El St. Pauli juega los derbis contra el Hamburgo, pero su principal rival es el Hansa Rostock. En uno de los duelos más recordados, el futbolista alemán de origen kurdo Deniz Naki, sancionado de por vida por la Federación Turca de Fútbol después de criticar en redes sociales la política del gobierno de Erdogan contra el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, celebró un gol frente a los ultras de ideología neonazi del Hansa haciendo el gesto de cortar el cuello con su dedo pulgar. La ciudad de Rostock, ubicada a 150 kilómetros del barrio portuario de Hamburgo, es el epicentro de la extrema derecha que amenaza con volver a azotar Alemania. Por el contrario, decir que el St. Pauli es un club progresista es quedarse muy corto y, probablemente, ofenda a los aficionados de un equipo que deja el Més que un club del Barça en un simple eslogan publicitario.
Ver un partido en el estadio Millerntor (antes conocido como Wilhelm Koch, presidente del equipo por casi cuatro décadas hasta que se descubrió que había sido militante del partido nazi), es adentrarse en una realidad paralela al fútbol moderno de nuestros días. Un lugar en el que los refugiados son bienvenidos y cantan canciones de punk junto a comunistas, anarquistas, okupas o trabajadores del puerto disfrazados de prostitutas. De hecho, en 2014, el conjunto hamburgués apadrinó al FC Lampedusa, una plantilla conformada exclusivamente por refugiados de la región. El St. Pauli es un club que, desde 1991, se reconoce como antifascista, antirracista y antisexista en sus estamentos oficiales. “Fuimos de los primeros equipos en promover este tipo de acciones antirracistas y antihomofóbicas hace 25 años, algo que era y es totalmente inusual dentro del mundo del fútbol”, dijo el jefe de la hinchada del club, Sven Brux, en una entrevista a la CNN.
Los aficionados del St. Pauli juegan un papel fundamental en la toma de decisiones del equipo. En 2002, obligaron a la directiva a retirar la publicidad de la revista Maxim que se había colocado en el estadio al considerar que esta iba contra el feminismo. Conocidos como el club pirata por la tradición de piratería en el mar del Norte, los hinchas del St. Pauli adoptaron como imagen identificativa la clásica calavera corsaria junto a dos huesos cruzados. “Los huesos son los símbolos de los pobres y nosotros representamos a ese grupo de personas que se opone a la opulencia de los clubes poderosos, como el Bayern de Múnich”, escribió en el blog oficial del equipo el aficionado Erik Hauth. Además de estas banderas negras, y otras con el rostro del Che Guevara, en las gradas del Millerntor podemos ver pancartas con mensajes como: “No hay fútbol para los fascistas” o “Los refugiados son bienvenidos”. “Hace poco quisieron instalar una estación de policía dentro del estadio. Nos opusimos con fuerza. Somos una hinchada antisistema. Terminamos construyendo un museo”, escribió también Hauth.
El club fue presidido entre 2002 y 2010 por Corny Littmann, un empresario abiertamente homosexual y defensor de la causa LGTB. Es más, dentro del campo del St. Pauli existe un gran dibujo de dos hombres besándose apasionadamente bajo el lema de “Lo único que importa es el amor”. El presidente desde 2014 es Oke Göttlich, nacido en Hamburgo y aficionado del equipo, que, entre otras medidas, anunció el año pasado la producción de miel dentro del campo para preservar la población de abejas del mundo. Además, el St. Pauli recaudó dinero para instalar dispensadores de agua potable en algunas escuelas de Cuba y, en 2006, año de Mundial en Alemania, organizó una Copa del Mundo alternativa con selecciones no reconocidas oficialmente por la FIFA, como el Tíbet, Groenlandia o Gibraltar, y que terminó ganando la República Turca del Norte de Chipre. Por no remontarnos 30 años atrás, cuando el equipo viajó a Nicaragua para jugar un partido en apoyo a la revolución sandinista.
El derbi que enfrenta a Hamburgo y St. Pauli en el Imtech Arena será también un déjà vu para todos esos antiguos aficionados del dinosaurio del fútbol alemán que, a mediados de los años 80, se cambiaron de acera para animar al conjunto modesto y peleón de la ciudad. La transformación social del St. Pauli no llegaría hasta esa década, cuando el club prohibió toda “actividad de tipo fascista o de ultraderecha” como forma de rechazo a la oleada de movimientos de inspiración fascista y violencia hooligan que estaban azotando Europa y que, en 1985, se materializaron con la tragedia de Heysel, en la que murieron 39 personas a causa de una avalancha de aficionados antes de la final de la Copa de Europa entre Liverpool y Juventus. Algunos hinchas del Hamburgo, hartos de la cada vez mayor proliferación de símbolos de extrema derecha en el estadio, comenzaron a apoyar al equipo del barrio junto a algunos de los sectores más desfavorecidos de la ciudad. En la primera mitad del siglo pasado, el St. Pauli, que ni mucho menos nació revolucionario, como la práctica totalidad de los equipos alemanes, había acatado los dictámenes del III Reich
El fenómeno St. Pauli, como muy bien reflejan Carles Viñas y Natxo Parra en su libro St. Pauli. Otro fútbol es posible, ha llegado a seducir a más de 20 millones de aficionados (se estima que existen 600 peñas a lo largo del mundo) que buscan un fútbol con la esencia de lo clásico, más añejo, alejado de la mercadotecnia que impera hoy en día. También es evidente que, sin esa libertad de mercado tantas veces criticada, sería imposible que la venta de merchandising del club ascendiese a unas cifras cercanas a los 10 millones de euros. Resulta bastante paradójico que la némesis del sistema futbolístico actual no se entienda sin el auge del fútbol moderno.
El St. Pauli fue fundado en 1910 por estibadores portuarios de uno de los barrios más importantes de Hamburgo. De hecho, la camiseta tradicional del club es de color marrón en referencia al color de los monos de trabajo que utilizaban los fundadores. El St. Pauli siempre tuvo una vocación barrial y, a lo largo de su vida, ha ido saltando de división en división sin grandes hazañas deportivas por el camino. A diferencia de sus vecinos del Hamburgo, el club hegemónico de la ciudad y, hasta hace unos meses, el único en la historia de Alemania en haber disputado todas las ediciones de la Bundesliga. Para el Hamburgo, campeón de Europa en los años 80 y considerado como uno de los grandes del fútbol europeo, jugar un partido contra un barrio de la ciudad a la que da nombre el equipo es sintomático de lo mal que han hecho las cosas en los últimos tiempos. Por el contrario, en el museo del St. Pauli, donde lo importante no es ganar sino ser fiel a unos ideales de clase, se puede leer: “Nosotros no tenemos objetos de plata que mostrar. Pero tenemos una historia que contar. La increíble historia de un club que se convirtió en uno de los más famosos de Europa. Sin tener mucho dinero. Sin grandes trofeos”.
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