió para ser colista, proeza que le queremos reconocer con un maillot honorífico.