Más allá de que los Cleveland Browns no perdieran un partido oficial por primera vez desde el 24 de diciembre de 2016, el empate de anoche entre el conjunto de la ciudad junto al lago Erie y los Pittsburgh Steelers (21-21, tras el tiempo extra) contó con un protagonista improvisado que se coló entre la irregularidad de Ben Roethlisberger (335 yardas de pase y 1 touchdown, pero 3 intercepciones), la intensidad de T.J. Watt (4 sacks) y de Myles Garrett (2 sacks) o la calidad de Antonio Brown (1 touchdown sublime, como en él es habitual), JuJu Smith-Schuster (119 yardas en 5 recepciones) y Josh Gordon (1 touchdown en una única recepción que llegó a tiempo para empatar el partido). Se trata de James Conner, el running back del conjunto visitante, que se fue hasta las 192 yardas (135 de carrera, 57 de pase) y materializó además 2 touchdowns, los dos primeros de su trayectoria profesional. Y eso a pesar de que, en teoría, él no debería haber sido el corredor titular de los Steelers.
Un dato: en los 14 partidos que disputó en 2017, Conner corrió 144 yardas en 32 intentos. O lo que es lo mismo: 9 yardas más en 1 intento menos de las que logró en el encuentro de anoche. Todo tiene su explicación: fue su temporada de rookie y, por delante de él, en su puesto, estaba un nombre con un significado mastodóntico: Le’Veon Bell. El 26 de los Steelers es, apoyado por las estadísticas (7.996 yardas de carrera y de recepción, y 42 touchdowns en cinco campañas), el corredor más determinante de toda la competición, pero también un incesante sinónimo de la polémica. Este curso, Bell todavía no se ha presentado a entrenar (tiene que pagar una multa de 853.000 dólares por cada partido del que se ausente) después de que su equipo haya decidido situarle con el franchise tag por segundo año consecutivo. ¿El motivo? El excorredor de la Universidad de Michigan State considera que debe cobrar un salario todavía mayor que los 14.5 millones de dólares por temporada que le convierten actualmente en el RB mejor pagado de la NFL. Legítima o no, su demanda salarial (ya rechazó 30 millones de dólares por dos temporadas en 2016) ha encontrado una barrera prácticamente infranqueable: la conocida paciencia de los Steelers y de sus dueños, la familia Rooney. Y, de paso, ha abierto de par en par las puertas del estrellato a Conner, el jugador que venció al cáncer.
Antes de empezar a desgranar su historia, una aclaración: Le’Veon Bell es una estrella de la NFL en todo el mundo, pero James Conner es la estrella indiscutible de una ciudad. El nombre de dicha ciudad: Pittsburgh (Pennsylvania). Nacido el 5 de mayo de 1995 en Erie, junto al mismo lago en el que ayer consiguió sus primeros touchdowns como profesional, a 200 kilómetros de la citada Pittsburgh, el 30 de los Steelers destacó en el McDowell High School de Millcreek Township, un vecindario de su población natal, antes de elegir universidad. Y, sí, los más avezados lo habrán adivinado ya: Conner eligió defender el negro y oro de la Universidad de Pittsburgh. Con los Panthers se convirtió en un referente por lo que hizo dentro de los terrenos de juego (4.145 yardas y 56 touchdowns), pero, sobre todo, por cómo afrontó los avatares que el destino le puso lejos de los estadios. Primero, la rotura que sufrió en el ligamento colateral medial de su rodilla en el primer partido de la temporada 2015 de la NCAA. Después, el Linfoma de Hodgkin, el tipo de cáncer que le diagnosticaron cuando estaba en el proceso de rehabilitación de su lesión de rodilla. Y fue entonces, con la maldita enfermedad que la gente no quiere nombrar emponzoñando su futuro y su vida, cuando Conner se convirtió en un mito entre los habitantes de Pittsburgh por sus declaraciones, por sus acciones y por su manera de afrontar las adversidades. Porque Conner dijo que superaría ese cáncer y ese cáncer, la maldita enfermedad que la gente no quiere nombrar, desapareció el 23 de mayo de 2016 tras doce ciclos de quimioterapia. Porque Conner aseguró que volvería a jugar al football (“Elijo no temer al cáncer, jugaré al football de nuevo”) y, no sólo volvió a jugar, sino que sumó casi 1.400 yardas y 20 touchdowns en su última temporada en la Universidad de Pittsburgh. Porque Conner deseó alcanzar la NFL y los Steelers lo eligieron en la tercera ronda del draft del 2017, pick número 105, para inundar Heinz Field de aficionados con camisetas, negras y oro, con el número 30 y un único nombre, el suyo. Para cerrar, en definitiva, una historia que tiene un mismo origen y un mismo destino: Pittsburgh, Pennsylvania, la única ciudad del globo terráqueo en la que la leyenda del football se llama James Conner, no Le’Veon Bell.
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